Lunes, 23 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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San Pío de Pieltracina, un santo milagrero.

por Juan del Carmelo

         El tema de los milagros, siempre ha despertado interés en paganos y creyentes. Aunque bien es verdad, que por diferentes razones. El periodista e investigador histórico, José María Zavala ha escrito un maravilloso e interesante libro, sobre este tema. Concretamente en referencia a San Pío Pieltrecina, del cual supongo que los lectores de ReL tendrán ya noticias, pues a pesar de su reciente aparición, no ha pasado este desapercibido, por el interés que ha suscitado, sobre todo para aquellos que viven pendientes de todo lo que se refiere al amor del Señor.

 

            Francesco Forgione, más conocido como el Padre Pío, era un fraile capuchino, hijo predilecto del Señor, y también hijo espiritual, de otro gran predilecto del Señor, llamado San  Francisco de Asís. Ante esta afirmación puede ser que alguno se pregunte, pero… entonces era, o no era franciscano. Pues sí y no, me explico: En el siglo XVI, surgió en las cuatro órdenes mendicantes y también en otras varias, un fuerte deseo de renovación de alguno de sus los miembros que deseaban volver a la antigua disciplina, ya que para ellos, la actual se encontraba relajada. Y en la Orden de los frailes menores, creada por San Francisco de Asís, se inició este movimiento de reforma en 1528, por Fray Mateo de Bascio y por los hermanos Ludovico di Fossombrone y Rafaele di Fossombrone, en compañía de otros franciscanos. Y así nacieron los frailes Capuchinos. Orden de frailes menores Capuchinos OFM Cap. Este hecho fue frecuente en aquella época y así nacieron los Agustinos Recoletos, llamados así por haberse recortado la capilla, o los Carmelitas descalzos creados por Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz. El movimiento de reforma se extendió a casi todas las órdenes religiosas, salvo la excepción de los Cartujos de San Bruno, que orgullosamente pusieron en su lema: “Nunca nos reformamos, porque nunca nos deformamos”.

 

            Sobre el libro que por su interés comentamos, se pofría pensar, en razón del subtítulo que dice “Los milagros desconocidos del santo de los estigmas”, que es un catálogo de los milagros que en vida, realizó el P. Pio de Pieltracina, pero este libro es bastante más que todo eso, porque el autor José María Zavala, ha tenido la habilidad de ponernos de relieve las profundidades espirituales del P. Pio, por medio del relato de algunos de los diversos milagros que este santo realizó en vida, al tiempo que ha sabido mover al lector a reflexionar y profundizar en los misterios, que en el orden del espíritu rodean a nuestras almas.

 

Como escritor en temas de orden espiritual, y si no los soy, al menos, pretendo y trabajo para serlo, sirviendo así al Señor, aprecio mucho esa cualidad que pocos libros de carácter espiritual tienen; que es, la de compaginar la aridez de los temas del espíritu, con el necesario alivio que le dan al lector, las referencias a temas más humanos y menos sobrenaturales. Seamos realistas, un grueso tratado de algún tema del espíritu, enfocado dura y puramente, solo desde el ángulo espiritual, generalmente, si se carece de experiencia, para el lector es un ladrillo indigerible.

 

            Y José María Zavala,  quizás por sus conocimientos de las ciencias de la información, unido al hecho de ser un investigador de la historia, ha tenido la virtud, de que sin perder un ápice la espiritualidad que emana de la obra y milagros del P. Pío, ha logrado hacernos un relato extenso de su vida a través de sus innumerables milagros.

 

            En los dos mil años de existencia de la Iglesia, ha habido una serie de Santos que se han caracterizado por el asombro que producían, entre sus fieles y seguidores, la cantidad de milagros de ellos se generaban. Así tenemos por ejemplo a San Antonio de Padua, pero en el caso que nos ocupa rebasa todos los límites inimaginables en cuanto a su acción taumatúrgica. Muchos de estos prodigios, con un realismo notable son narrados en este libro de Jose María Zabala, en forma tal que el lector se encuentra inmerso en los hechos que se narran.    

 

El padre Pío dedicaba la mayor parte de sus energías a intensas oraciones, a oficiar misas y, sobre todo, a escuchar confesiones. Como San Juan Bautista María Vianney, el célebre cura de Ars, el padre Pío tenía fama de poseer el don de leer los pensamientos, es decir, la capacidad de ver el interior de las almas ajenas y conocer sus pecados sin escuchar ni una palabra del penitente. Al mismo paso que su reputación, crecían también las colas delante de su confesionario, hasta tal punto que, durante un tiempo, sus hermanos capuchinos expendieron billetes de entrada, para quienes querían gozar del privilegio de confesarse con él. A veces, cuando un pecador no podía ir a verlo, él mismo acudía al pecador, aunque, según dicen, no por los procedimientos corrientes. Sin salir de su cuarto, el fraile aparecía, en lugares tan alejados como Roma, para escuchar una confesión o consolar a un enfermo. En otras palabras, poseía el poder de la bilocación, la capacidad de estar presente en dos lugares distintos al mismo tiempo.

 

Pero había más. Cuando murió, sus hermanos de la orden le atribuían más de mil curaciones milagrosas, de ellas varias de las más interesantes y llamativas son narradas en este libro. Sus profecías fueron menos frecuentes, aunque no menos impresionantes en sus aciertos. Se dice que una de éstas la pronunció tras escuchar la confesión de un sacerdote polaco recién ordenado, que llegó desde Roma para verlo. "Un día serás papa", le vaticinó al joven Karol Wojtyla en 1947.

 

En resumen, padre Pío ostentaba todos los dones carismáticos y los poderes taumatúrgicos que, en la tradición popular, distinguen al místico de un santo común y corriente, aunque lo normal es que la persona que haya alcanzado la vía contemplativa, incluso en su más alto nivel, carezca de carismas taumatúrgicos. Era, y sigue siendo, el hombre santo más popular de Italia después del mismo San Francisco de Asís. Pero la devoción hacia él no se limita a Italia o a los italianos. El convento capuchino en San Giovanni Rotondo, ciudad situada en la cumbre de una colina, donde está enterrado el padre Pío, es un imán poderoso que atrae a los peregrinos y, a la vez, es sede de un culto de difusión mundial. Más de doscientas mil personas integran la red mundial de los Grupos de Oración del padre Pío. Libros, folletos, cintas de vídeo y dvds, circulan por muchas partes de Italia y fuera de Italia.

 

El padre Pío durante su vida conoció a seis papas, y varios de ellos reconocieron personalmente en algún momento su santidad. Juan Pablo II le manifestó una particular devoción. Siendo arzobispo de Cracovia, escribió en 1962 al fraile capuchino, rogándole que rezara por una mujer polaca que había sobrevivido a un campo de concentración nazi, pero que se estaba muriendo de cáncer. El padre Pío hizo lo que se le pedía y, al cabo de menos de una semana, el arzobispo le volvió a escribir para informado de que la mujer estaba curada. En 1972, el arzobispo Wojtyla se sumó a los demás miembros de la jerarquía polaca en la firma de una carta con una solicitud de apoyo para la causa de padre Pío. Siendo ya papa, en 1987, peregrinó a San Giovanni Rotondo, donde ofició la misa ante la tumba del fraile. Aunque este último gesto era un acto de homenaje personal más que oficial, la visita del papa fue ampliamente interpretada por los devotos de padre Pío como señal de que su viaje hacia la santidad oficial sería breve.

 

San Pio de Pieltrecina, fue canonizado el 16 de julio del 2002. Y fue precisamente canonizado por Juan Pablo II, ese joven sacerdote al que él mismo en 1947, cincuenta y cinco años antes, le profetizó que sería papa.

 

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

 

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