Meditar la semana Santa. Martes Santo
Meditar la semana Santa. Martes Santo
por Juan García Inza
MARTES SANTO
Alcanzar su perdón
Comenzamos la celebración del Martes Santo pidiendo a Dios en la oración colecta: «Dios todopoderoso y eterno, concédenos participar tan vivamente en las celebraciones de la pasión del Señor, que alcancemos tu perdón». La Semana Santa, como tantas celebraciones de los misterios de nuestra fe, hace tiempo que asiste al triste espectáculo de su desacralización por parte del ambiente de la calle. El tremendo brío que lleva la vida va secularizando las manifestaciones más sagradas de nuestra Religión. La Semana Santa para muchos, para muchísimos, es tiempo de vacación, de turismo, de diversión, de folklore. Los desfiles pasionales quedan reducidos a puro tipismo y a un lamentable comercio. El espíritu de estos días pasa inadvertido para una parte considerable del pueblo de Dios. No se busca el perdón y la penitencia. Nos contentamos con el aparatoso exhibicionismo callejero de unas procesiones desvirtuadas que, en más de un caso, rompen la seriedad del momento enmarañando los fines litúrgicos y espirituales.
Las celebraciones litúrgicas deben ser para nosotros un medio de santificación. «Debemos recordar que la celebración religiosa, la liturgia en particular, tiende a producir un efecto duradero; forma parte de la pedagogía siempre reformadora y siempre perfeccionadora, con la que la Iglesia, ´madre y maestra´, educa a sus hijos fieles a una mejor comprensión y a una mayor profesión de nuestra vocación cristiana: el calendario religioso no gira en el tiempo siempre en la misma órbita, sino que tiende a subir en espiral, y a desarrollar hacia una progresiva santificación el curso de nuestra peregrinación temporal» (Pablo VI)
Con este ánimo de progreso espiritual nos acercamos hoy a la liturgia santa de la Misa para pedirle al Señor perdón por nuestros pecados. La primera «Semana Santa», la pasión y muerte del Señor, tuvo su origen en nuestros pecados. Cristo sigue padeciendo por nuestros pecados. Tú y yo somos pecadores y hemos hecho posible la crucifixión del Señor. Es justo que con espíritu de penitencia, con el corazón roto de dolor, nos acerquemos hoy al Señor para pedirle perdón.
Nosotros debemos hacer, como hacen los buenos comerciantes al final de su ejercicio económico, nuestro balance espiritual para ver lo que hemos conseguido en una vivencia auténtica de los días Santos.
Mi esperanza
La esperanza es virtud teologal sembrada en nuestra alma desde el día de nuestro bautismo. Esta virtud nos llena de confianza en Dios y nos hace descansar en su misericordia. No hay motivo para la desesperación. Aunque el mundo se hunda a nuestro alrededor y todos los asideros humanos nos fallen, aunque parezca que la vida ya no tiene alicientes y todo se revuelve en un amargo fracaso, tenemos que recogernos en nuestro interior y escuchar, con serena alegría, aquellas divinas palabras de Cristo: Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera. (Mt. 11,28,30)
Se trata de ir al Señor para encontrar el descanso espiritual. Se trata de cargar con la cruz del Señor y no inventarnos cruces que no encajan y nos desalientan. En definitiva se trata de ser mansos y humildes de corazón y entonces nuestra carga será siempre suave y ligera. No habrá jamás motivo para la desesperación.
En la Sagrada Escritura se habla siempre de la esperanza de una salvación que llega. El reino de Dios que Cristo pone a nuestro alcance nos garantiza que esa esperanza no es una ilusión o una utopía. La esperanza cristiana está fundada sobre la fidelidad de Dios, y no consiste simplemente en tener paciencia y olvidar. Por eso le cantamos al Señor hoy en el Salmo responsorial de la Misa: A ti, Señor, me acojo: no quede yo derrotado para siempre; tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo, inclina a mí tu oído y sálvame. Sé tú mi roca de refugio, el alcázar donde me salve, porque mi peña y mi alcázar eres tú. Dios mío, líbrame de la mano perversa. Porque tú, Dios mío, fuiste mi esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud. En el vientre materno ya me apoyaba en ti; en el seno, tú me sostenías (Salmo 10).
La esperanza hace de los cristianos hombres alegres y animosos, diferentes de aquellos que no tienen horizontes y su mirada es gris. Teniendo, pues, esta esperanza, hablemos con toda valentía... (2Cor. 3,12)
Es San Bernardo el que nos dice: «Fíate enteramente de Dios, encomiéndate a El, descarga en su providencia todos tus cuidados, y El te sustentará, de modo que confiadamente puedas decir: el Señor anda solicito por mí (Ps 39,18) »
¿No merece la pena que confiemos más en Dios y nos convenzamos que las esperanzas humanas son pura ilusión? «La esperanza siempre nace con el amor» (Cervantes).
No seas traidor
¡Qué triste es el papel de Judas en la vida del Señor! Tendría que ocurrir así, pero qué pena me da Judas, que traicionó al Maestro. Misterios de Dios que tal vez no comprendamos, pero que nos revelan hasta qué punto respeta El la libertad de los hombres. ¿No podía haber cambiado el corazón de Judas? Sí, pero ¿para qué quiere Dios un corazón contrahecho, un amor forzado, una fría lealtad?
Leemos el Evangelio de hoy, y la acción de Judas nos produce de nuevo escalofríos. ¿Es posible traicionar a Dios de esta manera? Y, ¿por qué hacernos esta pregunta si tú y yo lo hemos vendido más de una vez? Cada pecado es una traición, una deslealtad. Somos conscientes la mayoría de las veces de nuestra perfidia. No nos excusemos tanto en la debilidad, en la maldad de los demás, en la fuerza del ambiente. Tú y yo somos pecadores que en más de una ocasión no queremos aceptar nuestro pecado. Hoy seguimos traicionando a Cristo con nuestra turbia conducta, y lo que es peor, nos seguimos justificando en mil estúpidas razones. El mundo se ha convertido en una fábrica de cruces. El Vía Crucis no es algo del pasado.
Dice Benedicto XVI: “La cruz del señor abraza al mundo entero; su vía crucis atraviesa los continentes y los tiempos. En el vía crucis no podemos limitarnos a ser espectadores; por eso debemos buscar nuestro lugar. ¿Dónde estamos nosotros?”
En nosotros siempre existe la posibilidad de una traición. No podemos fiarnos demasiado porque nos conocemos muy bien. El papel de Judas es de fácil interpretación.
Por eso, lo que procede ahora es pedirle al Señor humildemente la virtud de la fortaleza para no ser traidores.
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Juan García Inza
juan.garciainza@gmail.com