Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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He ido a ver a la Virgen

por Guillermo Urbizu


Zaragoza. España. Constante fluir de gentes de todos los puntos del planeta. Peregrinos marianos. Durante todo el año la Virgen del Pilar recibe a sus hijos, escucha las confidencias, las peticiones, los abatimientos. Escucha y conforta. Se oyen los cánticos, se sucede la liturgia. María. Fotografías de niños junto a Ella, junto a su manto bordado en virguerías de cariño. Se intuye la sonrisa de Dios Hijo. Milagros que no vemos (pero que sabemos). Rosario de almas y de flores. Colorido de banderas. Bendita seas Madre. Bendita. Vidas y más vidas que caen de rodillas, que rezan. Gente sencilla. Gente que ha ido a ver a la Virgen, como yo. Y la Madre de Dios que atiende a todos, sin dejar ni uno. Un constante murmullo de almas. El Pilar desgastado, la piedra pulida por los besos. Labios sobrenaturales, una fe renovada. Madre, Madre. Mamá. Virgen mía. Un reloj da las doce. El ángel del Señor anunció a María. Y concibió por obra y gracia del Espíritu Santo. Plata repujada, labrada por siglos de fervor. Se remansan los corazones en el rezo de la Salve. ¡Cómo cuesta irse! ¿Dónde mejor que con María? Emociona el constante discurrir de tanta gente. Emociona la piedad de una señora que llora, o la de ese chaval que se apoya en una columna sin quitar ojo de su Madre. Pueblo llano, cristiano. Pueblo que ora, sin rarezas; almas en busca de alivio o de consejo. Música. El crujir de la madera de los bancos. Las llamas de las velas. La pintura de Goya. Y el dolor que suspira. He ido a ver a la Virgen, como todos. He ido a dejar mi vida en sus brazos. Con el tiempo no pides tanto: miras. Y te encuentras con Su mirada a creces. María, mamá, Madre mía. ¿Qué hago con las palabras, qué digo? Si lo mío es callar, estar contigo, en tu cobijo, en el seno donde acunaste a Tu Hijo. Entonces miras el sagrario, miras a Cristo, y descubres lo que María quiere: que vayamos al Hijo de Dios. Que volvamos. Que confortemos a Dios de tanta maldad, de tantos quebrantos. La Cruz sigue vigente, y el escarnio. Pero también la misericordia de la Misa, del sacrificio, de la absolución. Aunque nos durmamos en el huerto -como aquellos otros apóstoles-, o huyamos, o reneguemos de Su nombre a base de extravagancias y vilezas. María nos indica, nos sonríe. Abogada de los pecadores y tullidos. Amor de Madre. Femenino tacto. Su sonrisa está presente en cada alma que viene a verla. Nada está perdido. Nada. El órgano prorrumpe en un intenso estremecimiento. Del bolsillo sacas el rosario, y lo aprietas en tu mano, incapaz de otra cosa. María, mamá, Madre mía. 
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