"Miguel Ángel (Obra completa)", de William E. Wallace
por Guillermo Urbizu
En medio de esta blasfemia mundial en la que vivimos uno puede cobrar fuerza de distintas formas. En la amistad con Dios, en la familia, en el regocijo de la naturaleza, en el alma de un amigo… Y en esa fuerza esperanzarnos, desafiar al miedo y a la estulticia ambiente. Rebelarnos de una vez contra el infierno y sus secuaces. Rebelarnos, hacer posible en nuestras vidas un amor que levante muy alto la cabeza y vuelva a fijar la mirada en Dios. En Dios y en todo lo que ello significa. Son demasiadas las vidas que se mueren de hambre y de sed y de violencia. Exacto. Pero todavía son más las que se mueren literalmente de asco. ¿O no? En Oriente y en Occidente, y en los dos hemisferios. El hombre ha perdido la capacidad de ser feliz. O estamos en ello. Náufragos entre cientos de miles de otros náufragos. Correveidiles de calumnias y enredos. Justificando la marranada o lo repugnante si trae algo a cuenta. Rebelarnos, rebelarnos. Alzarse contra el bodrio, contra lo feo, contra la castaña supuestamente intelectual. Alzarse por un igual contra un arte chusco y mercachifle. El arte, cualidad espiritual del hombre, ¿dónde, dónde? Sólo veo tenderos y feriantes. Un gatuperio exuberante. Cuando en el arte deberíamos hallar ese matiz donde está el alma, esa pureza que anhelamos todos los hombres, ese destino de Belleza. El arte: signo de eternidad.
Uno de los más grandes artistas que han existido es Miguel Ángel Buonarroti (Caprese, 1475- Roma, 1564). Todo un arte en sí mismo. Universo de milagros, oración de los sentidos. En los colores y en la piedra. Diseño armónico de arquitectura. Tacto de esculturas que cobran vida. Pinturas donde se esboza el misterio de Dios y del hombre. Incluso literatura (ver los Sonetos completos editados por Cátedra). Y todo ello en un libro, con fotografías que ahondan en detalles desconocidos, con un concienzudo estudio erudito, con primeros planos de una belleza que fascina, con dobles páginas donde se extasía el espíritu a sus anchas. Esas venas que circulan por la piedra, el pulso de las pinceladas, la fuerza toda de una humanidad que da gloria a Dios por su mano. La expresividad, los símbolos, los cuerpos que se revisten de alma. La excelencia del arte, la sinfonía de colores que se funden a la luz. La obra toda de Miguel Ángel: un don que ilumina la historia del hombre. La grandeza del amor a Dios. El cincel que va sacando a la luz lo invisible. El pincel que va delineando los gestos de sibilas y profetas. La tinta que dibuja a Cristo, o que traza volúmenes, o que se sube a la altura de la divina perspectiva. El origen: la Belleza. El origen de toda belleza. La recreación del origen. Cuerpos magníficos, columnas, imágenes de ángeles. Almateria. El mismo instante de la creación del hombre. Y el artista que trabaja, que percibe, que se inspira, que da gloria a Dios en San Pedro o en La Capilla Sforza o…
Cuando el lector va contemplando todas las páginas de este libro no puede reprimir el asombro y la admiración. ¡Qué alma la de Miguel Ángel! ¡Qué forma tan precisa de nombrar a Dios con el arte, de sacar a relucir el esplendor divino del hombre. Ya no el lector, el contemplador siente un impulso de humildad y de oración. ¿Cómo explicarlo de otra manera? Anonadado, emocionado por la perfección de una sencilla voluta, o de una mano. El libro que ha compuesto William E. Wallace -publicado por Electa- es majestuoso. Un renovado Miguel Ángel se presenta ante nuestros ojos. Es la historia del alma del hombre. Es la historia del alma del artista. Es un compendio de poesía, de maravilla, de estética, también de indagación en la fe cristiana. Poesía, poesía. Materia y alma. Wallace escribe que “en la vejez del artista, su creatividad pasó a expresarse a través del dibujo y de la poesía”. Pero la Poesía es la quintaesencia de toda la obra de Buonarroti. Sin duda su arte es una parte no pequeña de la herencia que ha dejado Dios al hombre, a cada uno de nosotros. Yo así lo siento, así lo veo, así lo constato.
Cuando el lector va contemplando todas las páginas de este libro no puede reprimir el asombro y la admiración. ¡Qué alma la de Miguel Ángel! ¡Qué forma tan precisa de nombrar a Dios con el arte, de sacar a relucir el esplendor divino del hombre. Ya no el lector, el contemplador siente un impulso de humildad y de oración. ¿Cómo explicarlo de otra manera? Anonadado, emocionado por la perfección de una sencilla voluta, o de una mano. El libro que ha compuesto William E. Wallace -publicado por Electa- es majestuoso. Un renovado Miguel Ángel se presenta ante nuestros ojos. Es la historia del alma del hombre. Es la historia del alma del artista. Es un compendio de poesía, de maravilla, de estética, también de indagación en la fe cristiana. Poesía, poesía. Materia y alma. Wallace escribe que “en la vejez del artista, su creatividad pasó a expresarse a través del dibujo y de la poesía”. Pero la Poesía es la quintaesencia de toda la obra de Buonarroti. Sin duda su arte es una parte no pequeña de la herencia que ha dejado Dios al hombre, a cada uno de nosotros. Yo así lo siento, así lo veo, así lo constato.
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