Lunes, 23 de diciembre de 2024

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¿Fariseos o publicanos?

por Juan García Inza

 

 

         El domingo anterior nos hablaba la Palabra de Dios de oración. Y decíamos que una de las condiciones para que la oración sea realmente cristiana es hacerla con humildad, sintiendo de verdad la grandeza de Dios y la necesidad que tenemos de su ayuda. El soberbio no ora, más bien se habla así mismo, y de sí mismo recibe las respuestas.

         En el Evangelio de este domingo, el Señor narra la parábola del Fariseo y el Publicano para hablarnos precisamente de esta actitud de humildad que ha de acompañar a la oración cristiana.

         Fueron dos a orar al templo. Uno era FARISEO. Con su actitud soberbia y engreída convierte la oración en una auto alabanza y en una acusación a los otros:   te doy gracias porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni come ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo.

         El PUBLICANO, no se atrevía a entrar. Y desde la puerta, con una gran fe y humildad decía: ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador.

         Y Jesucristo añade: Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.

         Comenta San Agustín: El Señor no inclina su oído al rico, sino al pobre y miserable, al que es humilde y confiesa sus faltas, al que implora la misericordia…Todos los que rechazan el orgullo son pobres delante de Dios y sabemos que Dios tiende su oído hacia los pobres y los indigentes…Cuando un hombre menosprecia en sí todo aquello que hincha el orgullo es pobre ante Dios. Dios inclina hacia él su oído porque conoce los sufrimientos de su corazón.

         Dice el célebre converso francés Ch. Peguy: Los fariseos quieren que los demás sean perfectos, lo exigen. No saben hablar de otra cosa. Pero Yo soy menos exigente, dice Dios. Porque Yo sé bien lo que es la perfección y no exijo tanto de los hombres. Precisamente porque Yo soy perfecto y no hay en mí más que perfección, no soy tan difícil como los fariseos.

         Soy menos exigente. Soy el Santo de los santos y sé lo que es ser santo, lo que cuesta, lo que vale. Son los fariseos los que quieren la perfección. Pero para los demás. Encuentran siempre indignos a los demás, encuentra indigno a todo el mundo. Pero Yo, dice Dios, soy menos difícil, y encuentro que un buen cristiano, un buen pecador de la común especie es digno de ser mi hijo y de reclinar su cabeza sobre mi hombro.

         En el libro del Eclesiástico hemos leído: El Señor es un Dios justo, que no puede ser parcial; no es parcial contra el pobre, escucha las súplicas del oprimido (Primera Lectura).  En el Salmo Responsorial hemos repetido: Si el afligido invoca al señor, él lo escucha. Y el afligido es precisamente el humilde, el que se siente pobre ante Dios y busca su ayuda, y el que es comprensivo e indulgente con los demás. Como diría Santa Teresa de Jesús: La humildad es la Verdad.

  

                               Juan García Inza

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