Lunes, 23 de diciembre de 2024

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La piel de la memoria

La piel de la memoria

por Juan García Inza


         Así se titula un libro de Jordi Sierra (Edelvives), que me recomendaron y que me he leído de un tirón. Cuenta la historia de Kalil Mtube, un niño africano de once años, vendido por su padre a un tratante de esclavos y enviado a trabajar en pésimas condiciones a un campo de cacao. La historia es realmente dramática. La aventura de una criatura que se ve sola, rotos los lazos afectivos, con la amargura de verse convertido por el padre en una mercancía. Un duro trabajo no pagado, mal alimentado, brutalmente apaleado por un comerciante sin corazón, que solo buscaba su beneficio particular a costa de la vida de un grupo de adolescentes y jóvenes que se vieron, casi todos, abocados a la muerte por agotamiento o por castigos.
         Tras una aventura increíble el niño Kalil consigue salir de aquel “campo de trabajo forzado”, para caer en manos de otras gentes sin conciencia que lo metieron, junto con muchos más, en unas jaulas como animales para revenderlos en otros mercados o dedicarlos a la guerrilla. Tras muchas peripecias logra salvarse, él solo, de una muerte segura. Murieron exterminados todos sus compañeros, y el logró sobrevivir escondido en un rincón de un viejo barco carguero. Cuando logró llegar a la civilización en otra zona de África no se lo creía. Pero entonces descubrió lo que es la verdadera vida, gracias a unos cooperantes que tienen como especial misión devolver a los niños la libertad y la dignidad.
         Pero quiero destacar del libro el último capítulo dedicado a las dedicatorias y agradecimientos. Copio literalmente del autor: A los quince mil niños esclavos -las cifras son imprecisas- qua trabajan en los campos de cacao de Costa de Marfil. A los diecisiete millones de niños que en todo el mundo –las cifras son de nuevo imprecisas- viven en condiciones de esclavitud. A los trescientos mil niños –más imprecisión- que luchan hoy en las dos docenas de guerras que asolan el planeta. A los trescientos millones de niños -¿cabe más imprecisión al hablar de millones en números redondos?- que combaten en guerrillas, son desplazados, obligados a prostituirse, viven abandonados en los suburbios de las grandes ciudades o trabajan en condiciones infrahumanas sin derecho a nada, ni un salario digno, ni higiene, ni escolarización, a lo largo y ancho de este mundo nuestro de cada día. A los dos millones que solo en la última década han muerto en guerras, los seis millones que han quedado mutilados, los doce millones que han sido desplazados de sus casas o aquellos que desaparecen sin más para que sus órganos sean trasplantados a los hijos de quienes pueden pagarlo.
         Vivimos en un mundo poco apto para niños. Desde el vientre materno ya se ve amenazado. Y a lo largo de la vida en el tercer mundo, y también en el nuestro, se ven obligados a sortear los vericuetos que construye nuestro egoísmo en la vida social, y en la misma vía pública. No hemos contabilizado los escándalos y vejaciones que han de sufrir de nuestra falta de humanidad. En verdad que la infancia está en peligro. ¿Qué hacen los ecologistas para defender a la especie humana? Seguramente estamos muy preocupados por los linces y las ballenas, y nos olvidamos del ser más indefenso de la naturaleza, que es el niño y la niña. ¿Hacemos algo? Que la piel de nuestra memoria no tenga que recordar algún día la falta de corazón para con los aprendices de personas.  

Juan García Inza
juan.garciainza@gmail.com


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