Lunes, 23 de diciembre de 2024

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El árbol de la fe

por Juan del Carmelo

           El Señor, en los Evangelios más de una vez utilizó la vegetación, para establecer un parangón entre esta y determinados temas referentes al alma. Y siguiendo el camino didáctico marcado por el Señor, aunque yo no pretendo enseñar nada a nadie sino solo tratar de refrescar lo que todos sabemos, he estado pensando en las características físicas de los árboles, en su nacimiento, desarrollo y su semejanza en muchos casos, a lo que es y representa la fe para nosotros. También he de aclarar, que esta meditación mía, me fue generada por la espontánea declaración, de un asiduo asistente a una tertulia de TV, hombre cabal y de recta intención, por lo que se trasluce de su pensamiento, y en la que se declaró carente en absoluto de fe y consumado racionalista, añadiendo que respetaba a los que tenían fe y que ya le gustaría a él tenerla.

 

          Esta clase de personas, son desgraciadamente muchas, y su recto comportamiento y su bondad natural justifican a los ojos de otros, generalmente más jóvenes su postura anticlerical, o al menos no preocupada con la salvación de su alma, cosa que es lógico que así sea, en una persona que no cree claramente en la existencia de Dios, en este caso ateos, o personas que se encoge de hombros y ni niega ni acepta, es decir, los que genéricamente se auto denominan agnósticos.  

 

          La fe, es el principio básico, donde se asienta la vida espiritual de una persona, sin fe no hay vida espiritual alguna. Y la mayoría de nosotros, aunque nuestra fe sea muy débil o sea muy fuerte, si nos preguntamos: ¿Desde cuándo tengo yo fe? Trataremos de auto contestarnos, mirando para atrás y veremos que no podemos señalar una fecha fija, nos responderemos diciéndonos: desde siempre. Hay otra clase de personas, que han sufrido una conversión siendo ya adultos y por las razones que sean el Señor les ha regalado el don de la fe, lo cual para los que tenemos fe desde siempre, nos suscita una gran admiración, porque es mucho más duro creer y aceptar,  algo que no se ve y que muchos repudian, cuando se es adulto, que cuando se es niño y se acepta sin especular, lo que nos dicen los mayores.

 

          A lo que vamos, la fe es la planta de un árbol, que se nos da a cada uno en determinado momento de nuestra vida, y que nosotros podemos cultivarlo y dejarlo como un bonito Bonsái, o como una gigantesca Sequoia. La sequoia llamada Sherman, en el Sequoia National Park en EE.UU. tiene entre 2500 a 3000 años, mide 83,8 mts. de altura, su diámetro en la base 11,1 mts. y tiene un desarrollo su  circunferencia en su base de 31,3 mts. calculándose su peso en 1.256 toneladas. Solo de nosotros depende fijar el tamaño de nuestra fe.

 

          El tamaño de nuestra fe, determinará siempre el nivel de nuestra vida espiritual, pues tanto la Esperanza como la tercera virtud teologal la Caridad que es la que fija el amor al Señor, crecerán siempre las tres al unísono, y a ese mismo ritmo crecerán también  nuestras virtudes y decrecerán nuestros vicios.

 

El árbol, cuando crece no solo crece del nivel del suelo para arriba, sino que crece hacia abajo con sus raíces, pues ellas son su fuerza y quienes la mantienen contra viento y mareas, cuanto más firmes son sus raíces más fuerte es el árbol y mejor resiste los embates de los elementos. Nuestra fe también tenemos de hacerla crecer con fuertes raíces, porque si el árbol de nuestra fe carece de firmeza, al primer sofismo del listillo de turno nos quedaremos pegados, sin saber que contestarle a los insidiosos ataque que siempre recibiremos. Y pensemos que cuanto mayor sea el árbol de nuestra fe, a los ojos de nuestros enemigos, con más ahínco intentarán derribarlo con el hacha de su verborrea. Por ello como católicos, tenemos la obligación de documentarnos, sobre todo con ese maravilloso manual de funcionamiento que el Señor nos legó y que se llama Evangelios. Documentarse es rezar porque es pedirle al Señor armas para el combate y gracias para saber manejarlas.

 

          La alimentación de nuestro árbol, es esencial. Si nos preocupamos de alimentar y sobrealimentar nuestro cuerpo: ¿Qué ha hecho nuestra pobre alma para que la mantengamos siempre canija a pan y agua? Y eso si, nos sobra unas migajas de tiempo para dedicárselas, porque muchos, ni eso siquiera. Si no damos no podemos pretender recibir. Las divinas gracias son un alimento necesario para el desarrollo de nuestra vida espiritual y por ende para el crecimiento del árbol de nuestra fe. Dios está ansioso de darnos su divinas gracias, pero le molesta en sobremanera que las desperdiciemos, eso sí, a una gracia recibida y debidamente aprovechada el siempre no dará otra mayor. Acordaos de la parábola de los talentos, ya que en ella no se trata de dinero lo que se le entregó a los criados, el Señor claramente se estaba refiriendo a las gracias divinas, y al último que hizo un hoyo y en él enterró los talentos recibidos sin utilizarlos, le dijo: “Siervo malo y haragán, ¿conque sabias que yo quiero cosechar donde no sembré y recoger donde no esparcí? Debías, pues, haber entregado mi denario a los banqueros, para que a mi vuelta recibiese lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez, porque al que tiene se le dará y abundara; pero a quien no tiene, aun lo que tiene se le quitara, y a ese siervo inútil echadle a las tinieblas exteriores; allí habrá llanto y crujir de dientes”. (Mt 25, 26-30). Dios es muy celoso de sus gracias y no las reparte a troche y moche como en una tómbola. Hay que ser muy cuidadoso con las cosas de Dios: “No deis las cosas santas a perros ni arrojéis vuestras perlas a puercos, no sea que las pisoteen con sus pies y revolviéndose os destrocen”. (Mt 7,6).

 

          La fe en su crecimiento, tal como le pasa a los árboles que tienen nudos y ramas, nos obligará a luchar contra las dudas con las que nuestro eterno enemigo nos querrá confundir y esas luchas nos dejarán cicatrices en la madera de nuestro árbol y ello nos fortalecerá. Mucho más dura es la madera del roble o de la encina, que la del chopo o el sauce, porque para su crecimiento las maderas duras proviene de árboles de lento crecimiento y las blandas, de árboles de rápido crecimiento. Como más de una vez hemos escrito, la vida espiritual requiere tiempo para fortalecerse, porque en ella la perseverancia es siempre esencial. Y lógicamente nuestra fe  también necesita tiempo para fortalecerse y endurecerse en forma tal que el hacha de demonio se melle  y no la haga daño. Tengamos siempre en cuenta, que en esta vida lo que muy deprisa entra o sube, muy deprisa sale o baja, y a sensu contrario, lo que  lentamente entra o sube es lo que siempre se consolida.

 

          Que nuestra fe sea un enorme árbol cuyas ramas formen una gran copa. Que de sombra y refugio a todos nuestros hermanos que se nos acerquen, porque así de grande será nuestra salvación y gloria en el cielo.

 

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

 

Otras glosas o libros del autor relacionados con este tema.

 

-        Libro. BUSCAR A DIOS. Isbn 978-84-611-6451-6.

-        Virtudes teologales. La Fe. Glosa del 29-07-09

-        Dudas de fe. Glosa del 24-09-09

-        Vivir la fe. Glosa del 27-12-09

-        Señor creo en Ti. Glosa del 27-05-10

-        Fortaleza de la fe. Glosa del 20-06-10

-        Fe y razón. Glosa del 12-01-10

-        Fe de carbonero y razón. Glosa del 04-10-10

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