Lunes, 23 de diciembre de 2024

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¿Cabe la conversión sucesiva?

por Juan del Carmelo

           Por supuesto que cabe y además, ella es más importante que la que podríamos denominar como conversión inmediata. La conversión, es siempre un fenómeno que afecta al espíritu y nunca a la materia, es decir afecta al alma de la persona y nunca al cuerpo. Y esto es así, sencillamente porque la materia  llega un momento en que se acaba, tiene un límite como todo lo que es material, y por el contrario, la conversión de un alma, como quiera que ella pertenece al orden del espíritu, nunca acaba, hasta su muerte el alma humana puede estar convirtiéndose y aumentando su amor al Señor.

 

La conversión, es un cambio radical que experimenta un alma, el alma que se ha transformado, por una conversión, que ha sufrido lo que en griego se denomina una “metanoia”. El alma sufre un cambio de mente y de corazón, un cambio de principios y de conducta. A partir de este momento de la conversión, el amor a Dios pasa a ser el único eje y motor de la vida de esa alma. El convertido se ha despojado del hombre viejo y revestido del hombre nuevo, renovado y creado según la voluntad de Dios. El convertido que ha aceptado el amor de Dios, pasa a actuar en consecuencia a ese amor y adquiere la condición de “pobre de espíritu”, es decir, son pobres de espíritu, aquellos que han renunciado a la propia voluntad, para cumplimentar solo la divina.

 

            La conversión es la recuperación de un alma por Dios. Él mismo nos habla de este tema cuando trata la parábola de la oveja perdida: "¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las 99 en el desierto, y va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, la pone contento sobre sus hombros; y llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos, y les dice: “Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido” Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por 99 justos que no tengan necesidad de conversión”. (Lc 15,4-7).

 

Pero antes de entrar en materia de conversiones sucesivas, vamos a refrescar un poco la memoria sobre las clases de conversiones. En una primera acepción de carácter genérico, se entiende por conversión, la aceptación de una nueva religión, el paso o cambio de una a otra religión. Pero aquí la clase de conversión que nos interesa, es la acepción de este término, aplicado al católico bautizado que no ha cambiado de religión. Y en este sentido, la conversión que se realiza en un alma, puede ser estando, o no, en gracia de Dios, el alma del que se convierte. En el primer caso se trata de una conversión de carácter interno, y como tal se la suele denominar, en el segundo caso, si el alma del convertido no vive habitualmente en gracia de Dios, la conversión suele estar acompañada de evidentes connotaciones externos. Solo en el caso del cristiano que vive en estado de gracia, y es tocado su corazón especialmente por Dios se puede hablar de conversión meramente interna, pues al exterior, no suele trascender este tipo de conversiones, al menos con la aparatosidad que aparecen en el otro caso.

 

            Las conversiones internas, para el que vive en estado de gracia habitual, realmente son como pasos de avances más profundos, o saltos en el camino de su vida espiritual. Es aquí donde se puede hablar de conversiones sucesivas, pues así lo entiende más de un exégeta, que señalan que la vida espiritual del que camina hacia el Señor, es un continuo y sucesivo estado de conversiones. Así el canónico polaco, Tadeusz Dajczer escribe: “La fe, nuestra fe, es un proceso constante de conversión, es un constante abrirse al amor de Dios y una constante recepción de ese amor para donárselo a otros”. Y este continuo proceso de conversión es el que asombraba al cardenal Newman cuando al final de su vida decia: “Los santos ancianos me admiran cada vez más”. Lo que en el fondo quería decir: cuando se es joven se tienen fuerzas para regalar y se tiene generosidad. Se entrega uno de buena gana a los 20 años, a los 25 y a los 30, luego si uno continua dándose en la vida, es señal de que el Espíritu Santo está metido en el alma de del que se encuentra en la senectud.

 

            La persona en su senectud, aunque haya perseverado en su continua conversión interior, seguirá resistiéndose a la acción del Espíritu Santo en él, porque ningún hijo de mujer cualquiera que sea se edad, está libre de las asechanzas del maligno. Puede ser que incluso en la senectud nos dejemos embaucar, por sueños irreales, ¡vamos! Que no hemos dejado comer el coco por nuestro incansable enemigo. Nuestra razón nuestra memoria y la experiencia que hayamos adquirido con los años, nos sugerirán más de una vez pensamientos llenos de escepticismo. Sin embargo, hemos de tener la voluntad necesaria para no dejarnos embaucar y rechazar lo que a todas luces son sueños irreales, porque todo lo que nos separe del amor  al Señor, siempre serán sueños irreales, como lo es, la vida separada del amor de Dios.

 

            En la senectud, si una persona ha vivido en una continua conversión hacia el amor al Señor, ha de ser extremadamente cauta, y nunca creerse, que se encuentre ya a salvo de las asechanzas demoniacas. Bien es verdad que esa persona, está muy fortalecida, por las continuas frecuencias sacramentales, y la  coraza de gracias divinas que tiene a su disposición, pero el demonio no se amedranta por nada, pues nada tiene por perder y si algo que conseguir, por lo que las asechanzas demoniacas siempre al final de la vida suele intensificarse en su dureza, ya que él no se resigna así como así a perder una alma, que además es para él un buen trofeo de caza, si logra abatirlo. Pensemos siempre en la última lucha que nos espera, que  desde luego será la más dura y tratemos de buscar la complicidad de Nuestra Madre celestial, que nunca nos abandonará.

 

            Existen personas, que teniendo una profunda vida interior de amor al Señor, nunca han tenido una conversión externa como fruto de un determinado impacto, para ellas una conversión exterior nunca ha sido necesaria. Ellas pueden decir con orgullo, lo que en el siglo XVI, cuando la mayoría de las órdenes religiosas se modificaron para ser más perfectas, los Cartujos tuvieron el orgullo de escoger un lema que decía: “Nunca nos reformamos, porque nunca nos deformamos”. Pues bien, las conversiones externas, que tanto impacto producen, sobre todo cuando palpablemente se ve la gracia divina, solo se dan en almas descarriadas. Son como los nuevos trabajadores que llegan a trabajar a la viña a última hora de la tarde.

 

Siempre que uno muera en la gracia divina, la conversión no es indispensable para entrar en el Reino de los cielos, porque como señala Jean Lafrance: “no es suficiente el quererse convertir, para que la conversión se realice... El primer paso que nos llevará a la conversión, será el recibir una luz extremadamente profunda sobre el amor misericordioso de Dios sobre nosotros, y una luz así hace vivir en nosotros nuestra condición de pecador. Esto nos hará ver la urgente necesidad de convertirnos”. Pero al que Dios no le otorga esta gracia, no debe de pensar que no puede salvarse. Piénsese, que son innumerables los que se salvan, sin haber sido llamados a la vocación religiosa, y estoy seguro que ninguno de estos se habrán sentido discriminados, por no haber sido llamados por Dios a la vocación religiosa. A cada uno Dios lo encuadra dentro de su plan y le llama al que cree y sabe que es lo más conveniente para él.

 

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

 

Otras glosas o libros del autor relacionados con este tema.

-        Libro. BUSCAR A DIOS. Isbn. 978-84-611-6451-6.

-        ¿Cómo funciona eso del tesoro oculto?  Glosa del 08-09-10

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