Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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El tema del infierno

por Juan del Carmelo

El tema del infierno por una razón u otra, está siempre de actualidad en la mente de todos aunque ello no se exteriorice, sobre todo para aquellos que viven al margen de la amistad con el Señor. Para mí que a este tema, le pasa algo muy parecido, a lo que le ocurre al tema de la muerte, son temas que nos gustaría quitarnos de encima; sería formidable que no existiesen y como no podemos lograrlo se les combate con la ignorancia.   

Tontamente se piensa que cuanto menos hablemos de estos temas, más avanzaremos en su destrucción. Pero para nuestro bien, aunque a algunos les suene esto extraño, estos temas están ahí y el hombre no podrá nunca evitarlos.

Si uno profundiza en este tema, se encontrará con libros escritos por sesudos exégetas y pseudoteólogos, que se unen a la corriente de moda y aseguran que nadie va a condenarse, y a mi corto entender incurren en un pecado de “presunción”, tema al que le dedicaremos una glosa. Basan sus afirmaciones básicamente en dos sofismas: El primero consiste en afirmar que el amor que nos tiene y la misericordia de Dios le impiden a Él, ser justo y condenarnos, y de un plumazo eliminan en Dios el principio de justicia. El segundo sofisma mantiene la tesis, de que toda condenación, aunque solo sea de una sola alma, es un fracaso rotundo de la Redención de Nuestro Señor y Dios Padre no puede consentir que su Hijo fracase.

A todo esto, habría de manifestarles a estos señores, que jamás Dios ha atentado ni atentará contra el libre albedrío o libertad de la que nos ha dotado, y si una persona quiere condenarse, aunque sea muy doloroso para Él, no quebrará nunca su libre albedrío, salvándola a la fuerza y sin mediar un previo arrepentimiento. Escribe un teólogo ortodoxo, que: “El infierno no es otra cosa que la autonomía del hombre en rebelión, que se excluye del sitio en que Dios está presente. La capacidad de rechazar a Dios es el punto más avanzado de la libertad humana, que es querida por Dios y por tanto sin límites”. Pensemos que en última instancia, solo hay dos clases de personas: las que le dicen a Dios: “Hágase Tu voluntad”, y aquellas otras a quienes Dios dice a ellas, en el último instante: “Hágase tu voluntad”. Todos los que están en el infierno lo han decidido así. Sin esta auto-elección no podría existir el infierno. Ningún alma que desee la felicidad seria y constantemente la perderá.

El siguiente paso que dan estos señores, es el de negar la existencia del infierno, pues lógicamente si nadie se condena no hay necesidad de que el infierno exista, y se olvidan al efectuar esta afirmación, que los demonios moran en el infierno; podría estar vacio de personas pero nunca de demonios. Por otro lado, los Evangelios están ahí, proclamando a voz en grito lo contrario. El P. Molinié escribe: “Abrid el evangelio: encontraréis que habla del infierno, unas sesenta veces, veinte veces explícitamente, cuarenta veces indirectamente”.

Como corolario de todo lo anterior, existe en esta clase de pensadores, exégetas o como se les quiera llamar, un tercer escalón, que es el de negar la existencia del demonio. Cuando se alcanza este tercer escalón, el demonio ya puede jactarse de que esa alma es suya.

A juicio del teólogo José Rico: “La fe cristiana cree en la libertad y responsabilidad del hombre porque cree en su condición de persona. Cree por ende en la posibilidad del mal uso de la libertad, lo que llamamos, culpa o pecado. Por tanto, si existe el pecado, debe existir el infierno, de la facticidad de aquel, se sigue la real posibilidad de este”. Para Paul Johnson, el infierno, no se trata de una cuestión académica, sino de una posibilidad temible e inminente. No tendremos la conciencia tranquila sobre el tema de la condena eterna, si no nos sometemos a la voluntad de Dios. Dante lo sugirió hace siete siglos y todavía es verdad: “El camino que lleva a la paz se extiende sobre el cadáver de nuestro ego”.

La Iglesia católica ha venido manteniendo íntegramente, durante veinte siglos, el dogma terrible del infierno. La Iglesia no puede suprimir un solo dogma, como tampoco puede crear otros nuevos. A juicio del teólogo dominico Royo Marín: “Cuando el Papa define una verdad como dogma de fe, no crea un nuevo dogma. Simplemente se limita a garantizarnos, con su autoridad infalible, -que no puede sufrir el más pequeño error, porque está regida y gobernada por el Espíritu Santo- que esa verdad ha sido revelada por Dios”.

Está muy de moda, referirse peyorativamente a los predicadores de los siglos pasados, porque hablaban del infierno y de las penas y sufrimientos que allí se padecían. A este respecto, una vez coincidí en un retiro en un monasterio cisterciense, con un antiguo compañero de bachillerato. En el comedor coincidimos con un grupo de jóvenes que pasaban por allí, entablamos conversación con ellos y muy compungidamente nos preguntaron, que si nosotros, habíamos superado ya el trauma de lo que en el colegio nos habían creado, hablándonos del infierno y de las penas que allí se sufrían. Mi amigo y yo nos miramos recíprocamente con cara de sorpresa, y les dijimos que nunca habíamos tenido ningún trauma y que estábamos muy agradecidos a los PP. Escolapios, que  nos habían  transmitido la sólida formación cristiana que ellos tenían.

El P. Esteban Higueras de la archidiócesis de Madrid, escribe: “Los curas ya no hablamos del infierno, porque no es “políticamente correcto”, no sea que se asusten los feligreses y no vuelvan. Hemos pasado de estar todo el día amenazando, a ignorar por completo que el daño y el dolor existen, en definitiva, que existe el infierno”. Si se ha hecho casi imposible hablar hoy en día del infierno a los cristianos, no es porque tienen miedo, sino porque son ellos los que no quieren tener miedo. Ya no pueden soportar este dogma, porque no tienen confianza. Y se arremete contra todos los que nos precedieron en la difusión de la fe, para justificar el hecho de que no se toque el tema del infierno, no vaya a ser que se vacíen las iglesias.

Cuando está más que demostrado, que el nivel de vida espiritual de una comunidad, no se puede medir estadísticamente, por el número de personas que van a la Iglesia, tal como se mide la potencia económica de una fábrica de coches, por el número de unidades que se vende al año, ya que el amor a Dios no se somete a los parámetros humanos. Más debemos de preocuparnos que la sal no se vuelva sosa, pues tal como nos dice el Señor: “Vosotros sois la sal de la tierra: pero si la sal se desvirtúa, ¿con que se la salara? Para nada aprovecha ya, sino para tirarla y que la pisen los hombres”. (Mt 5,13). Y en tiempos de iglesias vacías es cuando más potencia de salar, tiene la Iglesia. 

 

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

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