Lunes, 23 de diciembre de 2024

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Vasija de la fe

por Juan del Carmelo

           Cuando un niño nace, ya dispone plenamente de lo que le ofrece la vida natural. Todo lo que le es propio a su vida natural no le falta nunca y ella la vida natural, le proporciona todas las facultades, que le permiten a su cuerpo y posteriormente a su alma conocer y desarrollarse. Estas facultades de carácter natural, inicialmente serán unas incipientes facultades que poco a poco se le irán desarrollando, tales como la facultad de memorizar, la facultad de pensar y razonar, es decir su intelecto y la voluntad de poner en marcha los deseos que su intelecto le haya creado. Pero esto es todo y nada más, porque aquí se acaban las facultades que recibimos que solo son las pertenecientes al orden natural. En razón a la desgraciada conducta de nuestros primeros padres, cuando nacemos, carecemos de las facultades de orden sobrenatural, que ellos si tenían en el Paraíso.

 

            Para que se puedan restaurar en el niño nacido, las facultades sobrenaturales, el Señor instituyó el Sacramento del Bautismo, conforme al cual se le confiere al bautizado la primera gracia santificante, por la que se perdona, el pecado original y todos aquellos que puedan haber en el alma de bautizado, pues hasta el momento de su muerte, cualquier persona no bautizada puede bautizarse. El bautismo nos imprime el carácter de cristianos, nos hace hijos de Dios y herederos de su gloria, así como nos habilita para recibir los demás Sacramentos. Un no bautizado que comulga, se toma su propia condenación. “Pues cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga. Por tanto, quien coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma así el pan y beba de la copa. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo”. (1Co 11,26-29). Pero además el bautismo infunde en el alma del bautizado las virtudes teologales y las cardinales, pero este germen de virtudes que el bautismo infunde, sin mérito alguno por parte del bautizado tienen que ser posteriormente desarrolladas por este.

                                                                                                      

            La fe como sabemos es de las tres virtudes teologales, la primera que se enumera, no es la más importante de las tres, pero si es aquella que tiene la llave de la existencia, de ella misma y de las otras dos, pues si no hay fe, no habrá ni amor ni esperanza. Y a la fe concretamente nos vamos a referir, parangonando esta virtud con una vasija de barro.

 

            El término vasija es empleado frecuentemente, en referencia exclusiva a la utilidad de este elemento y a su uso en la Biblia 35 veces, pero es el profeta Isaías el que en los capítulos 29, 30 y 45 de su libro de profecías, usa este elemento de la vida ordinaria, que era de más uso en la antigüedad que actualmente, como parangón con respecto al hombre, pues del barro fue sacado el hombre, al igual que la vasija y fue el Señor su alfarero. Escribe Isaías: “¡Ay de quien litiga con el que la ha modelado, la vasija entre las vasijas de barro! ¿Dice la arcilla al que la modela: ¿Qué haces tú?, y ¿Tu obra no está hecha con destreza? … Así dice Yahveh, el Santo de Israel y su modelador: ¿Vais a pedirme señales acerca de mis hijos, y a darme órdenes acerca de la obra de mis manos? Yo hice la tierra  y creé al hombre en ella”. (Is 45,912).

 

            Las virtudes teologales que recibimos infusamente en el bautismo, eran y son una vasija de barro, que todos llevamos y debemos de cuidar de ella agrandando su tamaño, pues en ella, se depositan las gracias divinas que recibimos y oportunamente utilizamos. Cuantas más gracias recibamos y aprovechemos, otras más no serán dadas porque: "Decíales: Prestad atención a lo que oís: con la medida con que midiereis se os medirá y se os añadirá. Pues al que tiene se le dará, y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado”. (Mc 4,24-25).

 

            Nuestro mayor empeño en esta vida, ha de ser acrecentar el tamaño de nuestra vasija, pues cuanto más grade sea el tamaño de esta, el día que nos presentemos arriba, más gracias y glorias nos cabrán dentro de ella y más glorificados seremos. Es indudable, nadie lo discute, que en el cielo existe una jerarquía de amor y unos están más glorificados que otros. Pero nadie tendrá envidia de la mayor gloria de otro, porque la vasija que cada uno hayamos formado, cualquiera que sea su tamaño nos será llenada y rellenada hasta los bordes y nunca podremos ansiar más felicidad porque la que tendremos, será plenamente, la que hemos querido tener. Y de la misma forma que en el cielo existe una jerarquía de glorificación, también en el infierno existe una jerarquía, no de amor pero sí de odio y sufrimiento, porque el odio y el sufrimiento eterno de unos, será superior al de otros, de acuerdo con los méritos negativos o deméritos, que cada uno de los reprobados, haya acumulado.

 

            Para comenzar a cuidar de la vasija que recibimos en el bautismo y hacerla crecer en su tamaño, siempre hemos de comenzar por la fe. Al neófito cuando se le va a bautizar se le pregunta: “¿Qué pides a la Iglesia?”. Y la respuesta de este es: “La Fe”. Y sigue el diálogo: “¿Qué te da la Fe?”. La respuesta es: “La vida eterna”. Es decir, somos engendrados a la vida cristiana por la Fe. Y nacemos a la vida cristiana por el Bautismo. Y así, el Bautismo es el primero y decisivo encuentro del nuevo cristiano con Cristo en la Iglesia. Y su compromiso con Cristo para siempre. Por supuesto que hay que distinguir entre el neófito adulto y el niño recién nacido. En el segundo caso son los padrinos los que prestan las respuestas y se comprometen a la educación cristiana del niño en el supuesto de que falten sus padres. Ser cristiano, en consecuencia, va a consistir en vivir el Bautismo, es decir, la Vida de Fe y de Gracia, responsable y consecuentemente toda la vida. El Bautismo cristiano consiste en la participación activa, permanente y viva, en el misterio de Cristo, muerto y resucitado. Lo mismo que Cristo murió verdadera y físicamente en la cruz, así el cristiano muere, metafóricamente se entiende, en el Bautismo; muere efectivamente al pecado. Pero, además, y este es el aspecto más importante, Cristo resucitó. Así, el que se bautiza en Cristo resucita con Él a la vida nueva de la gracia.

 

            Y para acrecentar el bautizado su nueva vida en la gracia, esta ha de cuidarla y para ello dispone de su vasija Pero, ¡ojo! Nuestra vasija es de barro no de metal, y le pueden pasar dos cosas, una es que se  puede agrietar y la otra es que se puede romper o quebrarse. Cuando una vasija se agrieta, es porque no está bien conservada y protegida, entonces lentamente por las grietas se nos escapan las gracias que podamos tener y conservar. En esas condiciones un alma no puede prosperar en el amor al Señor, porque a ella le falta la gracia que la alimente, esta alma, se entibiará y ya sabemos lo que Dios opina de los tibios: "Conozco tu conducta: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Ahora bien, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca”. (Ap 3,1516). Es el pecado venial y la frívola conducta, la que nos mantiene en la tibieza, la que nos resquebraja la vasija y poco a poco esta se va habiendo más frágil, hasta que se rompe.

           

            Pero lo peor, es que la vasija se rompa y cuando esto ocurre, se pierden todas las gracias, se pierde el estado de gracia, se pierde totalmente la amistad con el Señor. Y esto ocurre cuando se reniega abiertamente del amor del Señor por el pecado mortal, por infringir sus mandamientos. Pero Él en su infinita misericordia, está dispuesto a perdonarnos, pero siempre que medie el arrepentimiento. El perdón sin arrepentimiento que muchos pretenden, es imposible obtenerlo de Dios. No hace falta decir que el sacramento del perdón divino es la confesión, que es un sacramento que última y desgraciadamente no está muy de moda y así les va ahora, y así les ira despues a los que quieren ir de progres con la moda.  

 

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

 

Otras glosas o libros del autor relacionados con este tema.

-        Libro. AMAR A DIOS. Isbn. 978-84-611-6450-9.

-        Virtudes teologales. La Fe. Glosa del 29-07-09

-        Dudas de fe. Glosa del 24-09-09

-        Vivir la fe. Glosa del 2712-09

-        Señor creo en Ti. Glosa del 27-0510

-        Fortaleza de la fe. Glosa del 20-0610

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