Cumplimentar su voluntad
por Juan del Carmelo
Muchas veces a lo largo de nuestra vida… hemos rezado un Padrenuestro y hemos dicho: “Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”. Y desde luego, sin duda de ningún género, que en el cielo siempre se realiza la voluntad de Dios. Pero… que pasa en la tierra, y no solo en términos generales sino específicamente en relación con nosotros mismos, pues cada uno de nosotros, somos una pequeña parte de ese conjunto de hombres que pueblan la tierra. Somos una unidad de la suma de cerca de 7.000 MM de voluntades que conforman la voluntad del hombre en la Tierra.
Desde luego que en la tierra, no se realiza la voluntad de Dios, los hombre nos cumplen con su obligación de guardar la voluntad de Dios. No hay que hay que tener ojos de águila ni ir a Salamanca, para verlo y entenderlo. Pero es el caso que, si la voluntad de Dios no se realiza en la tierra, es porque los hombres no la cumplimentan, pues el resto de la creación, sean; minerales, plantas, animales, fenómenos atmosféricos, astros, planetas…. Todo absolutamente todo, cumple con la voluntad de Dios, menos el que se auto denomina rey de la creación, y que es el más obligado a amar a Dios y cumplimentar su voluntad. Pero como Dios lo creó con libertad para que fuese a su Amor libremente, la libertad la ha quebrado y no solo no acude a su Amor, sino que además se da el lujo de menospreciarlo.
En principio, y de una forma muy simple, se puede decir, que cumplimentar la voluntad de Dios es sencillamente guardar sus mandamientos. La vida terrenal de Cristo fue un perfecto acto de unión con la voluntad del Padre, y así Él nos dejó dicho: “Yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn 15,10). Para Cristo en la tierra, identificar su voluntad con la del Padre, era permanecer en el amor de Dios. El Señor a lo largo de su pasa por la tierra, continuamente nos da muestras, de la importancia que tiene identificar nuestra voluntad con la de Dios Padre y así, en otro pasaje de los Evangelios, nos dice: “Pues he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado”. (Jn 6,38).
Dios nos da conocer su voluntad, por medio de lo que nos prohíbe, nos ordena o nos aconseja realizar. Las dos primeras formas por la que prohíbe o manda se llaman “Voluntad revelada de Dios” y la tercera se llama “Voluntad de beneplácito de Dios”. La llamada voluntad revelada está constituida esencialmente por los mandamientos de la Ley de Dios.
La voluntad de beneplácito de Dios, se revela en sus acciones y disposiciones sobre nosotros. Es aceptar y unir nuestra voluntad a la del Señor y este es el principal factor de nuestra vida espiritual. San Francisco de Sales, aclara este concepto de la voluntad de Dios de beneplácito, diciendo que: “Nada se hace fuera del pecado, sino por la voluntad de Dios llamada de beneplácito o absoluta que nadie puede impedir y que solo es conocida por sus efectos, los cuales, una vez producidos, nos manifiestan que Dios los quiso y determinó”. Y el teólogo dominico Royo Marín escribe que: “La voluntad de beneplácito es el acto interno de la voluntad de Dios, aún no manifestado ni dado a conocer. De ello depende el porvenir todavía incierto para nosotros: sucesos futuros, alegrías y pruebas de breve o larga duración, hora y circunstancias de nuestra muerte, etc…. No sabemos lo que Dios tiene dispuesto sobre nuestro porvenir o el de los seres queridos. Pero sabemos ciertamente tres cosas: a) que la voluntad de Dios es la causa suprema de todas las cosas; b) que esa voluntad divina es esencialmente buena y bienhechora; c) que todas las cosas próspera o adversas que pueden ocurrir contribuyen al bien de los que aman a Dios y quieren agradarle en todo”.
En otras palabras, como su nombre indica se trata de dar el beneplácito o conformidad por nuestra parte a todo lo que Dios a permitido o dispuesto para nosotros. Expresado todo esto en términos más vulgares, podemos resumirlo en unos pareados que dicen:
“Sea bueno o malo lo que recibamos,
de sus divinas manos viene,
y es lo que más nos conviene,
aunque no lo comprendamos”.
La voluntad de Dios es absoluta e inmutable. Cuando seamos glorificados, los que lleguen a serlo se entiende, carecerán de voluntad propia, porque su voluntad en el cielo, será siempre la del Señor, porque su amor a Él les impide querer algo distinto de lo que Él quiere. Y a ello, es a lo que tenemos que acudir aquí en la tierra, a identificar nuestra voluntad con la de Dios. En la vida espiritual, la finalidad última es adquirir la perfección entregando nuestra voluntad a la del Señor, ya que Él y solo Él, es perfecto y así se nos dijo: “Sed, pues, perfectos, como perfecto es vuestro Padre celestial” (Mt 5,48). Y también aquí podríamos acudir a otros versos que nos dicen:
“Que no sea yo quien decida,
lo que ha de ser mi vida,
que mi vida solo sea,
lo que tu divina voluntad desea”.
En relación a este tema, de cumplimentar la voluntad de Dios, nuestra oración tiene mucha importancia, puesto que si nos preguntamos: ¿Qué es lo que pretendemos con la oración? Son varias las pretensiones que podemos tener pero, quizás la pretensión más perfecta, es la de tratar de que logremos, la unión amorosa de nuestra voluntad con la del Señor, la entrega total de nuestro corazón a Él. Pero en general lo que siempre predomina es la llamada oración de petición, y en gran parte de la oración que los fieles realizan, estos más buscan su propio interés, que acomodar su voluntad a la divina.
El obispo Sheen escribía: “La persona que solo piensa en si misma dice únicamente oraciones de petición, quién piensa en el prójimo dice oraciones de intercesión; quien solo piensa en servir a y amar a Dios dice oraciones de abandono en la voluntad de Dios, y ésta es la oración de los santos. El precio de esta oración es demasiado alto para la mayoría de estas personas, pues exige el desplazamiento de nuestro yo. Muchas almas quieren que Dios haga la voluntad de ellas; llevan sus planes ya armados y preparados para ser realizados según sus deseos y piden a Dios que les ponga el sello de aprobación sin ninguna modificación. Al Señor, hay que acercarse siempre con la intención de buscar solo la voluntad de Dios y no la propia. Nuestra intención debe de ser la de conformar nuestra voluntad a la del Señor y no tratar de atraer a nuestra voluntad, la del Señor. Porque es locura en el hombre querer, algo contrario a la voluntad, del Señor, cuando el infinitamente más sabio que nosotros, sabe mejor que es lo que más nos conviene.
Pero, si por el contrario, usamos nuestra propia voluntad para aceptar la voluntad del Señor y buscamos conformar nuestro corazón al suyo, entonces realizaremos nuestra parte para dejar al Señor vivir en nosotros y encontrar nuestra vida en Él, abriéndonos el camino hacia la contemplación. Porque el contemplativo que quiere permanecer en Dios, debe aceptar el perder su propia voluntad, vaciándose de ella para dejarse invadir por la voluntad del Señor… “Comprendo, escribía el P. Andrés María de la Cruz, que existan pocos contemplativos verdaderos, pues ello supone una enorme desapropiación de sí mismo, una gran invasión de ese alguien temiblemente misterioso y exigente, que es Dios”.
Santa Teresa de Jesús, escribía: “En lo que está la suma perfección, claro está que no es en regalos interiores, ni en grandes arrobamientos ni visiones, ni en espíritu de profecía, sino en estar nuestra voluntad tan conforme con la de Dios, que ninguna cosa entendamos que quiera que no la queramos con toda nuestra voluntad y tan alegremente tomemos lo sabroso como lo amargo, entendiendo que lo quiere Su Majestad. (Fundaciones 5,10)”. Y en su obra Las moradas o castillo interior, decía: “Y creedme que no está el negocio en tener hábito de religión o no, sino en procurar ejercitar las virtudes y rendir nuestra voluntad a la de Dios en todo, y que el concierto de nuestra vida sea lo que Su Majestad ordenare en ella, y no queramos nosotras que se haga nuestra voluntad, sino la suya”.
Asimismo Santa Teresa también decía: “Yo deseo servir a este Señor, no pretendo otra cosa sino contentarle, no quiero contento ni descanso ni otro bien sino hace su voluntad, que de esto bien segura estaba yo, a mi parecer, que lo podía afirmar. Pues si este Señor es poderoso, como veo que lo es, y sé que lo es, y que son sus esclavos los demonios –y de esto no hay que dudar, pues es de fe- siendo yo sierva de este Señor y Rey, ¿qué mal me puede hacer a mí? ¿Por qué no he de tener fortaleza para combatir contra todo el infierno?”. (Las Misericordias de Dios. Su vida contada por ella misma).
Lo que desea el Señor de nosotros, es que entendamos que nuestra única riqueza en esta vida está en acomodar nuestra voluntad a la Suya, cuando esto suceda, es cuando cada uno de nosotros, podremos rezar diciendo con todo sentido fiat voluntas tua, hágase tu voluntad.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Otras glosas o libros del autor relacionados con este tema.
- Libro. EN LAS MANOS DE DIOS. Isbn. 978-84-612-3133-1.
- Amar la voluntad de Dios. Glosa del 25-02-10
- ¿Existe voluntad de amar al Señor? Glosa del 23-12-10