Yo perdono, pero no olvido
por Juan del Carmelo
Es esta una frase, que muy corrientemente escuchamos de los labios de una persona que ha sido víctima de una ofensa. Y la realidad, es que cuando la escuchamos, comprendemos y vemos la clase y tamaño de la ofensa que le han realizado al que pronuncia esta frase y uno se pregunta: ¿Está esta persona victima de la ofensa perdonando de corazón? Pensamos que no, porque en realidad la frase, nos saca a flote la idea de una persona que perdona de boquilla, por las razones que sea, pero que guarda en su corazón un rencor que no le permite perdonar de corazón.
Desde luego que a todos nos es muy difícil perdonar totalmente de corazón, máxime cuando la ofensa está aún caliente, porque ya sabemos que el tiempo lo enfría todo. Pero el Señor nos pide un perdón absoluto, sin rencor alguno y cuantas veces sea necesario darlo: “Pedro se acercó entonces y le dijo: Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces? Dícele Jesús: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”. (Mt 18,21-22). En el A.T. podemos leer varias referencias al rencor, la más sobresaliente nos dice: “El, que sólo es carne, guarda rencor, ¿quién obtendrá el perdón de sus pecados? Acuérdate de las postrimerías, y deja ya de odiar, recuerda la corrupción y la muerte, y sé fiel a los mandamientos. Recuerda los mandamientos, y no tengas rencor a tu prójimo, recuerda la alianza del Altísimo, y pasa por alto la ofensa”. (Ecl 28,5-7).
Si nos sentimos ofendidos por pequeña que sea la ofensa, la gran tentación que enseguida nos naces aferrarnos al enojo que experimentamos hacia nuestro enemigos y definirnos como los ofendidos, el papel de víctima y heridos por otros, a casi todo el mundo le gusta e inclusive los hay que tiene habilidad de magnificar el tamaño de la ofensa recibida, reforzando de esta forma aún más su papel de víctima. En esta situación, es cuando el demonio se frota las manos, porque ha recibido una tremenda palanca de poder para él lograr actuar cómodamente, ya que su víctima pierde la paz y ya se sabe, que cuando un alma pierde su paz espiritual, es fácil presa de su enemigo.
Si pero, cuando uno se siente ofendido, pasar por alto la ofensa es muy duro, pocos lo consiguen en caliente. La Madre Angélica analiza esta situación diciendo: “Cuando uno se siente ofendido Así la Madre Angélica escribe: “Cuando uno se siente ofendido, la memoria y la imaginación pueden inundar de dolor el alma repitiendo situaciones y confrontaciones, haciéndole a uno desear que hubiera dicho o hecho eso o lo otro”. Y si la memoria y la imaginación están sobrecargadas, perdemos de vista el tema que nos ocupa. Es como aquellos antiguos aparatos de televisión que solían tenían tres botones, uno para cada color. Haciendo girar al máximo uno cualquiera de dichos botones, se distorsionaba la imagen. Esto es precisamente lo que nos ocurre cuando una de nuestras facultades del alma se desequilibra con respecto a las demás. Obtenemos una imagen distorsionada. Y cuando nos sentimos culpables no escuchamos a Dios, nos escuchamos a nosotros mismos. Nuestra alma se encuentra desequilibrada. En lugar de perdonar limpiamente buscamos justificaciones a querer jugar con dos barajas. Perdonamos para que los demás vean que cumplimos perdonando, pero para satisfacernos a nosotros mismo, añadimos “pero no olvido”.
Otra clásica actitud, que muchos días podemos contemplar en la TV, es la de aquellas personas a las que les han arrebatado un ser querido, y dicen: “Yo le perdono, pero que se haga justicia”, es decir, mi rencor me pide que el culpable sufra y yo se lo encomiendo a la justicia, para que esta me de la satisfacción que me pide mi rencor. El problema es aprender a renunciar al rencor o al resentimiento con plenitud, tal como el Señor lo hace con nuestras ofensas, sin ponerlo todo, con un espíritu de complicidad vengativa en manos de las autoridades de la Sociedad. Imaginemos por un momento que Cristo en la cruz cuando pronunció las primeras palabras en la cruz y dijo: "Jesús decía: Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”. (Lc 23,34), hubiese añadido, “pero no olvides y dales su merecido”.
San Agustín ya nos decía: “No retengas en tu interior enemistad alguna contra nadie, porque mucho más grande es el mal que estas enemistades inveteradas causan a tu corazón”. Si nos preguntamos estando serenos: ¿Quién sufre más, el que odia y atesora rencor, o el que es odiado y al que se le guarda el rencor? La contestación a esta pregunta es fácil. Indudablemente el que es odiado quizás esté feliz, disfrutando de la vida y menospreciando al que le odia y le guarda rencor; mientras que aquel que alimenta odios y rencores, se quema y se destruye inútilmente. En el Levítico, podemos leer: “No odies en tu corazón a tu hermano, pero corrige a tu prójimo, para que no te cargues con pecado por su causa. No te vengarás ni guardarás rencor contra los hijos de tu pueblo. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo, Yahvéh”. (Lv 19,1718).
Escribe Jacques Philippe, que La rebelión suele ser la primera reacción espontánea frente al sufrimiento que nos genera una ofensa. El problema está en que no se resuelve nada hasta que no perdonamos de verdad; por el contrario si no perdonamos, lo que hacemos es añadir mal a otro mal y es fuente de desesperación, de violencia y de resentimiento. El perdón absoluto sin reserva alguna, tal como el Señor lo practica con nosotros, es el único perdón válido, lo demás son subterfugios. Y este perdón, hay almas que dado su elevado nivel de amor a Dios, lo otorgan de inmediato. A la generalidad de almas no tan perfectas les cuesta un cierto tiempo otorgarlo, aunque al final lo hacen, porque el tiempo tiene en sí un carácter balsámico para la curación de las afrentas humanas. Las heridas profundas necesitan muchas curaciones, ya que como ya hemos dicho nadie se sana de una vez por todas, salvo en el caso de gracias infusas. Normalmente la sanación completa llega después de muchas sesiones curativas, pero hasta que la curación definitiva no llega, el recuerdo y la imaginación se activan muchas veces, retrasando la curación definitiva.
El perdón, cuando lo ejercitamos de verdad sobre una persona que nos ha ofendido, no solo libera al ofensor, sino que también nos libera a nosotros mismos que somos los ofendidos. Y este, afirma Henry Nouwen, es el camino hacia la libertad de los hijos de Dios, tal como nos recuerda el Eclesiastés cundo nos dice: “En manos del Señor el recto camino del hombre, él pone su gloria en el escriba. Sea cual fuere su agravio, no guardes rencor al prójimo, y no hagas nada en un arrebato de violencia”. (Ecl 10,5-6).
Desde luego que lo perfecto es el perdón con olvido. San Agustín a este respecto nos dice: “No basta con perdonar, es necesario además amar”, y por lo tanto si no olvidamos difícilmente podemos amar. El señor nos habla del perdón de corazón, así, reprueba al deudor quer no fue capaz de perdonar a sus deudores y: "Su señor entonces le mandó llamar y le dijo: "Siervo malvado, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que yo me compadecí de ti?" Y encolerizado su señor, le entregó a los verdugos hasta que pagase todo lo que le debía. Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano” (Mt 18,32-35).
La pregunta es: ¿No olvidar cabe dentro del perdón de corazón? Las opiniones del los tratadistas varían, desde la que pone al olvido como condición necesaria del perdón de corazón que pide el Señor, hasta los que como Ignacio Larrañaga, y Henry Nouwen, que mantienen que: “Perdonar no quiere decir olvidar. Cuando perdonamos a una persona, el recuerdo de la herida que nos causó podrá permanecer en nuestra memoria durante largo tiempo, aún durante todo el resto de nuestra vida. A veces llevamos el recuerdo en nuestros cuerpos como una señal visible. Pero perdonar cambia la manera que tenemos de recordar. Convierte la maldición en una bendición”. Y el P. Larrañaga dice: “… las heridas profundas necesitan muchas curaciones, que nadie se sana de una vez por todas, salvo en el caso de gracias infusas, y que normalmente la sanación completa llega después de muchas sesiones curativas”.
Por su parte Georges Chevrot, mantiene que: “El perdón tiende a rehabilitar al culpable no a negar su culpabilidad. Cuando le otorgáis el perdón, no le dispensáis de reparar su culpa sino que le ayudáis a ello. Si su delito o su crimen le han valido la sanción de los tribunales, vosotros no las anuláis; pero cuando él se entera de que no ha perdido por completo vuestra estima puede encontrar en su castigo un medio de defenderse en el porvenir de su debilidad. La misericordia no se sustituye con la justicia, sino que le confiere su plena eficacia; es propiamente un acto de justicia”.