Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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El amor, ¿es libertad?

por Juan del Carmelo

           Leí hace unos días, una historia  que me parece interesante comentar. Quizás a muchos les parezca muy bonita y correcta, pero a mí y creo que a otros, quizás no nos parezca tan edificante, esta historia como pretende ser. La historia comienza así:

 

Una vez un reconocido guerrero indígena y la hija de una mujer que había sido matrona de la tribu, se enamoraron profundamente y habían pensado en casarse, para lo cual tenían el permiso del cacique de la tribu.  Pero antes de formalizar el casamiento, fueron a ver al anciano de la tribu, un hombre muy respetado, que tenía palabras de sabiduría para ellos.

El sabio, les dijo que ellos eran buenos muchachos, jóvenes, y que no había ninguna razón para que alguien se opusiera a su casamiento.  Entonces ellos le dijeron que querían hacer algo que les diera la fórmula para ser felices siempre.

El sabio les dijo:

-    Bueno, hay algo que podemos hacer, pero no sé si están dispuestos porque es bastante trabajoso.

-    Estamos dispuestos, le dijeron.

            Entonces el sabio le pidió al guerrero que escalara la montaña más alta, y buscara allí el halcón más vigoroso, el que volara más alto, el que le pareciera más fuerte, el que tuviera el pico más afilado, y se lo trajera vivo.  Y a la mujer le dijo: a ti no te va a ser tan fácil.  Vas a tener que internarte en el monte, buscar el águila que te parezca que es la mejor cazadora, la que vuele más alto, la que sea más fuerte, la de mejor mirada.  Vas a tener que cazarla sola, sin que nadie te ayude y vas a tener que traerla viva aquí.

Cada uno salió a cumplir su tarea. Cuatro días después volvieron con el ave que se les había encomendado, y le preguntaron al sabio:

-    ¿Ahora qué hacemos?, ¿las cocinamos?, ¿no las comemos?, ¿qué debemos hacer con ellas?

-    No, nada de eso dijo riendo el sabio y les dijo: ¿ustedes quieren ser felices?

-    Sí, le dijeron.

-    ¿Volaban alto?, preguntó, ¿Eran fuertes sus alas, eran sanas, independientes?

-    Sí, contestaron.

-    Muy bien, dijo el sabio.  Ahora deben atarlas entre sí por las patas y suéltenlas para que vuelen.

Así lo hicieron.  Entonces el águila y el halcón comenzaron a tropezarse, intentaron volar, pero lo único que lograban, era revolcarse en el piso.  Se hacían daño mutuamente, hasta que empezaron a picotearse entre sí.  Entonces el sabio de la tribu les dijo:

-    "Si ustedes quieren ser felices para siempre: "VUELEN, PERO JAMÁS SE ATEN EL UNO AL OTRO".

 

            Pues bien, esta es la idea que muchos tienen hoy en día del matrimonio: Unirnos si pero sin sacrificio alguno para ninguna de las dos partes. Que cada cual haga lo que le parezca y sea libre dentro del matrimonio, para no picotearnos el uno al otro y ser infelices. Vamos a mencionar varias reflexiones, acerca de lo que hay que tener presente para ser feliz en el matrimonio. Yo estoy casado, desde hace más de cincuenta años, tenemos hijos y nietos y una vida feliz dentro del matrimonio, lo cual creo que me autoriza, para seguir escribiendo sobre este tema.

 

            La primera y la más fundamental de todas estas reflexiones, es la de ser conscientes que el matrimonio es cosa de tres. Ella, él y el Señor. La presencia del Señor, es indispensable, porque ella es la garantía de que el amor es genuino. Me explico: Todo lo que contemplamos y vemos ha sido creado por Dios, pertenezca esto tanto al mundo de lo visible o material, como al mundo de lo invisible o espiritual. El puro y verdadero amor, (no me refiero lógicamente a la relación sexual al margen de la voluntad del Señor, que también se mal denominan amor), ha sido creado por Dios. Él es la única fuente de donde emana todo amor que existe en  el mundo. San Juan así nos dice: "Nosotros amemos, porque él nos amó primero” (1Jn 4,19). Si el amor de los esposos no se apoya en el amor de Dios, difícilmente, el matrimonio puede funcionar, porque el amor entre ellos nunca será genuino.

 

            En esta historia, se invoca la que es para muchos, la sacrosanta palabra de “libertad”, en cuyo nombre en el mundo, se han hecho un sinfín de barbaridades. Históricamente el valor del término libertad, en los siglos anteriores al nefasto siglo XVIII, tenía un significado y valor moral distinto. Este significado y valor, fue modificado por los librepensadores, del siglo XVII, que se impusieron con su ateísmo filosófico. De esta gente, nos quedan actualmente muchos de sus descendientes, que nos siguen acosando con sus teorías y todavía estamos sufriendo su influencia. Ellos capitanearon una separación del hombre con su Creador. Nos legaron el culto a la diosa razón. A la cual, ellos mismos en Francia, llegaron a la idolátrica ridiculez, de levantarle un altar donde se rendía un pagano culto, a la diosa razón.

 

            Mientras el hombre quiera caminar de espaldas a su Creador, mientras quiera, eclipsar a Dios de su mundo, este mundo nunca marchará debidamente. En recientes palabras de Benedicto XVI, pronunciadas el domingo de Cuaresma del 2011: “Sólo podrá recuperarse el sentido del pecado que ha perdido el mundo moderno, por tanto, «redescubriendo el sentido de Dios”.

 

            El término “libertad”, es amado por Dios, pues Él nos creó libres, ya que sin libertad, no es posible que se dé la existencia del amor y él nos creó libres, para que libremente le amasemos, para que libremente escogiésemos entre su amor o el pecado, porque en esencia, pecar es no amar a Dios ofendiéndole. Pero el concepto de libertad que en este mundo han creado los librepensadores del siglo XVII, y sus nefastos descendientes, se le da al término libertad un contenido antitético, al que para Dios tiene. Libertad de actuar, no es libertad de ofender a Dios, quebrando el orden por Él establecido. La libertad no es impunidad para ofender a Dios y mucho menos, eclipsarle de nuestras vidas, ¡Qué más quisiera el demonio! Al cual desgraciadamente que hay que reconocerle sus actuales méritos, en un trabajo que al final de nada le servirá.

           

            Son muchas las características que definen el amor, no solo al amor entre los seres humanos, sino el amor que le debemos al Señor. El amor para que nazca requiere libertad, no es posible obligar a nadie a que ame, si carece de amor, el amor ni se compra ni se vende, salvo en los casos de degradación a los que el hombre ha llegado con referencia al amor carnal. El amor necesita libertad para desarrollarse, por ello Dios determinó crearnos con el libre albedrío. El amor si es libertad, pero es libertad dentro del orden por Dios establecido, no por el marcado por la diosa razón de los liberales librepensadores; todo amor que nazca a la espaldas de Dios, o quebrantado lo por Él establecido no se puede considerar amor.

 

            En el amor matrimonial, debe de haber libertad emanada del mutuo amor, pero también debe de haber porque es característica consustancial al amor, la reciprocidad y la mutua entrega, que les llevar a la identificación del uno con el otro, de aquí el viejo refrán: Dos que duermen en un colchón, se vuelven de la misma opinión. Porque el amor si es verdadero no separa sino que identifica, y la identificación presupone siempre una transformación, para hacerse uno semejante al otro. Y a su vez esa transformación o cambio, da origen a un sacrificio, que si hay amor de verdad, es un sacrificio por amor que termina siendo gozoso.

              

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

 

Otras glosas o libros del autor relacionados con este tema.

-        Libro. LOS DESEOS HUMANOS. Isbn. 978-84-613-1629-8.

-        Nacidos libres. Glosa del 21-11-09

-        El matrimonio es cosa de tres. Glosa del 16-09-10

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