¿Cómo funciona eso del tesoro oculto?
por Juan del Carmelo
Todos hemos oído la parábola del “Tesoro oculto”. Y para refrescar la memoria antes de entrar en el tema, me parece conveniente, relatar esta parábola con las palabras evangélicas, que solamente estan recogida por San Mateo y explicar los antecedentes históricos de ella.
El hecho o los hechos, sucedieron sobre marzo del año 29, en la orilla norte del lago de Genesaret, entre Heptapegón y Cafarnaúm. Los que hayan estado en Tierra Santa, habrán visto que entre estos dos puntos, apenas hay unos seis o siete kilómetros de distancia, y como a un kilómetro y medio de Heptapegón en dirección a Cafarnaúm, por la carretera que bordea el lago, hay una pequeña ensenada donde se remansan las aguas del lago, al pié de una orilla escarpada en pendiente en forma de anfiteatro. San Mateo, en el capítulo trece recoge varias parábolas, pronunciadas por el Señor en esa fecha y en ese lugar, y entre ellas la que nos ocupa y la muy fundamental del “Sembrador”. En todas las parábolas que pronunció el Señor aquel día y en aquel lugar, estableció un parangón entre la parábola y el Reino de los cielos.
Inicia San Mateo el capítulo trece diciendo: “Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó a orillas del mar. Y se reunió tanta gente junto a él, que hubo de subir a sentarse en una barca, y toda la gente quedaba en la ribera. Y les habló muchas cosas en parábolas”. (Mt 13,1-3). El Señor mandó al barquero alejarse un poco de la orilla, para que todo el mundo que estaba sentado en el anfiteatro natural de esta ensenada le pudiese oír claramente. Y, como decimos, entre otra pronunció esta parábola: "Es semejante el reino de los cielos a un tesoro escondido en un campo, que quien lo encuentra lo oculta y, lleno de alegría, va, vende cuanto tiene y compra aquel campo”. (Mt 13,44).
Pero, ¿Cómo se encuentra este tesoro? ¿Cuál es su contenido? Vamos a tratar de contestar a estas preguntas. Primeramente hemos de considerar, que a mi juicio con respecto a esta parábola, las personas se dividen en tres categorías: La primera de ellas, la constituyen aquellas personas que en un momento dado de su vida, independientemente de lo que fuesen anteriormente, unos creyentes más o menos piadosos, o unos depravados, que no había por dónde cogerlos, sufren lo que conocemos con el nombre de una “conversión”, un cambio de mentalidad, una alteración de la escala de los valores que rigen su vida, en virtud de la cual, la persona encuentra su tesoro escondido y también el goce y felicidad que le proporciona, su encuentro con el Señor. Decía Santa Catalina de Siena, que: “Para los que creen en Jesús todo camino hacia el cielo, es cielo”. Si tropezamos con ese tesoro aquí, en la tierra, si encontramos esa relación de amistad, nos hemos encontrado con el reino de Dios y hemos hallado la felicidad en la tierra, que será mayor o menor de acuerdo con el tamaño del tesoro hallado.
La conversión que puede afectar a una persona si y a otra no, pues el Señor nos puede poner delante de nosotros el tesoro y hay quien no lo acepta, pues bien, como decimos la conversión que puede afectar una persona, no es solo una sino varias a las veces que se tienen conversiones, a lo largo de su vida espiritual, ya que para avanzar en el desarrollo de nuestra vida espiritual, hemos de estar siempre convirtiéndonos, es decir transformándonos por amor al Señor. En la vida espiritual, ya se sabe que el que no avanza está retrocediendo. El que ha aceptado una conversión, ha de estar buscando siempre el nuevo tesoro que para él va a suponer la nueva conversión.
La segunda clase de personas, son aquellas que siendo creyentes y piadosas, creen que nunca han encontrado ese maravillosos Tesoro del que se nos habla en la parábola. Lo que ellas no se dan cuenta, ni son conscientes de que si han encontrado el tesoro, pero su hallazgo, no ha sido de golpe, por conversión, sino lentamente. Ellas son personas que están trabajando en la viña, desde primeras horas. Los del primer grupo de personas, a que antes nos hemos referido, son los caraduras de última hora, entre los cuales me cuento. Somos conversos de última hora, pero tal como escribía Frossard, un autor francés: “Los conversos son peligrosos, porque no dudan de lo que creen, ni tienen freno para expresar sus convicciones”. Y él, bien sabía lo que decía, porque era otro converso. Es lo lógico que el converso sea así, pues siempre está tratando de recuperar el tiempo perdido en el servicio al Señor, por ello los conversos somos peligrosos.
El peligro para la segunda clase de personas. Aquí expresadas, radica en el acomodamiento que se hace o pueden hacerse, a una vida espiritual muchas veces carente de horizontes y de metas para alcanzar. Caminar es ir dando pasos adelante, tratar siempre de subir más alto, de llegar más lejos, pero nunca de sentarse pues a uno, porque nadie nos va a llevar en brazos. El tesoro oculto, hay que estar siempre buscándolo y nunca conformarnos con el tamaño de lo que ya tenemos, hay mucho más y podemos siempre lograr mucho más. No olvidemos nunca que cuanto más tesoro espiritual logremos en esta vida, más felices seremos en ella y después en la que nos espera y mucho mejor comprenderemos todo lo que a nuestro alrededor ocurre. Porque cada día se nos irán abriendo más las pupilas de los ojos de nuestra alma, y comprenderemos más y mejor al Señor, y lo que es más importante veremos con mayor claridad cuál es su voluntad, acerca de lo que quiere de nosotros en general y en especial de cada uno de nosotros.
En cuanto al tercer grupo de personas, casi me limitaré a decir de ellas, que son aquellas a las que todo esto les resbala y todo les importa un comino. Simplemente recemos por ellas, pues son hermanos nuestros, a los que Dios también los ama y siempre está preocupándose de sus ovejas descarriadas.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.