Lunes, 23 de diciembre de 2024

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¿Qué es la Iglesia purgante?

por Juan del Carmelo

           Algunos se preguntan: Si me salvo ¿por qué he de purgar? El Cuerpo místico de Cristo o cuerpo total, tal como lo denominaba San Agustín, comprende tres distintas situaciones en las que se puede encontrar un alma no reprobada, es decir no condenada, pues ni los ángeles condenados ni las almas humanas también condenadas, ni pertenecen ni pertenecerán nunca jamás al Cuerpo místico de Cristo. Estas tres situaciones o tres iglesias, son: Primeramente Las iglesia militante, es decir, la que se encuentra en este mundo pasando la prueba de amor, que necesita superar, sino quiere no ser reprobado en el juicio que le espera. Pasado el juicio si el alma no es reprobada puede irse directamente al cielo por estar ya totalmente purificada y poder soportar la grandeza de la luz de Dios que le espera o bien ir al Purgatorio, a donde van casi todas las almas no reprobadas, para concluir su purificación. Las almas que ya se encuentran en el  cielo, constituyen la iglesia triunfante y las que esperan su purificación, constituyen la iglesia purgante.

 

          Como sabemos, existe la idea muy generalizada, de que después de nuestro juicio, sea este personal o final, Dios nos enviará a uno de los tres sitios; al cielo, al infierno o al purgatorio. Pero de entrada y para aclarar eso de salvarse o condenarse, hemos de señalar, que Dios no envía a nadie ni al purgatorio, ni al infierno, sino que somos nosotros y solo nosotros, los que libremente escogemos el lugar de nuestra definitiva casa para toda la eternidad, salvo en el caso del Purgatorio, donde la estancia es siempre pasajera.

 

           Mentalmente casi todo el mundo establece un paralelismo entre los juicios divinos y los humanos y enseguida pensamos en un Dios-juez, sentado en lo alto de un estrado, nosotros sentados en el banquillo de los acusados y a derecha nuestro ángel de la guarda como abogado defensor y a la izquierda a nuestro demonio particular, como fiscal acusador. Al final pensamos que Dios después oír a las dos partes y de juzgarnos, dará un mazazo en la mesa, como en las películas norteamericanas, y dirá “visto para sentencia” y luego sentenciará. Nada más lejos de la realidad, entre otras varias razones, porque el mal denominado juicio particular o el final, se desarrollará en el mundo del espíritu y entre espíritus, nuestros cuerpos se habrán quedado en la tierra, incinerados o enterrados, pero en la tierra, por otro lado tanto Dios, como nuestro ángel de la guarda como nuestro demonio particular, son espíritus puros y todo el entramado que nuestra imaginación haya creado se deshace por su base. Además pensemos que la pobre liturgia judicial humana, nada tiene que con la liturgia divina. Realmente no se debería emplear el término juicio para calificar esta última situación que nos espera, pues a nadie se le condena, el que sale condenado es porque así él lo desea, más bien debería usarse un término como por ejemplo el de “Revisión final de amor”, ya que más que por nuestros acto seremos juzgados por el amor que hayamos tenido al Señor, durante nuestra actuación terrenal.

 

           En torno al Purgatorio, el Catecismo de Iglesia católica nos dice en los parágrafos 1030 y 1031: “Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo”.

          “La Iglesia llama purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados. La Iglesia ha formulado la doctrina de la fe relativa al purgatorio sobre todo en los Concilios de Florencia (cf. DS 1304) y de Trento (cf. DS 1820; 1580). La tradición de la Iglesia, haciendo referencia a ciertos textos de la Escritura (por ejemplo 1 Co 3, 15; 1 P 1, 7) habla de un fuego purificador”.

 

           San Pablo es menos explícito y a este respecto nos dice que: "13 El trabajo de cada uno aparecerá claro el día del juicio, porque ese día se manifestará con fuego, y el fuego probará la obra de cada uno. 14 Si la obra resiste la prueba del fuego, recibirá el premio; 15 si se consume, lo perderá todo, aunque él se salvará, pero como el que escapa del fuego”. (1Cor 3,1315).

 

          Y así entramos en el tema de mayor interés, que el purgatorio suscita, el de tener una idea del sufrimiento dentro del mismo, y sobre todo lo referente al fuego, pues nos encontramos con opiniones muy dispares, que van desde aquellas que pintan el purgatorio tan terrorífico como el infierno, a otras que nos dan una imagen más suave y posiblemente más lógica de lo que allí pasa. Lo que es indudable es que no muchos están de acuerdo con la frase de Santo Tomás que dice: “Con el mismo fuego es atormentado el condenado y el elegido”, puesto que existe una notable diferencia en la apreciación del sufrimiento sea de fuego o como sea, ya que el elegido que se encuentra purgando tiene una esperanza y sabe que lo que le espera es muy superior a lo que ahora se encuentra pasando, mientras que el condenado carece de toda esperanza. La tremenda diferencia que media entre Infierno y Purgatorio es la desesperanza que atormenta al condenado en el Infierno. Un escritor italiano Dante Alighiri, en su Divina comedia explica que y al entrar en el infierno describe un letrero que dice: "Lasciate ogne speranza, voi ch´intrate", o "Abandone toda esperanza, aquel que entre aquí". El purgatorio es el fruto de la misericordia divina, mientras que el cielo y el infierno son frutos de la justicia de Dios, del cumplimiento de su palabra, de retribuir al amor y la bondad, y sancionar a la maldad.

 

          Nosotros estamos acostumbrados a ver el purgatorio como un castigo divino por el pasado pecador del hombre, una especie de “infierno con salida”. Junto a esta idea, está la del fuego del purgatorio, aunque hay que tener presente que el Concilio de Trento nunca lo menciono, tal como escribe el Cardenal Newman -ahora a punto de ser elevado a los altares por Benedicto XVI- la idea del dolor físico tampoco está en el decreto de Trento sobre el Purgatorio, sino que deriva de las tradiciones de la Iglesia Latinas. Para muchos exégetas, ese fuego terrible del purgatorio, lo es porque es un fuego de amor: es el amor que Dios enciende en el alma que está en el purgatorio, un vivo deseo de Dios, como una dolorosa languidez, una llama ardiente, que provoca en las almas del purgatorio, una sed mística atroz, ya que tal es su vehemencia.

 

          Para el doctor en teología Rico Paves este sostiene que: “La purificación del purgatorio implica que el amor al Señor, se vea retardado en poseer a la persona amada. Un amor impedido así en el acceso a Aquel que ama padece dolor y por el dolor se purifica”. Es decir, esta idea abunda, en la de que el paso por el purgatorio es instantáneo. En este sentido François Xavier Durrwell sostiene que: “En la muerte, el hombre se sitúa fuera del tiempo terrestre; su purificación no se mide ni por horas ni por días, sino por la distancia que le separa de la santidad del Reino, por el grado de la purificación necesaria en el momento de la muerte”. El teólogo Ruiz de la Peña propone entender el purgatorio como un momento intensivo del juicio; no sería tanto un estado de purificación, cuanto un instante purificador, debido al encuentro con Dios.

 

           El norteamericano Nemeck F. K, escribe que: “Nuestra vida mortal es realmente nuestro purgatorio, o al menos una gran parte de él, Lo que a la hora de la muerte no ha sido aún consumido por el amor transformante de Dios, es consumido completamente por el definitivo encuentro personal con el amor divino en la muerte misma. El amor de Dios nos diviniza de tal manera que ese mismo amor consume en nosotros todo lo que todavía no ha sido espiritualizado. Esta luz y amor divino nos penetra de tal manera, que su abrumadora intensidad nos purga en un instante, de todo aquello que no sea transformable en Dios”.

 

          Me parece que debo concluir esta glosa con un pensamiento de San Juan de la Cruz, que dice: “Que la Providencia de Dios provee siempre, en la vida de cada hombre, a la purificación necesaria para que, cuando lleguemos a la hora de la muerte, podamos ir derechos al cielo”.  

 

           Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Otras glosas o libros del autor relacionados con este tema.

- Resurrección de la carne.- 1810-09.
- Cualidades del cuerpo glorioso.- 24-08-09.
- El tiempo que nos resta.- 13-0210.
- Conversaciones con mi ángel.- Isbn 978-84-611-7919-0

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