El Narrador
por Juan del Carmelo
Ha llegado a mis manos una historia que voy a contarla. Es una historia de la vida, que me parece a todas nos afecta y de una forma o de otra todos la hemos vivido, sino exactamente igual, sí de una forma muy similar. La historia dice así:
“Unos cuantos años después que yo naciera, mi padre conoció a un extraño, recién llegado a nuestra pequeña población. Desde el principio, mi padre quedó fascinado con este encantador personaje, y enseguida lo invitó a que viniese a vivir con nuestra familia. El extraño aceptó y desde entonces ha estado con nosotros....
Mientras yo crecía, nunca pregunté su lugar en mi familia; en mi mente joven ya tenía un lugar muy especial. Mis padres eran instructores complementarios en nuestra educación: Mi madre me enseñó lo que era bueno y lo que era malo y mi padre me enseñó a obedecer. Pero el extraño era nuestro narrador. Nos mantenía hechizados por horas con aventuras, misterios y comedias. Él siempre tenía respuestas para cualquier cosa que quisiéramos saber de política, historia o ciencia. ¡Conocía todo lo del pasado, del presente y hasta podía predecir el futuro! Llevó a mi familia al primer partido de fútbol. Me hacía reír, y me hacía llorar.
El extraño nunca paraba de hablar, pero a mi padre no le importaba. A veces, mi madre se levantaba temprano y estaba callada, mientras que el resto de nosotros, estábamos pendientes para escuchar lo que tenía que decirnos el narrador, pero ella se iba a la cocina para tener paz y tranquilidad. Ahora me pregunto si ella habría orado alguna vez, para que el extraño se fuera. Nosotros le hacíamos más caso a él que a nuestra madre, e inclusive que a nuestro padre.
Mi padre dirigió nuestro hogar con ciertas convicciones morales, pero el extraño que vivía con nosotros nunca se sentía obligado para honrarlas. Las blasfemias, las malas palabras, por ejemplo, no se permitían en nuestra casa… Ni de nosotros, ni de nuestros amigos o de cualquier visitante. Sin embargo, nuestro visitante de largo plazo, lograba pronunciar la palabra esa, "HP", y otras que quemaban mis oídos e hicieron que mi padre se retorciera y mi madre se ruborizaran.
Mi padre nunca nos dio permiso para tomar alcohol. Pero el extraño nos animó a intentarlo y a hacerlo regularmente. Hizo que los cigarrillos parecieran frescos e inofensivos, y que los puros y las pipas se vieran su uso con un cierto aíre de distinción. Hablaba libremente, demasiado a nuestro juicio sobre sexo, parecía como si tuviese una obsesión sobre este tema. Sus comentarios eran a veces evidentes, otras sugestivos, y generalmente vergonzosos.
Ahora sé que mis conceptos sobre relaciones, con mis compañeros y mis compañeras en clase, fueron influenciados fuertemente durante mi adolescencia por el extraño. Repetidas veces lo reprendieron al huésped narrador y raramente hizo caso a los valores de mis padres y estos nunca pidieron que se fuera de casa.
Han pasado más de cincuenta años desde que el extraño se mudó con nuestra familia. Desde entonces ha cambiado mucho para mí, ya no lo aprecio como antes; ya no es tan fascinante como era al principio, aunque él no es que siga igual, es que sigue peor. No obstante, si hoy usted pudiera entrar en la casa de mis padres, todavía lo encontraría sentado en su esquina, esperando a alguien para que escuchara sus charlas y para verlo dibujar sus cuadros....
¿Su nombre? Nosotros lo llamamos ¡Televisor!... ¡Ahora tiene una esposa que se llama ¡Ordenador! y un hijo que se llama,… ¡Teléfono móvil!”
Pues bien, esto es lo que nos ha pasado a todos, y les sigue pasando a muchos. Los avances tecnológicos, nos tienen absorbidos, sobre todo a la juventud. Los de edad madura, luchan por ponerse a la altura de la juventud, que con una mente más adaptada a estos avance tecnológicos, les sacan más provecho. La tragedia es para los que se encuentran en la tercera edad, que salvo escasas y notables excepciones, por la capacidad de adaptación que demuestran en el uso de las nuevas tecnologías, sobretodo del ordenador, el resto de miembros de la tercera edad, viven con un cierto complejo de no manejar el ordenador ni tener correo electrónico.
No voy a decir, que las modernas tecnologías, son un producto de satanás para corrompernos más de lo que ya estamos y desde luego que a la vista de bastantes programas de TV, desde luego que hay razones para pensar así. Para mí las modernas tecnologías, que tanto mal pueden estar generando, también generan bien, y como todo lo creado, estas tecnologías son obra del Señor, realizadas por los hombres que solo son meros instrumentos de Dios. Él las pone a nuestra disposición, como medios para el ejercicio del bien. Como el Señor nos dejó dicho: “Lo que sale de la boca viene de dentro del corazón, y eso es lo que contamina al hombre. Porque del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias. Eso es lo que contamina al hombre” (Mt 15,18-20) El uso que los hombres hacen de estos medios de la tecnología, es lo que contamina o engrandecen al hombre, no son las tecnologías.
Las modernas tecnologías, están transformando el mundo que nosotros hemos conocido, y esa transformación, nos molesta de la misma forma, que nos molesta que cambien la estructura de la ciudad que hemos conocido desde niños, que desaparezcan antiguas construcciones que para nosotros tenían recuerdos y encanto y se sustituyan por modernos edificios, que aunque nos los califiquen de fantásticos, para nosotros son adefesios. ¿Qué es lo que ocurre? Sencillamente que el mundo que conocimos en los mejores años de nuestra vida, va desapareciendo y esto nos incomoda y nos molesta porque estamos apegados a lo que aquí tenemos y estas transformaciones urbanas, estos cambios de costumbres, estas nuevas tecnologías, nos recuerdan algo que nos molesta, nos recuerdan que nos tenemos que marchar, y que cada día que pasa la marcha se hace más inevitable. Si es que alguien alguna vez consiguió evitarla, ie lo consiguió jamás, ni nadie lo conseguirá. Esto es un algo de las pocas cosas en que todos los humanos estamos de acuerdo.
Los problemas con los que tropezaron las personas, en el siglo XIX, fueron distintos de los que encontraron las personas del siglo XVIII, y distintos de los nuestros. Dios en su infinita omnipotencia, se permite el lujo, de crear para cada generación condiciones de vida y de lucha en el acercamiento hacia Él totalmente distintas, pero es más, se permite el lujo de que esas condiciones de vida y de elementos disponibles para la lucha ascética, sean siempre diferentes en cada persona de cada generación. Por ello, nadie será considerado en su amor a Dios, con la misma vara, cada uno tenemos preparada una vara para ser apreciados, y en la medida en que seamos capaces de amar más en este mundo, nuestra vara irá cambiando de tamaño.
Dios siempre tiene una finalidad, en todo lo que hace o permite que se haga y ella es, la de que todos lleguemos a ser glorificados con su amor en el cielo. Bien es verdad, que satanás continuamente máquina para que el hombre peque, pero su actuación siempre tiene un límite, del cual Dios no le permite que lo traspase. Si se lo permitiese estaríamos ya todos en el infierno. Tenemos a nuestra disposición unas máquinas que nos permiten obrar bien u obrar mal, y esto es tan simple como las setas del campo; las hay que son un manjar exquisito, y las hay venenosas, en nosotros está el saber cuáles comemos, y en nosotros, está el saber hacer el debido uso de estas tecnologías. Ser firmes en nuestras convicciones y nunca dejarnos arrastrar por lo que hagan los demás.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
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- Escándalo. Glosa del 06-09-09