Viernes, 22 de noviembre de 2024

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Potencias y virtudes

por Juan del Carmelo

           Dios nos llama a todos a la santidad. Pero para atender debidamente a esta llamada, no nos basta con ser humanamente buenas personas, pues la llamada divina es a mucho más, es a que seamos participes de la misma divinidad y el camino para alcanzarla requiere de nosotros que lleguemos a una plena aceptación de la voluntad de Dios. Y para ello Dios nos ha dado la posibilidad de que nuestros actos buenos se graven en nuestra alma en forma de hábitos que nos facilitan el camino al cumplimiento de la voluntad de Dios. Cada acto que realizamos, sea bueno o malo, nos deja gravada nuestra alma con una huella surcada por el bien o el mal que hayamos ejecutado. Cuando los actos generan sucesivas huellas en nuestra alma, creamos unos hábitos en nosotros, que pueden ser positivos o negativos al cumplimiento de la divina voluntad. En el primer caso hemos creado una virtud y en el segundo, es cuando estamos frente a la antítesis de la virtud, que es el vicio.

 

            Como sabemos, las virtudes pueden ser naturales o sobrenaturales. Las naturales son aquellas que se adquieren por la práctica frecuente y autodisciplina habitual, que llegan a hacernos más fácil la ejecución de los actos referidos a esta virtud, por ejemplo, si nos imponemos  la norma de decir siempre la verdad, adquiriremos la virtud de la veracidad y nos alejaremos del vicio de la mentira; esta clase de virtudes son de adquisición natural. Por el contrario las llamadas sobrenaturales, en su adquisición no intervienen directamente, los hábitos de actuación de la persona, sino que son virtudes infusas, es decir infundidas en el alma humana por el Señor. Pero el hecho, de que en esta segunda clase de virtudes sobrenaturales, funcione la infusión de la virtud en el alma humana, no se hace por ello más fácil, la práctica de la virtud de que se trate. Practicar la virtud aunque sea esta infusa siempre nos cuesta.

 

            Las llamadas virtudes sobrenaturales, son de dos clases de acuerdo con su campo de actuación: las llamadas Virtudes morales o cardinales y las llamadas teologales. Dentro de las primeras tenemos cuatro siendo ellas conocidas con el nombre de cardinales (en latín cardo significa eje) estas son: Prudencia, justicia fortaleza y templanza, En estas cuatro virtudes, la gracia divina las saca del orden puramente natural y las eleva al orden sobrenatural, siempre que la persona que las realiza viva y se encuentra en estado de gracia. En caso contrario son virtudes puramente naturales. San Juan de la Cruz nos dice que: “El cristiano debe gozarse en los bienes morales y buenas obras que practica, porque producen los frutos descritos (frutos del Espíritu Santo). Pero su gozo no debe quedar aquí como si fuera un pagano cuyos ojos no transciende de esta vida mortal (por ejemplo la filantropía). Ya que tiene luz de fe por la que espera vida eterna, sin la que lo de aquí ni lo de allí le servirá para nada, solo y principalmente debe gozarse en la posesión, y práctica de los bienes morales, porque obrando por amor de Dios le adquieren vida eterna”.

 

            Las llamadas teologales, estas son tres: Fe, esperanza y caridad (entendida esta en su concepción más amplia, como amor a Dios, no en su concepción restringida de amor al prójimo, tal como muchos la entienden). La fe es la luz divina, que solo puede ser vista a través de los ojos del alma. Es un don divino que el Señor está dispuesto a facilitar sin tasa ni restricción alguna al que tenga deseos de gozarla. Pero no se puede adquirir nunca solo por medio de la razón humana, esta puede ayudar en la adquisición y conservación de esta virtud, pero ella sola no puede suplantar la acción de la gracia divina concediendo este don. Adquirida la fe, aparece en el alma la esperanza y la caridad con la misma fuerza y empuje que tenga la fe adquirida. La esperanza y la caridad siempre crecen y decrecen al unísono con la fe que se tenga. Ellas tres se apoyan mutuamente y mutuamente crecen y también pueden decrecer.





Pero en todos los procesos mentales necesarios para adquirir, ejecutar y conservar acreciendo las tres virtudes teologales, el alma humana necesita apoyarse y utilizar las tres potencias de que dispone el alma por voluntad divina. Estas tres potencias o facultades del alma humana, son: La memoria, la inteligencia y la voluntad. Y entre las potencias del alma y las tres virtudes teologales, media una característica que se pondrá de manifiesto el día en que una vez salvados por los méritos de Nuestro Señor, alcancemos nuestra santificación final.

 

Una vez arriba habremos entrado en la eternidad, lo cual quiere decir, que nos desaparecerá el dogal del tiempo, que aquí abajo tenemos, para que seamos conscientes de que aquí estamos solo de paso, y para demostrar nuestro amor al Señor. En la eternidad al carecer del dogal del tiempo, todo será para nosotros presente, y entonces desaparecerán en nosotros la fe que quedará convertida en plena evidencia porque veremos plenamente lo que ahora solo vislumbramos. También desaparecerá de nosotros la esperanza, porque lo que ahora esperamos allí será una realidad eterna. Y también de nuestras potencias desaparecerá la memoria, porque al estar en la eternidad todo en nosotros será presente, no existirá ni el pasado ni el futuro. Y también la voluntad, pues al habernos entregado plena y perfectamente al amor divino, nuestra voluntad estará totalmente identificada con la divina.

 

 En resumen solo nos perdurarán el amor y el entendimiento. El amor, esta virtud es la primera de ellas y la más fundamental. Recordemos las palabras de San Juan evangelista para el cual, Dios es amor y solo amor; la esencia de Dios es el amor; por amor nos ha creado; por amor quiere que nos salvemos; por amor envió a su Hijo al mundo para redimirnos y en el amor del Señor será nuestra futura vida. En cuanto a nuestro entendimiento, él se verá tremendamente enriquecido y gracias a ese enriquecimiento, comprenderemos muchas cosas que ahora son misterios para nosotros y sobre todo, veremos con claridad meridiana. cuán justo ha sido Dios con nosotros y con los demás, porque entenderemos las razones divinas por las que el actúa de esa forma tan sorprendente que muchas veces nos desconciertan.

 

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

 

Otras glosas o libros del autor relacionados con este tema.

-        Libro BUSCAR A DIOS. Isbn. 978-84-611-6451-6

-        Virtudes y vicios. Glosa del 27-07-09

-        Virtudes teologales. La Esperanza. Glosa del 31-07-09

-        Virtudes teologales. La Caridad. Glosa del 02-08-09

-        Virtudes humanas. Glosa del 18-07-10

-        El juego y la fuerza de las tres virtudes. Glosa del 31-08-09   

 

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