Comulgar con fuego
por Juan del Carmelo
El amor cuando es profundo quema, abrasa. Y el fuego del amor de Dios, más que quemar inflama el alma del que ama. El escritor inglés Lewis, C.S. describía el amor de Dios diciendo: “El amor de Dios es un fuego voraz, es el amor creador de los mundos, tenaz como el amor del artista por su obra, despótico como el del hombre por el perro, providente y venerable como el del padre por su hijo, celoso, inflexible y exigente como el amor entre los sexos. Desconozco cómo es posible un amor así. Explicar porque las criaturas especialmente las humanas, poseen un amor tan prodigioso a los ojos del Salvador, es algo superior a las posibilidades de la razón”.
Dios es un fuego devorador, un fuego que consume, que transforma en Él todo lo que toca. En el Deuteronomio, podemos leer: "…porque Yahvéh tu Dios es un fuego devorador, un Dios celoso”. (Dt 4,24). Y así es, por lo que Jean Lafrance, escribe diciendo: “No se puede pretender acercarse a Dios sin dejarse devorar por este fuego. Por eso la oración es una aventura peligrosa”. A juicio de Lafrance a la oración, habría que ponerle un letrero en negro y amarillo, con el icono de una calavera y dos tibias cruzadas y un letrero que dijese: “Atención peligro de muerte”, porque el alma que se entrega con frenesí a la oración, termina siendo devorada por el fuego del amor de Dios. Y en esta idea, para San Alfonso María de Ligorio, la oración es la feliz hoguera, en la que se enciende y conserva el fuego del santo amor. Esta hoguera hemos de encenderla y alimentarla constantemente y para encenderla no podemos hacerlo, tal como nos dice Santa Teresa de Jesús, con largas oraciones vocales, ni con pesadas disquisiciones meditativas, que según la santa son pesados leños y con leños no se enciende el fuego. Es necesario usar combustible ligero, pequeñas jaculatorias vocalizadas muy despacio. El Catecismo de la Iglesia católica en su parágrafo 2.717 nos dice: “Las palabras en la oración contemplativa no son discursos, sino ramillas que alimentan el fuego del amor. En este silencio, insoportable para el hombre “Exterior”, el Padre nos da a conocer a su Verbo encarnado, sufriente, muerto y resucitado, y el espíritu filial nos hace participes de la oración de Jesús”.
Es a través de la oración y concretamente por medio de la oración contemplativa, como podemos alcanzar el fuego del amor divino, pues es precisamente la oración la que nos introduce en ese fuego divino. Orar es contactar con Dios y el que establece ese contacto en grado muy profundo, es decir, contemplativamente, es el que llega a comulgar con fuego, tal como oraba Simón de Metafrasto (s. X), por medio de una oración que hoy en día se sigue utilizando por nuestros hermanos orientales antes de comulgar y que dice así: “Espero en Ti, temblando. Comulgo con fuego. De mí mismo no soy más que paja, pero, oh milagro, me siento de pronto abrazado como en otro tiempo la zarza ardiendo de Moisés. Señor, todo tu cuerpo brilla como el fuego de tu divinidad, inefablemente unido a ella. Y Tú me concedes que el templo corruptible de mi carne se una a tu carne santa, que mi sangre se mezcle con la tuya. Desde ahora soy tu miembro transparente y luminoso. Tú me das tu carne en alimento, Tú que eres un fuego que consume a los indignos, no me quemes, sino más bien deslízate en mis miembros, en mis articulaciones, en mis riñones y en mi corazón. Consume las espinas de mis pecados, purifica mi alma, santifica mi corazón, fortifica mis piernas y mis huesos, ilumina mis cinco sentidos y establéceme todo entero en tu amor”.
El deseo divino es que todos seamos abrazados por ese fuego purificador, así Él nos dejó dicho: "He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido!”. (Lc 12,49). El Señor para con nosotros solo tiene un ardiente deseo, que es el de ver prendido en todas las almas el fuego de amor con que se consume su propio corazón, y solo anhela de nosotros que le devolvamos, al menos una pequeña parte de ese tremendo amor que nos tiene. Si queremos alcanzar el cielo, hemos de tener presente, que el cielo supone el perfecto amor a Dios, que debe de ser alcanzado en esta vida, o si no, en la otra después de la purificación por el fuego del Purgatorio. Y no olvidemos que el modo más fácil, es santificarse aquí y ahora.
La hoguera del fuego del amor a Dios podemos encenderla aquí abajo, porque siempre será mejor que esperar a encenderla en el Purgatorio, en ese terrible fuego que también es un fuego de amor, un fuego de ansia de amor, un ansia que Dios enciende en el alma que está en el Purgatorio, es esta alma la que vive en un vivo deseo de alcanzar a Dios, como una dolorosa languidez, una llama ardiente, que tal como lo describe un autor anónimo, provoca en las almas del purgatorio una sed mística atroz, tal es la fuerza de su vehemencia.
Alcanzar la contemplación, no es nada fácil, ella es un don que Dios otorga, al que persevera en el deseo de alcanzarla. Así Jean Lafrance escribe: “El silencio de Dios es la realidad más difícil de llevar al comienzo de la vida de oración, y sin embargo es la única forma de presencia que podemos soportar, pues todavía no estamos preparados para afrontar el fuego de la zarza ardiendo. Es preciso aprender a sentarse, a no hacer nada delante de Dios, sino esperar y forzarse de estar presente al Presente eterno. Esto no es brillante, pero si se persevera, irán surgiendo otras cosas en el fondo de este silencio e inmovilidad”.
Y lo que surgirá, será el fuego del amor divino, del que nos habla San Juan de la Cruz, que es el fuego que ilumina al hombre y que con su luz le descubre aquellas zonas de oscuridad y de mal que hay en él… Si los dos pilares de la vida interior, escribe Slawomir Biela, que para él son la gratitud y la contrición, son algo superficial y exterior en ti, no te engañes al pensar en tu vida espiritual. Si no son profundas tu contrición y tu gratitud, es señal de que apenas estás comenzando tu vida interior”.
No limites nunca tus aspiraciones en la vida interior. En general muchas personas piadosas e incluso revestidas del don de la oración, se limitan a desear solamente del Señor, un poco de calor y de dulzura, y el Señor lo que nos propone, es un incendio, Él es el fuego de amor, que ha venido a traer a la tierra y que sobrepasa infinitamente lo que puedes anhelar y desear, cualquier ser humano. No limites tus aspiraciones a tu horizonte interior, aunque seas un loco de amor. En la oración deja que tu corazón se dilate hasta el infinito de Dios, ya que esto es lo que Él nos propone. El Señor nos propone es un incendio de amor en nuestras almas y que seamos capaces de incendiar aquellas que nos rodean.
Recuerda siempre que el que te creó, tiene una loca sed de que tú tengas sed de Él.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.