Lunes, 23 de diciembre de 2024

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Meditación imaginativa.

por Juan del Carmelo

          Realmente lo perfecto sería no meditar, sino solo contemplar. Lo perfecto y deseable sería pasar por este mundo en una constante contemplación, pero que se sepa ni el más santo de los santos, lo ha logrado, entre otras razones porque la contemplación es un don, o regalo de Dios a las almas que más le aman y al ser una oración infusa, lo único que podemos hacer es desearla, anhelarla con toda la fuerza de nuestro corazón, y esperar que como el Espíritu Santos sopla en donde en quien quiere y cuando quiere,  se fije en la intensidad y tamaño de nuestro amor.

 

           Como sabemos básicamente hay tres clases de oración: la vocal que es la más simple y usada, la meditación que es el paso siguiente y anterior a la más perfecta forma de orar, que es la contemplación. Tanto la oración vocal como la meditación, su ejercicio depende al 100% de nuestro esfuerzo personal, pero en la contemplación, nuestro esfuerzo es cero absoluto, es Dios quién nos regala ese goce. Repetidamente en otras glosas ya hemos dejado dicho, que este orden jerárquico de las tres clases de oraciones, estas no son escalones por los que hayamos de subir uno a uno, pues incluso el alma que tenga constantes contemplaciones, nunca  abandonará ni la oración vocal ni la meditación. Las tres forman parte de un todo, que es el contacto con Dios, pues la oración es el medio de que disponemos para contactar con Dios.

 

           Quiero escribir aquí sobre la meditación imaginativa, que es una de las formas de meditar, pues son varias las clases de meditaciones que podemos practicar y la medición imaginativa, es muy idónea para compaginarla con la práctica de una excesiva oración vocal, que puede llevar al alma a una mecánica repetitiva, en la que el valor de la oración, queda reducido, al hecho de querer dedicarle al Señor, unos minutos, vocalizando unas palabras, que muchas veces dudamos, de si es la segunda o tercera vez que las repetimos, pues aunque nuestros labios están en la pronunciación del texto oracional, nuestra mente no está ocupada en ella, sino por ejemplo; en saber que voy a poner hoy de comida si se trata de una fémina y en ellos, en saber que va a pasar hoy en la oficina.

 

           En la meditación imaginativa, más que otras clases de meditación, esta nos obliga a tener sujeta nuestra imaginación, la loca de la casa tal como Santa Teresa la llamaba, ya que en vuestra vida espiritual importa mucho que nuestra imaginación sea constantemente purificada y domada. Cuanto más controlemos nuestra imaginación, más fecunda será nuestra oración. La imaginación tiene que ser la sirvienta de nuestra inteligencia, y no al contrario como hacen algunos de emplear la inteligencia al servicio de la imaginación. La imaginación es una vagabunda y encuentra muy a menudo una cómplice en la memoria: la memoria, por su lado, es una golosa que se traga todo lo que la imaginación le presenta, después de que esta lo haya recogido de aquí o de allí.

 

           La meditación imaginativa, consiste básicamente en meditar una escena del evangelio, y mediante el uso de la imaginación y de la fantasía, y participar imaginariamente de manera activa en los acontecimientos de la escena. O bien, crear situaciones imaginarias particulares, que permitan entrar en contacto personal con el Señor, para entretenerse espiritualmente con Él en un clima de gran amor. Esto general mente tiene un campo de actuación muy amplio, pero lo más socorrido y que más  excita el ánimo de amor del alma al Señor, es acudir a las escenas de la Pasión de Nuestro Señor.

 

Históricamente la meditación imaginativa, siempre ha tenido en el desarrollo de la vida espiritual de las almas entregadas al amor del Señor, una gran importancia, sobre todo en la España del siglo de oro y con referencia a la Pasión de Nuestro Señor, que habían popularizado los escritos de la Meditaciones de la vitae Christi del Cartujano Ludolfo de Sajonia, a los cuales más tarde los Ejercicios  de San Ignacio, le dieron un nuevo vigor. A este respecto el Catecismo de la Iglesia Católica en su parágrafo 2708, nos dice que: "La meditación hace intervenir al pensamiento, la imaginación, la emoción y el deseo. Esta movilización es necesaria para profundizar en las convicciones de fe, suscitar la conversión del corazón y fortalecer la voluntad de seguir a Cristo. La oración cristiana se aplica preferentemente a meditar "los misterios de Cristo", como en la "lectio divina" o en el Rosario. Esta forma de reflexión orante es de gran valor, pero la oración cristiana debe ir más lejos: hacia el conocimiento del amor del Señor Jesús, a la unión con El”.

 

El maestro de oración Jean Lafrance, nos asegura que quien medita imaginativamente: “Cuando contemplamos la Pasión en la fe y en la caridad, estamos presentes al pie de la cruz en pie de igualdad con los contemporáneos del acontecimiento. En otras palabras, es la perennidad del misterio siempre vivo para aquellos que lo contemplan en la fe amorosa”.

 

           También en la meditación imaginativa, se pueden establecerse supuestas conversaciones con el Señor, la Virgen, o los santos de nuestra devoción. Personalmente, hay muchas veces que echo mano de mi querido ángel de la guarda como interlocutor de más confianza, e imaginativamente pienso en él y me imagina las luchas que por mi bien, sostendrá, contra el demonio que lucifer me tiene asignado, para que yo persevere en mi innata soberbia. Se podría pensar que meditar es tratar de ver imaginándonoslo, lo invisible que a nuestro alrededor ocurre y de lo cual somos parte importante.

 

Alguno puede pensar que todo esto de las conversaciones imaginativas, tiene algo de “Juan Palomo”, yo me lo guiso yo me lo como, pero no es así. La perseverancia en este ejercicio de orden espiritual, fortalece tremendamente nuestra fe, sin que seamos conscientes de ello, y en la medida que se avanza en su práctica, uno llega muchas veces a la conclusión, de que las respuestas que nos damos a nuestras propias preguntas, no emanan de nuestra mente. Hay veces que nos llega a parecer, que a nosotros no se nos hubiese ocurrido construir determinadas respuestas. Los ojos de nuestra alma, siempre se engrandecerán y más se abrirán sus pupilas, con la práctica de la meditación imaginativa.

 

Es indudable que el Espíritu Santo inhabita siempre en mayor o menor intensidad en un alma en gracia, y su actuación es siempre misteriosa y suave. Recuérdese en relación con esta afirmación lo que le pasó al profeta Elías en la cueva del Monte Horeb: “Le dijo: Sal y ponte en el monte ante Yahvéh. Y he aquí que Yahvéh pasaba. Hubo un huracán tan violento que hendía las montañas y quebrantaba las rocas ante Yahvéh; pero no estaba Yahvéh en el huracán. Después del huracán, un temblor de tierra; pero no estaba Yahvéh en el temblor. Después del temblor, fuego, pero no estaba Yahvéh en el fuego. Después del fuego, el susurro de una brisa suave. Al oírlo Elías, cubrió su rostro con el manto, salió y se puso a la entrada de la cueva. Le fue dirigida una voz  que le dijo: ¿Qué haces aquí, Elías? El respondió: Ardo en celo por Yahvéh, Dios Sebaot, porque los israelitas han abandonado tu alianza, han derribado  tus altares y han pasado a espada a tus profetas; quedo yo solo y buscan mi vida para quitármela”. (1R 19,11-14).

 

Cuando un alma arde en celo por el amor al Señor, lo que le visita, no es ni un huracán, ni un temblor de tierra, ni fuego, sino una suave brisa que lo envuelve como en un manto, es el Espíritu Santo que sopla donde, cuando y sobre quien quiera. Su acción es imperceptible pero tremendamente eficaz, fortaleciendo la fe y el amor al Señor, del alma que persevera en la meditación. No hay que desfallecer, llegado a este punto en la oración meditativa, tarde o temprano el Señor regalará el don de la contemplación a esa alma que persevera en su amor y se habrá dado el salto de la meditación a la contemplación.

 

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

 

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