¿Existe voluntad de amar al Señor?
por Juan del Carmelo
No hay, que ser muy listo para darse cuenta, de que pocos, poquísimas son las personas que aman a Dios sobre todas las demás personas o cosas. El Schema Israel, es una oración judía que nos afecta a nosotros y que diariamente recita un buen israelita. Se encuentra dentro del A.T. en el Deuteronomio, y dice: “Escucha, Israel: Yahvéh nuestro Dios es el único Yahvéh. Amarás a Yahvéh tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. Queden en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Se la repetirás a tus hijos, les hablarás de ellas tanto si estás en casa como si vas de viaje, así acostado como levantado; las atarás a tu mano como una señal, y serán como una insignia entre tus ojos; las escribirás en las jambas de tu casa y en tus puertas”. (Dt 6,4-9). De aquí deriva el primero de los mandamientos de nuestra Ley de Dios. El amor a Dios ante todo y sobre todo, es nuestra primera y más esencial obligación y cumpliendo esta de verdad y a fondo estamos cumpliendo toda la ley de Dios, y nuestra voluntad se está identificando con la divina.
Pero son muy pocos y pocas las personas de las que se pueda decir, que todo esto se lo toman en serio hasta sus últimas consecuencias e incluyo en ellas la de llegar a ser mártires de Cristo. Estos son los elegidos del cordero, aquellos que el día del juicio final se situarán a la derecha y a los que se les dirá: “Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo”. (Mt 25,34). Estos son, los que constituyen el dique que calma el enojo divino. Estos son, los que constituyen la sal no desalada ni insípida que terminará salando el mundo. No son muchos y lo mismo ellos, son clérigos que seglares.
Pero para pertenecer a este grupo, es necesario sobre todo tener voluntad. Desde pequeños sabemos que tres son las potencias del alma: memoria inteligencia y voluntad, las tres al igual que le pasa a las tres virtudes teologales, para crecer necesitan desarrollarse, pero mientras que el desarrollo y perfección humana de las tres virtudes teologales, solo implica y pertenecen las tres, al orden de lo espiritual o del alma, las tres potencias del alma con las que nacemos también tenemos necesidad de desarrollarlas, no solo para nuestro desenvolvimiento en el orden material, sino también en el espiritual.
De las tres potencias, la que aquí nos interesa es la voluntad. El ser humano es un manojo de deseos pero para la realización de estos necesita tener voluntad de actuación o de quedarse pasivo. Así en el orden espiritual, frente a la tentación de pecar para satisfacer un malsano deseo, hay que oponer a este deseo la fuerza de voluntad necesaria para permanecer pasivo. Más o menos todos tenemos fuerza de voluntad. Algunos como jocosamente una vez, me decía un fraile, tienen tal fuerza de voluntad, que lo resisten todo menos la tentación; con lo cual resulta que no resisten nada y siempre caen en la tentación.
No cabe duda de que nuestra fuerza de voluntad es esencial, hay que tenerla firme si queremos resistir la tentación pues ella, tal como nos decía San Pedro en su segunda epístola: “Sed sobrios y vigilad, que vuestro enemigo el diablo, como león rugiente, anda rondando y busca a quien devorar, resistidles firmes en la fe”. (2Pdr 5,8). No hay ser humano al que el demonio, hay dejado de tentar por considerar que él ya no tiene nada que hacer, por ser este, un caso perdido de salvación. Jamás el demonio se da por vencido y es más, siempre pone muchas de sus esperanzas en la batalla final que hemos de sostener cuando se acerque el momento de nuestra partida de este mundo. El demonio, solo afloja la presión sobre aquellas personas, que ya las considera metidas en su saco, pero así y todo no por ello deja de tentarlas, pues no es lo mismo una condena eterna por pocos pecados que por muchos. En el infierno al igual que en el cielo hay grados de condena y de gloria en el cielo.
La voluntad de un alma de amar al Señor, aunque parezca una perogrullada, hay que decir, que requiere un cierto grado de fuerza de voluntad perseverante, pues bien sabemos que sin perseverancia es imposible tener una vida espiritual íntima con el Señor, aunque sea esta de un pequeño grado solamente. Y entonces surge la pregunta: ¿cómo se adquiere la fuerza de voluntad?, pues sencillamente como se adquiere la memoria o la inteligencia, las tres potencias del alma se fortalecen y crecen con el uso continuado. Un niño que estudia desarrolla más su memoria, su inteligencia y su voluntad, en relación con otro que no da palo al agua. La inteligencia necesita para su desarrollo adquirir conocimientos sea por la práctica, o el estudio, y para ello necesita de la voluntad suficiente para estudiar, en vez de vaguear. El inteligente que es un vago, termina siendo tonto, y el tonto que tiene fuerza de voluntad termina siendo un listo. En el hombre, tal como le escuché decir a un profesor de inglés cuando tenía diez años: “Querer es poder”, y así es desde luego, si se tiene la fuerza de voluntad necesaria para hacer una realidad este aforismo.
En nuestra vida espiritual, no se puede uno permitir el lujo de no tener fuerza de voluntad, hay que aumentarla y ella se aumenta por sí misma, porque un acto de fuerza de voluntad, engendra siempre el siguiente. Es como una escalera si nos cuesta trabajo subir el primer peldaño y al final triunfa nuestra voluntad, el segundo peldaño costará menos esfuerzo de voluntad, y menos el tercero y el cuarto y así sucesivamente. Y, ¿dónde hemos de encontrar la fuerza necesaria para tener la voluntad de subir el primer escalón? Muy sencillo, en el deseo, porque ya hemos escrito antes, que el hombre es un manojo de deseos, el deseo repito es el motor de la voluntad. Siempre en el orden espiritual, hemos de comenzar por crear y aumentar nuestro deseo de amar al Señor, y para cumplimentar este deseo, hay que estar seguros que el Señor nos dará siempre la fuerza de voluntad necesaria para realizarlo. En la vida espiritual hay un aforismo totalmente cierto que dice que: Cuando Dios da a un alma el deseo de realizar algo, siempre le da asimismo las fuerzas y gracias necesarias, para transformar ese deseo en realidad.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
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Libros. RELACIONARSE CON DIOS. Isbn. 978-84-612-2058-8.