¿Somos firmes en nuestras convicciones?
por Juan del Carmelo
Mucho me temo, que son pocos los que pueden contestar positivamente a esta pregunta. Nuestras convicciones es un tesoro que tenemos que guardar celosamente, pues el maligno, sabe muy bien que si ataca las convicciones de un alma piadosa y logra que esta dude, da un gran paso adelante, en su deseo de terminar metiendo a esta alma en su saco de odio. Que nadie se crea fuerte en sus convicciones, pues su enemigo es más inteligente que él y sabe perfectamente como atacar. Torres muy fuertes, de personas consagradas y sobre todo de teólogos han caído. Sino examínese en la antigüedad, en los siglos XV y XVI los casos de Ulrico Zwinglio (14841531), Juan Calvino (15091564) o Martín Lutero (14861546), en Europa central y los teólogos anglicanos tal como uno de ellos Richard Hooker, que no consideran al anglicanismo una rama del protestantismo, sino unos católicos no romanos porque no admiten la autoridad del Papa.
Pero sin entrar en consideraciones históricas que no son del caso, todos deseamos los católicos y el Papa también la unidad de los cristianos, pero no a cualquier precio, tal como incluso teólogos católicos pretenden. El fin que se obtenga, nunca justifica los medios que se utilicen. La Iglesia católica abre sus brazos a todas las ovejas descarriadas que quieran volver al redil, y aunque son muchos los casos de ovejas que vuelven, la Iglesia católica nunca hace triunfalismo sobre los que se reintegran.
Los heréticos han existido en todas las épocas y son muchas las corrientes heréticas que han existido y al final se han disuelto como un azucarillo en el agua. Por lo que en relación a las nuevas corrientes heréticas que ahora decadentemente subsisten, también estas están llamadas al mismo fin, porque solo a San Pedro fue al que el Señor, le dijo: “Y Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificare mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán frente a ella. Te daré las llaves del Reino de los Cielos; y todo lo que atares sobre la tierra quedara atado en los cielos, y todo lo que desatares sobre la tierra quedara desatado en los Cielos, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”. (Mt 16,13-20).
Está muy extendida últimamente la idea de que la desunión la produjo el Papa y Roma con los “dichosos dogmas”. Primero es de ver, que los dogmas surgen en la Iglesia bastantes siglos antes del movimiento protestante del siglo XVI, que se genera en centro Europa, auspiciado por la avaricia del poder político. Los que ocurrió, con los que se auto denominan ortodoxos, pues los únicos ortodoxos somos los católicos, tuvo su origen, en el no reconocimiento de la autoridad del sucesor de Pedro en Roma, y no como consecuencia de ningún dogma, por lo que hemos de distinguir entre cismáticos y herejes, pues son cosas bien distinta. También los cismas estuvieron auspiciado por el poder político de Constantinopla, el cual al poco tiempo desapareció engullido por los otomanos que son los musulmanes turcos.
La Iglesia católica no crea los dogmas. Cuando el Papa define una verdad como dogma de fe, no crea un nuevo dogma. Simplemente se limita a garantizarnos, con su autoridad infalible, que no puede sufrir el más pequeño error porque está regida y gobernada por el Espíritu Santo, que esa verdad ha sido revelada por Dios anteriormente. La Iglesia no puede suprimir un solo dogma, como tampoco puede crear otros nuevos, pues los dogmas reafirman verdades reveladas y ni la Iglesia católica, ni el papa, ni nadie puede contradecir la voluntad divina.
El teólogo dominico Antonio Royo Marín, con la autoridad que le caracterizó, escribe: “El dogma católico permanece siempre intacto e inalterable a través de los siglos. Si la Iglesia alterara, reformara o modificara sustancialmente alguno de sus dogmas, os digo con toda seguridad que yo dejaría de ser católico; porque esa sería la prueba más clara y más evidente de que no era la verdadera Iglesia de Jesucristo. Y este es precisamente el argumento más claro y convincente de que las iglesias cristianas separadas de Roma, protestantes y cismáticos, no son las auténticas Iglesias de Jesucristo. Porque están cambiando y reformando continuamente sus dogmas.”
El dogma lo define el Catecismo de la Iglesia católica, en su parágrafo 88, diciendo: "El Magisterio de la Iglesia ejerce plenamente la autoridad que tiene de Cristo cuando define dogmas, es decir, cuando propone, de una forma que obliga al pueblo cristiano a una adhesión irrevocable de fe, verdades contenidas en la Revelación divina o verdades que tienen con ellas un vínculo necesario”. El cardenal Dannels manifiesta que: “En nuestra época el dogma está mal visto. Es sinónimo de estrechez mental, de autoritarismo y de dictadura intelectual. Se da por supuesto que mata el pensamiento y priva de todo valor a las experiencias personales. Porque cada cual tiene derecho a su verdad”. Pero es el caso de que la “Verdad” con mayúscula, es solo una, es la que nos fue revelada, siendo la Iglesia católica la depositaria y administradora de esa revelación divina, por indicación del Señor.
La noción de dogma aterroriza a quienes no comprenden a la Iglesia, exclama Thomás Merton. Son personas que no pueden concebir que una doctrina religiosa pueda estar expresada con una afirmación clara, definida y con autoridad sin que de inmediato se vuelva estática rígida e inerte y pierda toda su vitalidad. En su angustia frenética por huir de tal concepción, se refugian en un sistema de creencias que es vago y fluido; un sistema en el que las verdades pasan como niebla y vacilan y varían como sombras.
Tenemos que tener presente que, tal como escribe el obispo Fulton Sheen: “La verdad no es hechura nuestra; le pertenece a Dios. No tenemos derecho sobre ella; es ella quien los tiene sobre nosotros. El dogma es tan verdadero como que el agua es H2O; como que hay una fórmula química del agua que pueda ser la correcta, hay solo un dogma correcto concerniente a la encarnación o al sacramento del matrimonio o a la transubstanciación. Esto no es un universo en el que puedan ser verdades una docena de cosas contradictorias…. Pero una vez que hemos reconocido lo absoluto de la verdad divina nos vemos frente a la necesidad de ser caritativos con quienes no creen”.
Nosotros como católicos, hemos de tener la absoluta seguridad de que nuestras creencias y convicciones, son los verdaderos, y no ceder jamás, bajo el pretexto de conseguir una hipotética unión de los seguidores de Cristo, no hemos de prestarnos a proporcionarle el juego al maligno y a sus acólitos en este mundo, que son más de los que podemos suponer. Acordémonos siempre de las palabras de San Pedro en su segunda epístola cuando dice: “Sed sobrios y vigilad, que vuestro enemigo el diablo, como león rugiente, anda rondando y busca a quien devorar, resistidles firmes en la fe”. (2Pdr 5,8). No dejemos nunca de orar para fortalecer más nuestra fe y convicciones.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.