Transverberación
por Juan del Carmelo
Al tocarle el turno al Señor, el centurión Longino, vio que ya había muerto y no consideró necesario quebrarle las piernas, por lo que para cerciorarse de su muerte, tomó su lanza y atravesó con ella el costado del Señor llegando hasta el corazón. Solo San Juan nos refiere estos hechos cuando escribe: “Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús. Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua. El que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean. Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: "No le quebrarán ninguno de sus huesos" (Jn 19,33-36).
El hecho de que manase agua y sangre del costado del Señor, antiguamente era considerado como un milagro y de otro lado, se remarcaba el tremendo simbolismo que este hecho tiene para un cristiano, y más concretamente para un católico, ya que de esa agua emanan los Sacramentos de su esposa que es su Iglesia. Se entendía así que los Sacramentos emanan del costado de Cristo, de la misma forma que del costado de Adán emanó Eva su esposa. Científicamente hoy en día se puede explicar fenómeno de la sangre y el agua por la perforación del seno del pericardio del Señor.
En una glosa anterior, decíamos que: “Señor cuando encuentra, un alma que camina firmemente hacia la santidad, entonces Él se engolosina con esta alma, de tal forma que ya en esta vida, la hace parcialmente partícipe de sus dulzuras y de sus sufrimientos, que en muchos casos, estos sufrimientos están relacionados con los suyos en la cruz” Entre estos últimos, están los denominados, estigmatizaciones y transverberaciones. Esta afirmación anterior, es la base de donde nacen los llamados ímpetus espirituales, entre los cuales se encuentran las transverberaciones. También en la glosa anterior, recogíamos, las palabras del teólogo dominico A. Marín que en línea con San Juan de la Cruz, es asimismo partidario de considerar que los llamados ímpetus espirituales, no añaden nada a la santidad del que los recibe, y en esta idea manifiesta: “La santidad, la única verdadera y auténtica santidad, consiste en la práctica afectiva y efectiva de las virtudes cristianas en pos de Cristo, y en atención a Él. Todo lo demás, incluso los más espectaculares fenómenos místicos y milagros extraordinarios, no añade absolutamente nada al grado de santidad alcanzado por un alma, por la práctica de las virtudes heroicas, sobre todo de la fe, esperanza y caridad que son las más importantes”.
Y escritas estas notas de introducción entramos en la Transverberación. Esta es un signo inequívoco de
comunión sublime con Jesucristo sufriente. Los teólogos la definen como una gracia espiritual especial, por la que la persona que la recibe, se llena de amor divino, y siente que tiene el corazón traspasado por una espada, que al mismo tiempo le produce dolor, amor y gozo. Santa Teresa de Jesús cuyas experiencias místicas llegaron a las alturas de los esponsales espirituales, el matrimonio místico y la transverberación no fue la única, que "sufrió" este fenómeno, sino que también se cuenta de la vida de la franciscana italiana Clara de Montefalco, que también lo sufrió.
Santa Teresa escribía esta situación en su Libro de la Vida, Cap 29, 13: “Quiso el Señor que viese aquí algunas veces esta visión: veía un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo, en forma corporal, lo que no suelo ver
sino por maravilla; aunque muchas veces se me representan ángeles, es sin verlos, sino como la visión pasada que dije primero. En esta visión quiso el Señor le viese así: no era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido que parecía de los ángeles muy subidos que parecen todos se abrasan. Deben ser los que llaman querubines, que los nombres no me los dicen; más bien veo que en el cielo hay tanta diferencia de unos ángeles a otros y de otros a otros, que no lo sabría decir. Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Era tan grande el dolor, que me hacía dar aquellos quejidos, y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor, que no hay desear que se quite, ni se contenta el alma con menos que Dios. No es dolor corporal sino espiritual, aunque no deja de participar el cuerpo algo, y aun harto. Es un requiebro tan suave que pasa entre el alma y Dios, que suplico yo a su bondad lo dé a gustar a quien pensare que miento”.
Y, ¿qué es lo que alguien puede añadir a esta descripción? Muchas son las almas que han sentido ímpetus de amor o dones místicos, como también se les denomina, pero frente a la Transverberación de Santa Teresa, estamos todos en nuestra vida espiritual a 100 millones de años luz.
Termino recordando que cuando Santa Teresa falleció, su corazón lo encontraron con la cicatriz de una herida larga y profunda. Santa Teresa tenía el anhelo de morir pronto para unirse con su Amado, pero este deseo como le suele ocurrir a los que van camina de la santificación, estaba aminorado o incluso suprimido por el deseo aún más fuerte, que la inflamaba de sufrir por su amor al Señor y cumplir su voluntad. A este propósito escribió: "La única razón que encuentro para vivir, es sufrir y eso es lo único que pido para mí".
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Otras glosas o libros del autor relacionados con este tema.
- Libro. MILAGROS EN LA EUCARISTÍA. Isbn. 978-84-611-79091.