Lunes, 23 de diciembre de 2024

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Ejercitar el espíritu: La Confesión sacramental

Ejercitar el espíritu: La Confesión sacramental

por Juan García Inza

 En esta propuesta que hacemos de ejercitar el espíritu en fechas tan próximas a la Semana Santa, y tras hablar de esos “defectos de Jesús” por lo que “no sabe contar”, ni “condenar”, sino que tiene la puerta abierta para todos, según nos comenta Mons. Van Thuan, hoy nos detenemos en el Sacramento de la Confesión, Sacramento de la Conversión, de la misericordia divina, fuente de alegría para nosotros pecadores.

            La Asociación “Educación Familiar Aznaitin”, publica un interesante boletín, con el que pretende ayudar a reflexionar al lector sobre temas permanentes de nuestra doctrina cristiana, y de nuestro modo de vivir la vida. Uno de sus colaboradores, Juan Molina Prieto, ofrece en el n. 53 un sencilla y clara exposición sobre el Sacramento del perdón. Lo ofrecemos en nuestro Blog invitando al lector a que haga sobre él una lectura práctica, que le lleve a tomar una decisión determinante de volver a la casa del Padre para recuperar el amor perdido.

 

            Por poco observadores que seamos estoy seguro de que nos damos cuenta de algunas características que definen a muchos hombres y mujeres en los tiempos actuales: la autosuficiencia, el activismo, la superficialidad. La autosuficiencia porque confiamos sólo en nuestras propias fuerzas y nos vemos capaces de resolver todos los problemas que nos envuelven. Se nos olvida habitualmente que «valemos poco» y un simple catarro nos obliga a guardar cama. El activismo, que nos lleva de cabeza, viviendo en la «prisa» permanente e incluso en el agobio. Ciertamente los hombres hemos de trabajar, pero no es bueno que perdamos la escala de valores que da sentido a nuestra vida: Dios, familia, trabajo. La invertimos con enorme ligereza y dedicamos tiempo y esfuerzo a cosas secundarias, buscando en ellas la paz y la alegría, y no encontrándola nunca porque no está ahí. En resumen, creo no exagerar si escribo que hoy día, hay muchos seres humanos que vivimos como si Dios no existiera.

 

Y el hecho es que la gran mayoría son cristianos porque recibieron el Bautismo. Por ello, a todo el que pudiera encontrarse en esa situación, me permito instarle a que haga un «alto en el camino», que reflexione un poco sobre el verdadero sentido de su vida; que se dé cuenta de que en última instancia, su vida no depende de él en su totalidad, sino también de los planes de Dios para con él. Y que acepte con sencillez que sólo será feliz si decide vivir como Dios quiere.

 

A partir de ahí se ha de imponer en cada hombre la firme decisión de hacer como el hijo pródigo de la parábola: «Volveré a la casa de mi padre». Pero sería bueno tener presente que la gracia de Dios necesaria para «aceptar» ese pensamiento y «ponerse en camino», le llegará con total certeza si se la pide a nuestra Madre del Cielo. Y es que a Jesús, «se va y se viene por María», como recordaba San Josemaría. Y a continuación, a ponerse al habla con un sacerdote que sea santo, para prepararse a una buena confesión, porque si nuestro deseo de poner nuestra vida cristiana en orden no nos lleva a hincharnos de rodillas en un confesionario, estamos perdiendo el tiempo.

 

En la confesión abriremos nuestra alma al sacerdote con humildad, y le expondremos con sencillez y con verdad los pecados con los que hemos ofendido a Dios desde la última vez que confesamos o al menos desde que recordemos. Y nos arrepentimos de esos pecados porque con ellos habíamos puesto nuestro amor en nosotros mismos y en las criaturas en vez de ponerlo en el Señor. Y allí mismo, le decimos que estamos dispuestos a poner todos los medios para no volver a ofenderle. Y cuando terminamos, Dios Nuestro Señor, a través de la persona del sacerdote nos dice: «Yo te perdono, vete en paz». Y la gracia de Dios inunda nuestro ser y lloramos de alegría porque ya somos otros, pues «estábamos muertos y hemos vuelto a la vida». Así de sencillo porque nuestro Dios es Misericordioso, y nos quiere con tanta locura que dio su vida por nosotros en la Cruz y además se quedó en la Eucaristía para que lo recibamos como alimento Por eso, tras una buena Confesión y con el alma ya limpia, nos apresuramos a recibir el Cuerpo del Señor, desde cuyo momento «ya no soy yo quien vive, sino Dios quien vive en mí», como decía San Pablo.

 

Queridos amigos, este camino divino está al alcance de todos. Os animo a recorrerlo. Y no lo dudéis, ahí es donde únicamente encontraremos la paz y la alegría que todos anhelamos.

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            No tengo nada más que añadir. Solo desear a todos que esta Cuaresma, que ya termina pronto, suponga un cambio interior, que haga realidad lo que se nos dijo al recibir la ceniza: “Conviértete y cree en el Evangelio”

Un testimonio de conversión:

 www.youtube.com/watch

 

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