Lunes, 23 de diciembre de 2024

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Ser abuela demasiado pronto

Ser abuela demasiado pronto

por Juan García Inza

 La Asociación “Bendita María” de Pozuelo de Alarcón (Madrid), edita una excelente revista que lleva por título “Buena Nueva”. Los artículos que publican suelen ser de interés para la formación cristiana y la defensa de la familia y de la vida. En el número de Mayo-Junio se publicó una carta de una abuela que me gustó, y la traigo al Blog para compartir los buenos sentimientos de esta mujer que ama la vida como don de Dios:
                          Ser abuela demasiado pronto


Mi nombre es Laura, tengo 39 años y dos hijos maravillosos. Desde hace unos años vivo sola con mis hijos; mi matrimonio se rompió y tuve que trabajar duro para cuidar y criar a mis hijos. No me importó demasiado, porque por los hijos se hace lo que sea.

Soy de esas mujeres que saben lo que es ser madre y padre a la vez, y lo último que quería es que mi hija Sara, la pequeña, pasara por algo pare­cido. Pero ocurrió: Sara se quedó embarazada hace un año, cuando tenía 16. No era el momento, no era lo que nos venía bien. Ella estudiaba en el Instituto, yo trabajaba casi todo el día, fue un duro golpe cuando me lo contó. Sobre todo sabía que su vida había cambiado, se había complicado y no sabía cómo íbamos a afrontar aquello.

El chico que la había dejado embarazada no quería saber nada del tema, y mejor así, por­que sólo le decía que abortara, que sería lo mejor para los dos y su relación.

Sara lo tuvo claro desde el principio: no quería abortar, quería tener a su bebé, a pesar de las dificultades que pudiera suponer ser madre con 16 años y sin el apoyo del padre de su hija. Y es que Sara no estaba sola, nos tenía a su hermano y a mí, su madre, que la apoyába­mos en su decisión y estaríamos a su lado siempre.

Nuestros amigos y familiares nos criticaron muy duramente, nos decían que estábamos lo­cas, cómo se nos ocurría no abortar, permitir que mi hija fuera madre tan joven. Facilida­des para abortar teníamos muchas, incluso se lo podían hacer gratis, nos dijeron.

Pero no quisimos escuchar, nadie podía obligar a mi hija a abortar, si ella no quería. Sa­bíamos que lo mejor para ella misma era tener a su bebé; el aborto no nos habría traído más que tristeza y depresión a toda la familia.

Además contamos con la ayuda profesional de las personas que trabajan en la Fundación RedMadre, que nos aconsejaron y nos acompañaron durante todo el embarazo. También nos facilitaron los enseres que necesitábamos para el bebé.

Los profesores del Instituto también apoyaron a Sara y, según ellos, su rendimiento me­joró muchísimo durante el embarazo. La ponían de ejemplo ante sus compañeros y yo es­taba muy orgullosa de ella. Y lo sigo estando; ya ha nacido mi nieta Alba, una preciosidad de niña que nos tiene locos a todos.

Mi hija seguirá estudiando, pero sin dejar de ser responsable de su niña, ella es su madre. Para cualquier madre es muy duro aceptar que su hija adolescente se ha quedado embarazada tan pronto; pero si no la apoyamos, si no aceptamos ese embarazo y la forzamos a abortar, le estaremos haciendo un daño quizás irreparable.

 

         Hasta aquí la abuela joven. En una sociedad como la española, inducida a poner trabas a la vida, incluso fomentando el aborto para no privar a los jóvenes del disfrute de un sexo sin compromisos, viene bien que una vez más reflexionemos sobre el valor que le estamos dando al ser humano. Me preocupa el lavado de cerebro que se le está haciendo a los jóvenes, a los que se les inculca, como dice Carlos Goñi, una ética borrosa, con la pretensión de que no vean más allá de sus narices, de su estómago, de sus genitales, de sus litronas de cada día, de sus borracheras de fin de semana… Gracias a Dios no todos están cortado con el mismo patrón, pero sí un número preocupante que no se les deja pensar, solo disfrutar. Pensar puede ser peligroso, pero es lo más humano. Hay que salvar al amor del naufragio provocado por los pensadores oficiales del progresismo relativista y dogmático.

 

Juan García Inza

 

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