Viernes, 22 de noviembre de 2024

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Las armas del enemigo

por Juan del Carmelo

En esta vida todos y cada uno de nosotros estamos convocados a una lucha, única o doble según se mire. Pues como sabemos, todos tenemos cuerpo y alma o dicho con otras palabras materia y espíritu, por lo que la lucha puede ser doble y cabe la posibilidad de entenderlo y verlo  todo a través del prisma espiritual y comprender que la lucha es una sola lucha la que nos debe de importar, que es la salvación de nuestra alma, o por el contrario plantear todo desde el punto de vista carnal o material. El cuerpo, es lo que palpamos,  lo vemos, lo sentimos. El alma, como una parte de nuestro ser es la que pertenece al reino de lo invisible, al reino del espíritu, no la palpamos, ni la vemos y muchos ni siquiera la sienten. Porque para detectarla a ella y a todo lo que a ella se refiere y sobre todo lo que se refiere al Señor, previamente hemos de desarrollar los sentidos espirituales de nuestra alma; sin el desarrollo de nuestro sentido espirituales, somos como ciegos corriendo, o andando sin bastón por una cacharrería. Espiritualmente somos ciegos, sordos, y carecemos de cualquier otro sentido que nos permita relacionarnos con el mundo de lo espiritual, si no nos preocupamos de desarrollar los sentidos del alma.

 

La lucha a la que estamos aquí convocados, tiene sus manifestaciones de orden material, pero la lucha importante, la que más nos tiene que preocupar es la de carácter espiritual, porque ella influye mucho más de lo que podemos suponer, en nuestra felicidad, no ya en la que nos espera, sino también en  la poca que aquí podemos hallar. Si pretendemos ser felices solo apoyándonos en la posesión de bienes materiales, porque pensamos que ellos nos dan prestigio y consideración humana, que satisface nuestra vanidad ¡vamos aviados! Todo absolutamente todo lo que nos rodea, lo que hacemos, lo que tenemos, lo que planeamos, lo que soñamos, lo que deseamos, tiene un complemento de orden espiritual, porque al ser el orden de espíritu, un orden superior en mucho a lo material, todo nos está condicionado por lo espiritual. Pensemos simplemente en que Dios es Espíritu puro, los ángeles y los demonios son espíritus puros y nosotros mismos, aquí abajo también tenemos espíritu, pero un espíritu que vive dominado por nuestra materia; pero el día de mañana será nuestro espíritu, el que domine la materia de nuestros cuerpos gloriosos, porque a través de los sentidos espirituales, que aquí abajo hallamos desarrollado, unos mucho y otros poco, podremos captar la gloriosa Luz increada de amor sin límite que es Dios,  y es ahí, precisamente ahí, donde se encontrará nuestra futura felicidad, en la asimilación y participación de esa maravillosa Luz que es Dios. Y cuanto más hallamos desarrollado en este mundo los sentidos de comunicación espiritual de nuestras almas, más felices seremos.

 

Por lo tanto nuestra lucha más importante no es la noble lucha que desarrollamos en la calle trabajando materialmente, sino la que se desarrolla en nuestro interior y que lleva el nombre de lucha ascética, luchando con nuestro principal enemigo, que tiene tantas caras y formas de actuación, que a lo largo de la historia se le ha individualizado con un porrón de nombres: Ángel caído.- Ángel del mal.- Anticristo.- Apolión.- Arimán.- Asmodeo.- Baalial.- Belcebú.- Belhor.- Beliar.- Beliall.- Beliel.- Demonche.- Demonio.- Demonios.- Demontre.- Diablo.- Leviatán.- Lucifer.- Luzbel.- Maligno.- Mamón.- Mefisto.- Mefistófeles.- Padre de la mentira.- Pedro Botero.- Príncipe del mal.- Príncipe del mundo.- Satán.- Satanás.- Suma mentira.- Sumo mal.

 

Y este es nuestro verdadero enemigo, el que vive reconcomido por el odio y el rencor, y que quiere tomarse revancha de su derrota en la Cruz, tratando de causar daño a Dios, en aquello que le es más querido a Él, “las criaturas humanas”. El dispone de varias armas para atacarnos y conseguir su objetivo de que le acompañemos eternamente en el odio y el rencor que existe en el infierno. Quizás el arma principal que tiene sobre nosotros, es su superior inteligencia a la nuestra, y este arma solo podemos neutralizarla con la gracia divina que Dios nos da gratuitamente a todo aquel que vive en estado de amistad con Él, y también se la otorga al alma que viviendo al margen de su amistad, ella le solicita la gracia, pues el mero hecho de solicitársela, presupone ya un principio de reconciliación con el Señor, si es que no supone una verdadera reconciliación. Por lo tanto los ataques del demonio, siempre se centran en las almas que viven en estado de gracia, pues a las que viven al margen de este estado ya las tiene agarradas y no se preocupa de ellas, salvo para atizarlas más y en el caso de que vea que una de ellas se le escurre.

 

Pero a pesar de su superior inteligencia sobre la nuestra, tenemos que tener presente, que él no puede caminar a sus anchas por nuestras potencias y mucho menos entrar en nuestra voluntad, si así fuese todos viviríamos en pecado. San Juan de la Cruz escribe diciendo que: “Porque el demonio no tiene poder sobre el alma sino solo través de los actos de nuestras potencias, sobre todo por los recuerdos, pues de ellos dependen casi todos los actos de las otras potencias.., a través de ellos (de los recuerdos) el demonio puede exagerar formas, noticias, cavilaciones, y con ellas engendrar en el alma soberbia, avaricia, ira, envidia, etc.. y causar odio injusto, amor vano y engañar de muchas maneras... Si el alma, pues anula los recuerdos, no puede nada el demonio, porque no encuentra donde agarrarse. Y sin nada, nada puede”.

 

De todos es sabido que el demonio nos ataca con las tentaciones y estas son tremendamente variadas. No existe un catálogo de ellas, aunque sí las que se refieren a un mismo grupo de ofensa a Dios, pues dado que cada uno de nosotros somos criaturas únicas irrepetibles y distintas unas de otras, amamos y desgraciadamente ofendemos también al Señor de distinta manera. Pero esto no es problema para la superior inteligencia del demonio, pues a cada uno de nosotros nos tiene tomada la medida y sabe de qué pie cojeamos. Si alguien quiere comprobar esto, aunque no se un gigante del la vida interior, se dará cuenta de que hay veces que está más predispuesto que otras, o que se siente tentado más que otras vces a cometer determinadas acciones que le apartarían del amor al Señor.

 

En términos generales las tentaciones demoniacas, están construidas de acuerdo con el nivel de vida espiritual del alma de la persona de que se trate, su edad, estado social, historial de éxitos o fracasos de tentaciones anteriores, etc. El demonio tiene siempre en cuenta todos los factores que le han de asegurar el éxito, pues al ser un ser tremendamente soberbio encaja muy mal sus fracasos, y cuando ve que un alma le resiste varias veces, no repite en la misma línea de ataque; primero para no herir su propia soberbia, y en segundo lugar para no regalarle a esa alma tentada, los méritos que ante el Señor adquiere al resistir la tentación, lo cual fortalece a esa alma para resistir futuros ataques, y el demonio es consciente de que esto le perjudica. Por otro lado hay que tener presente tal como decía Santa Teresa de Jesús, que: “Al alma que está unida con Dios, el demonio la teme como al mismo Dios. En ella el demonio está ya vencido y apartado muy lejos”.

 

A un alma débil  en los pecados más burdos, como pueden ser los referidos a la gula, a la lujuria, al hedonismo, etc. El demonio les ataca por ese lado, pero para las almas que tienen sujetos, aunque nunca dominados estos pecados, les ataca más sutilmente, con dudas de fe, o con dudas acerca de la realidad del misterio de la Transubstanciación. Concretamente, este suele ser un ataque predilecto del demonio para tentar a personas consagradas al servicio del Señor.

 

En todo caso sobre este tema, tengamos siempre presente varios axiomas: Primero nunca el demonio está autorizado a tentarnos con fuerzas superiores a nuestra capacidad de resistencia, al final quien manda en él es nuestra propia voluntad, a la cual como potencia humana el jamás puede dominar. En segundo lugar, demos gracias al Señor, que por medio de las tentaciones, que con su gracia siempre podemos dominar, tenemos a nuestra disposición maravillosas ocasiones de meritar a los ojos del Señor. Sin demonio y sin tentaciones, no habría escala para subir al cielo.

   

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

 

Otras glosas o libros del autor relacionados con este tema.

-        Libro BUSCAR A DIOS.- Isbn. 978-84-611-6451-6.

-        Libro MOSAICO ESPIRITUAL.- Isbn. 978-84-612-2059-5.

-        Actuaciones demoniacas. Glosa del 20-05-09

-        Demonio y demonios Glosa del 11-02-10

-        El mal y su instigador Glosa del 19-02-10

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