Viernes, 22 de noviembre de 2024

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La reina de las virtudes

por Juan del Carmelo

La humildad no es enumerada como una de las virtudes cardinales. Pero ello no ha supuesto nunca que el valor de esta virtud haya quedado mermado por ello. Como sabemos existen tres virtudes básicas, llamadas teologales: la fe, la esperanza y la caridad y todo bautizado dispone de ellas, otra cosa es que las ejercite, o las olvide. Por el pecado perdemos una de las tres, la caridad o amor a Dios, pero no las otras dos, ni la fe ni la esperanza se pierden por el pecado y en cuanto a la caridad o amor a Dios es posible recuperarla mediante el sacramento de la penitencia o confesión. Si centrásemos esta glosa sobre las virtudes teologales, indudablemente la reina de ellas es la caridad, porque es la única que perdurará eternamente en nosotros. La fe nos desaparecerá transformada en evidencia después de nuestra muerte y la esperanza, cualquiera que sea el destino del alma humana, salvación o condenación, también desaparecerá trasformada en realidad cumplida.

 

Pero más nos interesa ahora, las denominadas virtudes morales, entre las cuales se encuentran la cuatro cardinales: prudencia, justicia, fortaleza, templanza. Y sin embargo la humildad, que es el objetivo de esta glosa, es la que ha sido considerada siempre, como la reina de las virtudes, aunque pensemos que su importancia decae, al no estar encuadra en la específica categoría de las cuatro virtudes morales. La humildad en el cristianismo, ha sido considerada siempre como virtud fundamental, como la base de todo el edificio espiritual. Su papel no es, como el de las cuatro virtudes cardinales ordinarias, que regulan una sola actividad del alma; su papel es más extenso: A ella le toca regular todas las facultades y energías del hombre, o sea someterlas a Dios creador y dispensador de la gracia. La humildad es la respuesta o actitud del hombre ante la inmerecida y divina elección que Dios hizo de él para hacerlo hijo suyo en Cristo.

 

Humildad es la virtud que nos dice la verdad acerca de nosotros mismos, como nos hallamos, no ya ante los ojos de los hombres sino ante Dios. Por ello para la práctica de la humildad, es muy importante tener una real conciencia hasta donde la mente del hombre puede llegar a tomar conciencia, de la inmensa grandeza del Señor. Para tomar conciencia y como ejercicio de humildad, es bueno considerar, tremenda distancia que media entre el Señor y nosotros, es bueno meditar acerca  de su grandeza y de nuestra pequeñez. Nada somos ni nada tenemos: “¿Qué tienes tú que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿Por qué te glorias como si no lo hubieras recibido?”. (1Co 7,1011). Ser humildes es tomar conciencia y actuar en consecuencia de lo poco que somos y de lo poco que representamos ante nuestro Creador.

 

Escribe Blosio que “La caridad siempre va unida con la humildad y la humildad con la caridad. Es imposible que alguien tenga caridad si no es humilde. Pues como dice San Pablo: “la caridad no es arrogante, ni soberbia, ni ambiciosa, ni vengativa, sino sufrida y benigna”. (1Cor. 13,4-6)”. El amor y la humildad funcionan tan estrechamente unidos, que en la vida espiritual de una persona avanzan y retroceden al unísono. Es imposible considerar, que un alma que de verdad sea humilde no puede amar al  Señor. Para amar al Señor solo hay un camino que es el de la humildad, no hay más que una vía…, para llegar a la íntima unión con el Señor: la vía de la humildad, de la obediencia y de la sencillez. Solo a través de estas virtudes puede crecer la amistad, tanto la divina como la meramente humana.

 

La humildad en la persona que la ejerce, le impide a esta persona manifestar vanidad, orgullo, o soberbia, en toda su conducta de vida. El cristiano revestido de humildad no atrae indebida atención a sí mismo ni a sus aptitudes. Su humildad contribuye a que trate a otros con consideración y comprensión. Pero no confundamos la infra estima humana con la humildad, el carecer de un correcto equilibrio síquico, y no ver nada más que los aspectos negativos de nuestra propia personalidad, no se puede confundir con lo que es la humildad.

 

Adquirida esta virtud de la humildad, el alma humana se encuentra siempre más predispuesta a recibir los dones y gracias divinas, que en el caso de que se trate de un alma soberbia. La soberbia es la antítesis de la humildad, y de la misma forma que directa o indirectamente toda virtud tiene su raíz en la humildad, en la soberbia todo vicio encuentra su asiento y raíz. San Agustín decía: La soberbia es el principio de todo pecado…. Y si el principio del pecado es la soberbia, ¿de qué otra manera nada más que haciéndose Dios humilde, podía venir el remedio para sanar la soberbia humana?”.

 

San Francisco de Sales, escribía: “La humildad es esencialmente necesaria para el encuentro con el Señor y a la vez que nos descubre la nada de la que hemos sido sacados, pone de manifiesto el bien que en nosotros procede de Dios como de su primera causa”. La humildad es tan necesaria al alma colmada de gracias como el agua lo es a la flor. Para que se desarrolle y se conserve fresca y hermosa, un alma entregada al Señor, es necesario que este alma este embebida en la humildad.

 

Dios mismo en persona por amor, vino a enseñarnos la humildad. Siendo Dios no tuvo reparo de humillarse y se rebajó a la forma humana se anonadó tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres: “Cristo Jesús, a pesar de su condición divina, no se aferró a su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó a sí mismo”. (Flp 2,6-8). Lo maravilloso de esta divina manifestación es la tremenda enseñanza de humillación y amor que nos aportó al género humano. San Agustín nos pone de manifiesto que el peso del desbordante amor de Dios a nosotros, lo trajo a la tierra,  Dios no teme perder nada al inclinarse hacia sus criaturas, llevado solo del amor. Sólo el orgulloso es el que quiere mantener una grandeza usurpada. El Señor no se aferró a su categoría de Dios. El alma realmente grande es aquella que se inclina decididamente hacia lo pequeño. Nos dice San Pablo que: “…, se humillo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. (Flp 2,8).

 

Con su vida humana nos puso Cristo ante los ojos lo que es la humildad: desde su nacimiento fue su vida anonadamiento, destierro, persecución, oscuridad en Nazaret, perfecta obediencia a los hombres, respetuoso y amable trato con pecadores y publicanos, profesión de servidor ante los simples mortales: "Porque, ¿quién es más grande, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es acaso el que está a la mesa? Y sin embargo, yo estoy entre ustedes como el que sirve”. (Lc 22,27). Su obra cumbre es obra de obediencia al mismo tiempo que de humildad, pues la humildad y la obediencia corren parejas.

 

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

 

Otras glosas o libros del autor relacionados con este tema.

-        Libro AMAR A DIOS. Isbn. 978-84-611-6450-9.

-        Soberbia y humildad. Glosa del 01-0210

-        Humildad y soberbia. Glosa del 03-0210

-        Virtudes y vicios. Glosa del 27-07-09

-        Virtudes humanas. Glosa del 18-0710

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