Viernes, 29 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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21h del 22 de julio, refugiados en la calle Sta. Isabel de Toledo

por Jorge López Teulón

Mañana será asesinado en el Paseo del Tránsito de Toledo el Beato Pedro Ruiz de los Paños y Ángel era el Director General de la Hermandad de Sacerdotes Operarios. Don Pedro estaba en Toledo para la apertura de la casa de las Discípulas de Jesús, fundadas por él.
Junto a él, caerán el Beato José Salá Picó era el Rector del Seminario Menor de Toledo y el Siervo de Dios Álvaro Cepeda Usero, capellán mozárabe de la Catedral de Toledo.
Monseñor Jaime Colomina presidió la Santa Misa en el año 2007. Aquí podéis escuchar la homilía:
Los mártires operarios fueron beatificados el 1 de octubre de 1995.
Los siguientes textos están tomados del capítulo VII de la obra “Testigos de su sacerdocio” (Madrid-Salamanca 1990) escrito por Juan Andrés Hernansanz, operario diocesano.
 
Días previos al martirio
El beato Pedro Ruiz de los Paños llegó a Toledo en la tarde del 16 de julio de 1936, acompañado de su secretario particular, don Jaime Flores Martín. Llevaba la intención de establecer en Toledo la primera casa de las Discípulas de Jesús.


Más tarde se incorporó el beato Miguel Amaro Ramírez, martirizado en Toledo el día 2 de agosto de 1936.
Residían en el Seminario de Toledo todos aquellos días: don Pedro Ruiz de los Paños, don Miguel Amaro Ramírez, don José Sala Picó (que era rector del Seminario Menor de Toledo), don Guillermo Plaza Hernández (prefecto de teólogos en el Seminario Mayor), don Jaime Flores Martín (secretario particular de don Pedro), don Tomás Torrente Massó (mayordomo del Seminario) y los seminaristas Antonio Ancos y Ángel Rodenas.
El testimonio de don Jaime (Monseñor Flores fue obispo de Barbastro) es de gran valor por haber convivido con los siervos de Dios hasta horas antes de su martirio. Nos da a conocer el estado de ánimo de los futuros mártires, y muy especialmente el clima que logró crear don Pedro. Pero su testimonio es válido también para los siervos de Dios José Sala y Guillermo Plaza. Dice don Jaime Flores:
Los consideraba perfectamente preparados para el martirio y deseosos de él. Todos ellos mostraron deseos del martirio y hablaron de ello durante los días 19, 20, 21 y 22 de julio de 1936, en que ya se preveía la posibilidad de tal trance. Don Pedro Ruiz de los Paños, durante esos días singularmente, cuando caían las bombas en el Alcázar y sus inmediaciones, hablaba de la gloria y honor de ser mártir, del deseo de ser pulverizado por Cristo y de que su cuerpo, así pulverizado, cantase la gloria de Dios; se entusiasmaba aplaudiendo a Dios, que todo lo hace bien, presintiendo la cercanía de su muerte...
Todos recibieron la comunión, como viático, momentos antes de salir del Seminario, con la confianza de ir como los primeros mártires con Cristo comulgado al martirio. Todo esto lo sé de ciencia propia, por haber convivido con ellos hasta el momento de salir del Seminario el día 22 de julio de 1936, por la noche, unas horas antes de recibir la muerte don Pedro Ruiz de los Paños y don José Sala.
La disposición de sus almas, durante esos días, la caracteriza el ambiente que entre nosotros creó don Pedro Ruiz de los Paños; pero todos abundaban y asentían en los mismos afectos: sentimiento amplísimo de la gloria de Dios y de la salvación de las almas.
Aquellos días don Pedro hablaba de establecer una asociación puramente espiritual de los que quisieran aplaudir siempre a Dios, y cuando caían las bombas y temblaban los cristales del Seminario y nos hallábamos en peligro de muerte, todos a una, guiados por él, aplaudíamos a Dios. Nos hablaba del espíritu de sacrificio, de ser víctimas propiciatorias, unidos a Cristo, y aceptando la muerte por la Iglesia y por España; y todos, cuando pasaba el peligro y aun durante él, a veces, íbamos a la capilla a ofrecernos al Señor.
Al darnos la comunión por viático, nos exhortaba también al martirio, y todos, unánimes, aceptaban. Salíamos del Seminario todos convencidos de que encontraríamos la muerte en las calles cercanas, y con la alegría de que esto nos llevaría al cielo. A la puerta misma del Seminario don Pedro me despidió, diciendo: “¡Adiós, hijo mío, hasta el cielo!”.
El día 22 de julio de 1936, víspera de su martirio, don Pedro bajó a la cocina para saludar a las religiosas que atendían el Seminario y a darles aliento en aquellos trances tan difíciles. Dice la superiora, sor Engracia Prieto Díaz:
“Nos habló largamente del martirio, de la confianza en Dios y de la adorable y santísima voluntad divina. La religiosa cocinera le preguntó cómo había de conducirse si tuviese que hacer la comida para los rojos, a lo que don Pedro contestó: ´Preparándola lo mejor que pueda y con la misma o mayor caridad que lo hace con nosotros.´ No lo olvidamos, porque realmente tuvimos que prepararla al gobernador civil y al Comité revolucionario durante la ocupación de Toledo por los rojos...
Por la noche, a eso de las nueve, volvió otra vez a las dependencias de las religiosas y nos comunicó que ya habían entrado los rojos en la ciudad. Nos habló breves, fervorosas y conmovedoras palabras, dándonos después la sagrada comunión, como viático, en la misma entrada de la cocina. Al despedirse de nosotras, nos dijo: “Adiós, hijas mías, hasta el cielo, si no nos volvemos a ver; ya están aquí los rojos y creo que han matado a algún sacerdote. Tened confianza en Dios. A vosotras no os pasará nada; a nosotros, los sacerdotes, sí, pues nos matarán”. “Se marchó y no le volvimos a ver más. Los hechos confirmaron que no nos pasó nada”.
Don Ángel Rodenas Montañés, entonces seminarista, testifica:
“Yo estaba en el Seminario, durante las vacaciones estivales de 1936, al servicio de los superiores del Seminario, conviviendo íntimamente con ellos... Al estallar el Movimiento, ante los acontecimientos que se avecinaron y el peligro que todos corríamos, los siervos de Dios hicieron vida de especial oración, pasando la mayor parte del tiempo en la capilla, haciendo turnos de vela al Santísimo.
Don Pedro nos exhortaba en la capilla y en los restantes departamentos del Seminario a prepararnos para dar la vida por Jesucristo, en el caso extremo de tener que hacer este sacrificio.
El 22 de julio de 1936, al atardecer, y ante el anuncio de que los milicianos rojos habían entrado ya en Toledo y habían matado a algún sacerdote, comunicado al Seminario por teléfono, don Pedro nos reunió en la capilla y nos exhortó, como ya he dicho, al martirio y nos dio la sagrada comunión a todos, repartiendo las sagradas formas a los allí reunidos.
Entonces se acordó abandonar el Seminario por el peligro que corríamos, yendo a refugiarnos en casas particulares de confianza...
Don Pedro no sólo deseaba el martirio, sino que también nos exhortaba a nosotros a que nos preparáramos para el martirio”.
Don Tomás Torrente recuerda muy bien los detalles de aquellas jornadas.
Que las empleadas de teléfonos avisaron a don Miguel Amaro, hacia las seis de la tarde del día 22 de julio de 1936, que los rojos ya habían matado algunos sacerdotes en Toledo. Que don Pedro dispuso que se vistieran de paisano. Pero lo curioso es que fueron al martirio con un blusón de dril. A eso llamaban traje. Recuerda que estuvieron aquellas horas reunidos en la capilla. Y añade con cierto orgullo santo: “Don Pedro se confesó conmigo”. Les dio la comunión y “después, hacia las nueve de la noche, salimos todos los superiores, vestidos de paisano, del Seminario, distribuyéndonos en tres grupos de a dos”.
Formaron así los grupos: don Pedro y don José Sala (bajo estas líneas), don Jaime y don Tomás, don Guillermo Plaza con los dos seminaristas, y don Miguel Amaro solo.

 
La noche del 22 de julio
Los beatos Pedro Ruiz de los Paños y José Sala cedieron de momento a la invitación que les hizo el señor cura de San Andrés, don Avelino García Sánchez, para que se quedaran en su casa. Pero, después de cambiar impresiones, “resolvieron acercarse a pedir hospitalidad para aquella trágica noche a una casa antigua, en donde vivía el caballeroso y cristiano maestro don Salvador López Martín”. Pero en un piso de la casa vivía también un acérrimo socialista, que se opuso rotundamente y con brusquedad. Los siervos de Dios prefirieron no causar molestias ni poner en peligro a la gente de aquella casa y fueron a pedir hospitalidad a la casa del sacerdote don Álvaro Cepeda, calle de Santa Isabel, número 22.

Testifica doña Purificación Peláez, viuda del general Sedeño:
“A eso de las nueve de la noche llamaron a la puerta y, franqueada, entraron, vestidos de seglares, el reverendísimo don Pedro Ruiz de los Paños, Director General de la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos del Corazón de Jesús, y el reverendo don José Sala, rector del Seminario Menor, rogándonos tuviéramos la caridad de darles asilo.
Tanto Álvaro como todos los de casa, aunque con la inquietud y el temor que las circunstancias sugerían, nos dispusimos a rendirles nuestra asistencia, consiguiendo a duras penas que aceptaran la frugal colación de un chocolate parvo.
Seguidamente el señor Ruiz de los Paños nos rogó le acompañásemos a rezar el Santo Rosario, y así lo hicimos con una devoción que en la vida recuerdo haber superado y que era en todos nosotros el reflejo y la sugestión de la fe ardiente que se transparentaba en el rostro de don Pedro y vibraba en su acento…
Terminados los rezos, pasamos gran parte de la noche escuchando las palabras serenas, dulces, henchidas de un insuperable amor a Dios y espíritu de sacrificio con que don Pedro nos describía la gloria del sacerdote que sufre el martirio...
“Mañana, a primera hora, vendrán por nosotros y nos matarán”, dijo, profético, a sus compañeros. “¡Que nos encuentren bien preparados para presentarnos ante nuestro Padre!”.
Cuando, a las siete y media del día siguiente, hicieron irrupción en la casa los bárbaros sicarios, él fue el primero que se entregó a su furia, sin un gesto de protesta ni una palabra de condenación ante la grosería y rudeza de aquellos criminales; y marchó con paso seguro, dejándonos la impresión imperecedera de un ejemplo extraordinario y un recuerdo imborrable de las últimas horas de la vida mortal de un varón que me pareció un santo”.

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