Ojos que no ven, corazón que no siente
por Juan del Carmelo
El refrán: “Ojos que no ven corazón que no siente” es bien conocido y no vamos a explicar su significado. Pero sí vamos a analizar las consecuencias que este refrán tiene en la vida espiritual de las personas.
Los ojos son uno de los sentidos del cuerpo , lo mismo que los oídos, por los ojos vemos y por los oídos escuchamos. Estos dos sentidos son los que más utilizamos lo seres humanos y los que más desarrollados tenemos, salvo en casos especiales, como pueden ser los de los ciegos, que tienen muy desarrollados el tacto, pues con el procuran suplir sus carencias de visión. Pero a través de las orejas y de los ojos, a nosotros nos entra casi todo, lo bueno y lo malo. Y lo que adquirimos por los ojos y por los oídos, nuestra mente lo maneja y muchas veces nos lo transforma en sentimientos, de aquí sale el valor de este refrán, que todos conocemos.
Todos nosotros tenemos una indudable tendencia a alimentar nuestro ego dándole el mayor grado de satisfacción posible, lo cual determina el aumentar nuestra soberbia en detrimento de nuestra necesaria humildad. Unos controlan esta tendencia más que otros y solo por razones de orden sobrenatural debidamente desarrollas puede una persona controlar y hasta llegara a anular, esta tendencia que continuamente nos está incordiando, facilitándole siempre su nefasta labor al demonio. Dicho de otra forma, nuestra vida es una continua lucha entre las apetencias materiales de nuestro cuerpo y las espirituales de nuestra alma. A unos le preocupa este problema y a otros este problema les importa un bledo y se lanzan río abajo sin control, a satisfacer los deseos de su carne, mientras que otros tratan de controlarlos y terminan consiguiendo sujetar su carne con la fuerza espiritual, que a su alma le proporciona el alimento de la gracia divina.
Y en esta lucha a la que todos nos vemos sometidos, naturalmente los que nos queremos someternos a ella, el demonio cuando se trata de temas que no nos afectan directamente, nos dice: Si no te enteras, no ves que no estás obligado a luchar ni preocuparte por ese problema. Lo malo de esta afirmación demoniaca es que en parte lleva razón. Nadie está obligado a remediar un mal cuya existencia desconoce. Pero es el caso de que, sí estamos todos, obligados a enterarnos y en la medida de nuestras posibilidades tratar de remediar el mal del que se trate. Nadie está autorizado, tal como se dice, para mirar hacia otro lado y menos para hacer de avestruz espiritual.
Si somos creyentes, y nos creemos que somos amantes del Señor, todos formamos parte del Cuerpo místico de Cristo, y en todo cuerpo las necesidades y problemas de uno de sus miembros le afectan por igual a todos. El bien que hagamos o el mal que cometamos, no creamos que es un algo personal que solo le afecta al que lo comete, ese bien o mal realizado le afecta a todo el cuerpo místico de Cristo. Es bien conocida la frase que dice, que nosotros: Nos salvamos y nos condenamos en racimos.
Antes de seguir más adelante, es conveniente que digamos algo más sobre el cuerpo místico de Cristo o Cristo total. ¿Y qué significa la expresión “Cristo total”? Cristo total es el término que usa San Agustín para denominar a lo que nosotros conocemos con el nombre de “Cuerpo místico de Cristo”. San Agustín nos dice: “Todos los hombres son uno en Cristo y la unidad de los cristianos no constituye, sino un solo hombre…. Y ese hombre es todos los hombres, y todos los hombres son este hombre; porque todos son uno, ya que Cristo es uno…. No existe sino un hombre que alcance hasta el fin del tiempo. Este es el “Cristo Total”. Cristo unido con la Iglesia”.
Si meditamos todo lo anteriormente leído, tomaremos conciencia de la responsabilidad que como católicos tenemos, de hacer como nuestros los problemas y sufrimiento de todos nuestros hermanos, aunque no veamos con los ojos de la cara lo que está ocurriendo en Irak, en Irán, en Palestina, en la India en Pakistán y en otros lugares, generalmente de mayoría musulmana, donde a nuestros hermanos en la fe los están masacrando para exterminarlos, la mayoría de las veces por no aceptar el cambio de fe y adjurar del amor a Cristo.
¿Y qué puedo hacer yo? Estoy seguro que se preguntará más de un lector de esta glosa. Pues bien, puedes hacer mucho más de lo que te imaginas. Nosotros somos el fruto de una dicotomía, que como ya antes hemos dicho, son dos partes: cuerpo y alma que siempre están a la gresca entre ellos dos, pues uno quiere que la persona camine hacia la derecha y la otra hacia la izquierda. Solo cuando logremos alcanzar una vez santificados la sustitución del cuerpo mundano que ahora tenemos por el glorioso que nos espera, este problema quedará resuelto, porque nuestro futuro cuerpo estará sometido a la autoridad de nuestra alma, no como ahora que es al revés, que nuestra alma no puede ni respirar de la agobiante presión a la que le somete los malsanos deseos de nuestro cuerpo terrenal. Pues bien si somos expresión del espíritu y de la materia, nosotros podemos obrar materialmente y espiritualmente. Lo que determina que podemos ayudar a nuestros hermanos que están sufriendo con ayudas materiales, llámense limosnas, y sobre todo con ayudas espirituales, llámense oraciones.
No menospreciemos nunca la fuerza de la oración, ella es una tremenda palanca que Dios ha puesto a nuestra disposición para mover el mundo si fueses necesario y el caso es, que ahora lo es. Lo que pasa es que esta afirmación que acabo de hacer, son muchos los que no se la creen, sencillamente porque no han palpado y visto de inmediato los frutos de su oración. El Señor nos dijo muy claramente: “Pedid, y se os dará; buscad y hallareis; llamad y se os abrirá. Porque quien pide recibe, quien busca halla, y a quien llama se le abre. Pues ¿quién de vosotros es el que, si su hijo le pide pan, le da una piedra, o, si le pide un pez, le da una serpiente? Sí, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuanto más vuestro Padre, que está en los cielos, dará cosas buenas a quien se las pide!”. (Mt 7,7-11). Y esta afirmación con distintas palabras la expresó más de una vez.
Que ocurre pues, ¿porque muchas veces pedimos y no somos escuchados? Cierto, así es, pero siempre somos escuchados, lo que ocurre es que no somos atendidos en nuestros deseos. Y ello es debido a un conjunto de causas que no son del caso de analizar en esta glosa. Lo que si podemos estar seguros es que las peticiones no atendidas, son generalmente referidas al orden material, pero aquellas otras que son referidas al orden espiritual y además a favor de terceros, hay que estar seguros que serán siempre atendidas.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Otras glosas o libros del autor relacionados con este tema.
- Libro. RELACIONARSE CON DIOS. Isbn. 978-84-612-2058-8.
- ¿Qué es el Cristo total? Glosa del 12-09-10