Un solo amor
por Guillermo Urbizu
Un buen amigo me dice nada más verme: “Un hombre y una mujer, enamorados, ¿son dos amores o un solo amor?”. La cuestión no es baladí, ni es un mero juego de palabras. Pienso que se trata de una misma realidad amorosa que se inspira y concibe en la comunión de dos personas distintas. Unidad en la diversidad. Un mismo don que brota del encuentro de dos miradas. Dos enamorados en la unión de un solo amor. Un amor que no puede darse sin la complementariedad de ambas personalidades y ambos sexos en mutua donación. No son dos amores. Son dos vocaciones individuales que se entregan a un solo destino de perfección. El amor es un camino que se recorre en común y en la misma dirección, cada uno embebido en el otro, puliendo poco a poco la ternura en las diferencias de carácter o cambiante perspectiva de las cosas, y salvando las consabidas distancias con el perdón. La imagen del beso viene pintiparada para ilustrar todo esto que digo. El beso es único -como el amor-, pero son dos los que se besan. Dos almas que se entregan la una a la otra para fundirse en una misma carne impregnada de alegría y de pureza. Sólo así puede el amor ser debidamente amor: amando. Sin egoísmo o cualquier otro turbio disfraz de pega. Un hombre y una mujer. Una mujer y un hombre. Las manos se buscan y las caricias van cincelando la figura de ese único amor que transforma la materia en luz, en un incendio de sed y cielo. Ya sé, ya sé que se me desvía el discurso y que me voy por las nubes poéticas. ¡Qué le vamos a hacer! Cada uno es como es. Pero el que experimenta un amor así sabe que a partir de un determinado momento su vida ha dejado de ser suya, que ya no se pertenece. Y es así como se alcanza la felicidad, la plenitud de un amor que no es tuyo ni mío, de un amor que enhebra y resume el corazón de los dos.
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