Solemnidad de todos los Santos
Solemnidad de todos los Santos
por Juan García Inza
La fiesta de hoy se dedica a lo que san Juan describe como «una gran muchedumbre que nadie podía contar, de todas las naciones, tribus y lenguas»; los que gozan de Dios, canonizados o no, desconocidos las más de las veces por nosotros, pero individualmente amados y redimidos por Dios, que conoce a cada uno de sus hijos por su nombre y su afán de perfección.
Hay quien pone reparos a éste o aquél, reduce el número de las legiones de mártires, supone un origen fabuloso para tal o cual figura venerada. La Iglesia puede permitirse esos lujos, un solo santo en la tierra bastaría para llenar de gozo al universo entero, y hay carretadas.
¡Aquellos veinticuatro carros repletos de huesos de mártires que Bonifacio IV hace trasladar al Panteón del
paganismo para fundarlo de nuevo sobre cimientos de santidad! Montones, carretadas de santos, sobreabundancia de cristianos de quienes ni siquiera por aproximación conocemos el número, para los que faltan días en el calendario.
Por eso hoy se aglomeran en la gran fiesta común. Los humanamente ilustres, Pedro, Pablo, Agustín, Jerónimo,
Francisco, Domingo, Tomás, Ignacio, y los oscuros: el enfermo, el niño, la madre de familia, un oficinista, un albañil, la monjita que nadie recuerda, gente que en vida parecía tan gris, tan irreconocible, tan poco llamativa, la gente vulgar y buena de todos los tiempos y todos los lugares.
Cualquiera que en cualquier momento y situación supo ser fiel sin que a su alrededor se enterara casi nadie,
cualquiera sobre quien, al morir, alguien quizá comentó en una frase convencional: Era un santo. Y no sabíamos que se había dicho con tanta propiedad. Cristianos anónimos que a su manera, a escala humana, se parecían a Cristo.
La solemnidad de Todos los Santos nació en el siglo Vlll entre los celtas la Iglesia nos propone esta Visión de gloria al comienzo del invierno, para invitarnos a vivir en la esperanza de una primavera, más allá de la muerte. Quiere también que caigamos en la cuenta de nuestra solidaridad con cuantos han pasado al mundo invisible.
Festejamos con alegría a los Santos, pues creemos «que gozan de la gloria de la inmortalidad», en donde
interceden por nosotros. Cada Santo vive intensamente la visión de Dios y su amor, mas su conjunto forma una
ciudad, «la Jerusalén celeste», un Reino abierto a cuantos vivan de acuerdo con las Bienaventuranzas.
Son la Iglesia del cielo.
Son la Iglesia del cielo.
La Gloria de los «Santos, nuestros hermanos», procede de Dios, cuya imagen reproduce cada uno de ellos de una
manera única. Por consiguiente, al venerarlos, proclamamos a Dios «admirable y solo Santo entre todos los Santos». Todos fueron salvados por Cristo, todos nacieron de su costado abierto. Este es el motivo por el que el lugar por excelencia de comunión con los Santos es la Eucaristía.
En ella les santificó el Señor Jesús con la plenitud de su amor»; en ella podemos también nosotros suplicarle con
humildad a Dios que nos haga pasar «de esta mesa de la Iglesia peregrina al banquete del Reino de los cielos».
Dios todopoderoso y eterno, que nos concedes celebrar los méritos de todos los santos en una misma solemnidad, te rogamos que, por las súplicas de tan numerosos intercesores, nos concedas en abundancia los dones que te pedimos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
Con todos los santos en la vida eterna, con los ojos de la inteligencia contemplaremos la gloria de Dios, de todos los ángeles y de todos los santos, así como la recompensa y la gloria de cada uno en particular, en todas las maneras que
querremos. En el último día cuando, por el poder de nuestro Señor, resucitaremos con nuestro cuerpo glorioso, nuestros cuerpos serán resplandecientes como la nieve, más brillantes que el sol, transparentes como el cristal...Cristo, nuestro cantor y maestro de coro, con su voz triunfante y dulce cantará un cántico eterno en alabanza y honor a su Padre celestial. Todos nosotros, llenos de gozo y con voz clara, cantaremos para siempre y sin fin este mismo cántico. La gloria y felicidad de nuestra alma brotará sobre nuestros sentidos y atravesará nuestros miembros; nosotros nos contemplaremos mutuamente con ojos glorificados; escucharemos, diremos, cantaremos la alabanza de nuestro Señor con unas voces que no fallarán jamás.
Cristo nos servirá; nos enseñara su rostro luminoso y su cuerpo de gloria llevando en él las señales de la
fidelidad y del amor. También miraremos los cuerpos gloriosos con todas las señales del amor con el cual han
servido a Dios desde el comienzo del mundo... Nuestros corazones vivientes se abrasarán con un amor ardiente por Dios y por todos los santos...
Cristo, en su naturaleza humana, guiará el coro de la derecha, porque es esta naturaleza la que Dios ha hecho
más noble y más sublime. Pertenecen a este coro todos aquellos en quienes él vive y viven en él. El otro coro es el de los ángeles; aunque su naturaleza es más elevada que la nuestra, los hombres hemos recibido más de Jesucristo con quien somos uno. Él mismo será el supremo pontífice en medio del coro de los ángeles y de los hombres, delante del trono de la soberana majestad de Dios. Y Cristo ofrecerá y renovará ante su Padre celestial, el Dios todopoderoso, todas las ofrendas que jamás fueron presentadas ni por los ángelels ni por los hombres; éstas se renovarán y continuarán sin cesar y para siempre en la gloria de Dios.
Contemplar el Evangelio de hoy
Día litúrgico: 1 de Noviembre: Todos los Santos
Texto del Evangelio (Mt 5,112a):
En aquel tiempo, viendo Jesús la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y
tomando la palabra, les enseñaba diciendo:
«Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
«Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa.
Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos».
Comentarios