Lunes, 23 de diciembre de 2024

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El matrimonio es cosa de tres

por Juan del Carmelo

           La verdad es que el título de esta glosa puede ser ambivalente. Puede ser espiritualmente ofensivo, y pagano refiriéndose, aquello del menage a trois, pero no es por ahí por dónde van los tiros. El matrimonio cristiano es desde luego un arreglo a tres bandas: Ella, él y el Señor, ellos ponen la parte material del arreglo y el Señor la parte espiritual, porque tanto ella como él, son personas, y ya sabemos que toda persona tiene cuerpo y alma, y el alma para alimentarla necesita del Tercero que es el Señor, pues Él y solo Él, posee la llave de la despensa donde se guardan los alimentos de las almas.

 

            Me ha dado pie para escribir esta glosa, el hecho de que una nieta de 19 años, se ha presentado en su casa diciendo que tiene novio. La escena no la presencie, pero conociendo a la madre y a la hija, padre y hermanos, me la figuro. Primeramente, la madre se rasgó las vestiduras, poniendo por delante la excusa, de que la niña es muy joven para tener novio. Lo que olvida la madre, es que a la misma edad de su hija, ella ya había tenido dos novios. En los padres está muy arraiga la idea, de que los hijos siguen siendo niños y se niegan a aceptar la idea de que han crecido, y que han de volar solos. Ya el Señor nos dijo: “Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a la mujer, y serán los dos una sola carne”. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios unió no lo separe el hombre”.  (Mt 19,3-5). Lo que subyace en esa idea de negarse a ver el crecimiento de los hijos, es que de paso uno ha de aceptar el envejecimiento propio y son pocos a los que les gusta esa idea.

 

La segunda excusa era más razonable, ya que se trataba de saber quién era el novio, quién era su familia, y que se sabía de él; vamos, tener ya  una completa la ficha de identificación con su respectiva calificación, pues la hija, solo podía asegurar una cosa, y es que era muy guapo y lo quería; razones estas que a los mayores, padres y hermanos y sobre todo si son varones en la familia, ni comprenden, ni les importan un pito.

 

            En mí, la niña encontró un potente aliado y me gano plenamente, pues comentó, que el chico le había dicho, hablando del matrimonio, que eso era una cosa muy serie y además era siempre una cosa de tres; afirmación esta que no era en la actualidad, propia de un chico de veinte o veintidós años, que demostraba una madurez espiritual, que otras muchas personas con ochenta y aún con noventa años, no la han alcanzado todavía, por lo que inmediatamente tomé partido en la situación, ya que para mí este era el mejor salvoconducto que sobre el chico se me podía presentar.

 

            Luego los especialistas familiares en el Gotha alemán y en el Hola español, descubrieron que era nieto de fulano y emparentado con zutano, lo que le hacía socialmente aceptable. ¡Dios mío!, cómo funciona el mundo y cuanta alteración en las escalas de valores de los seres humanos, hay hoy en día, aunque pensándolo bien, no creo que cualquier tiempo pasado fuese mejor, los seres humanos somos criaturas imperfectas, que el Señor, para mi incomprensiblemente ama desesperadamente y desde que el mundo es mundo, en mayor o menor grado, salvo honrosas excepciones, nuestra incompetencia y estupidez ha sido siempre igual. Tenemos a nuestro alcance, la posibilidad de poseer al que lo ha creado todo lo que tenemos y lo que vemos y luchamos y ofendemos al Creador de todo, por unas migajas insignificantes de su obra, pudiendo tenerlo directamente a Él.

 

            Pero yendo al tema. Efectivamente el matrimonio es cosa de tres, y solo cuando es así, es cuando funciona, de otra forma está condenado al fracaso. Ellos dos ponen su materia, el Señor pone su gracia divina, que es la que hace funcionar la máquina. El Señor elevó el matrimonio a la categoría de sacramento, es decir a canal de obtención de la divina gracia y es así como el matrimonio puede funcionar, sobre la gracia que adquieren los contrayentes.

 

A Dios, para nada, le entusiasman las manifestaciones espectaculares, que son tan amadas por los seres vanidosos, por ello y de ahí su prevención a la ejecución de milagros, porque la taumaturgia, no es el método adecuado para la conversión de las almas. Él nos regala su divina gracia, y ella siempre actúa lenta y suavemente en nuestras almas, tanto es así que muchas veces no somos conscientes de su actuación. La gracia no es el torrente de agua que nos cae encima, o el agua de un chaparón, que moja pero no cala, porque enseguida se seca, la gracia actúa como es la lluvia de “calabobo” o “chirimiri”, que es muy fina y parece insignificante, pero termina dejándole a uno empapado. El profeta Elías en la cueva del monte Horeb, fue testigo de cómo actúa el Señor, el cual: “Le dijo: Sal y ponte en el monte ante Yahvéh. Y he aquí que Yahvéh pasaba. Hubo un huracán tan violento que hendía las montañas y quebrantaba las rocas ante Yahvéh; pero no estaba Yahvéh en el huracán. Después del huracán, un temblor de tierra; pero no estaba Yahvéh en el temblor. Después del temblor, fuego, pero no estaba Yahvéh en el fuego. Después del fuego, el susurro de una brisa suave. Al oírlo Elías, cubrió su rostro con el manto, salió y se puso a la entrada de la cueva. Le fue dirigida una voz  que le dijo: ¿Qué haces aquí, Elías? El respondió: Ardo en celo por Yahvéh, Dios Sebaot, porque los israelitas han abandonado tu alianza, han derribado  tus altares y han pasado a espada a tus profetas; quedo yo solo y buscan mi vida para quitármela”. (1R 19,11-14).

 

            Personalmente llevo cincuenta y dos años, casado con la misma mujer, y tanto ella como yo hemos sido testigos de la acción de la gracia divina en nuestro matrimonio. Cuando un hombre o una mujer contrae matrimonio debidamente, se casa no solo con el cuerpo sino también con el alma de su futuro cónyuge. Escribe el Abad Boyland: “Por el matrimonio, las almas de las partes contrayentes son unidas y entrelazadas más directa e íntimamente que sus cuerpos y no por un deliberado y firme acto de la voluntad; y de esta unión de almas por designio de Dios se alza un sagrado e inviolable vínculo”. El paso del tiempo va cada vez más, afianzando la unidad y el mutuo amor, entre los cónyuges, si es que estos se mantienen fieles, a la recepción de las divinas gracias.

 

            Para San Juan de la Cruz, el amor tiene dos cualidades: Una de ellas es la de asemejar, la otra la de unir. Si el amor entre los cónyuges, se apoya en las gracias que reciben del tercer miembro matrimonial, es decir del Señor, el éxito siempre estará asegurado y de ese matrimonio, se podrá decir, aquello de que. Dos que duermen en un colchón se vuelven de la misma opinión. El obispo Sheen escribe: “Todo amor anhela la unidad. Así como en el orden humano la cima más elevada del amor consiste en la unidad del marido y la mujer en la carne, de la misma manera en el orden divino la más elevada unidad estriba en la del alma y Cristo en la comunión”. Y en otro libro sigue escribiendo: “El sacramento del matrimonio no es un suplemento piadoso añadido al contrato matrimonial, sino más bien la elevación de un contrato natural de matrimonio al orden de la gracia, en el cual el marido ama a la mujer como Cristo ama a la Iglesia y la mujer al marido como la Iglesia a Cristo La mujer y el marido no son precisamente un símbolo de la unión de Cristo y la Iglesia, sino que gozan de una participación real en esa unión. Como Cristo vive en la Iglesia y la Iglesia en Cristo, así el marido vive en la mujer y la mujer en el marido, y los dos son una sola carne”.

 

            “El matrimonio es algo más grande que un contrato, ya que involucra también un sacrificio. La mujer sacrifica un don irreparable, el cual fue el don de Dios y fue el objeto del cuidado ansioso de su madre: su fresca belleza juvenil, frecuentemente su salud y esa facultad de amar que las mujeres poseen una sola vez. El hombre por su parte sacrifica la libertad de su juventud, esos años incomparables que nunca regresan: el poder de consagrarse a quien ama, lo cual es vigoroso solo en los primeros años, y la ambición inspirada por el amor, de crear un futuro feliz y glorioso. Todo esto no es posible nada más que una vez en la vida de un hombre, tal vez nunca. Por lo tanto el matrimonio cristiano, ofrecido en dos cálices, uno llenos de virtud, pureza e inocencia; el otro de devoción inmaculada, de la consagración inmortal de un hombre a aquella que es más débil que él mismo, que todavía ayer le era desconocida. Estas dos copas deberán llenarse hasta el borde para que la unión pueda ser santa y el cielo pueda bendecirla”.

 

            Pero hoy en día, esta bella idea de lo que es y representa el matrimonio, ha sido desbaratada, porque, el pecado original ha perturbado el control que la razón debería de ejercer sobre el impulso biológico, por lo que quizás no resulte demasiado sorprendente que muchos jóvenes de uno y otro sexo caminen ciegamente hacia un matrimonio predestinado a la infelicidad. Son jóvenes que se casan solo ellos, sin dar cabida alguna al Señor en su relación, sin saber ni tener conocimiento de las gracias sacramentales que tiran por la borda, porque en muchos casos su boda si ha sido eclesiástica, más lo ha sido por razones sociales, que por abrirle al Señor una puerta de entrada en su matrimonio.

 

            Beumer Jurjen a este respecto escribe: “El matrimonio no es una atracción entre dos individuos que dura toda la vida, sino una llamada, para que dos personas den testimonio conjunto del amor a Dios. La base del matrimonio no es el afecto mutuo o los sentimientos, emociones, o pasiones, que asociamos con el amor, sino una vocación, un ser elegidos para construir juntos una casa para Dios en este mundo”.

 

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

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