Miércoles, 01 de mayo de 2024

Religión en Libertad

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¡¡Pentecostés!!

por Javier Sánchez Martínez

Santo Espíritu, desciende.
Santo Espíritu, ven a nosotros.
Santo Espíritu, impulsa a la Iglesia.
 
¡Oh Tú, Espíritu Santo!, ¿quién eres?
 

"El es el Santo y el santificador por excelencia; 
es el Paráclito, nuestro patrono y consolador; 
es el Vivificador; es el Liberador; 
es el Amor; 
es el Espíritu de Dios, el Espíritu de Cristo, la gracia increada que habita en nosotros como manantial de la gracia creada y de la virtus de los sacramentos; 
es el Espíritu de la verdad, y la unidad, es decir, el principio de la comunión y, por lo mismo, el fermento del ecumenismo, es el gozo de la posesión de Dios; 
es el dispensador de los siete dones y de los carismas, es el fecundador del apostolado, el sostén de los mártires, el inspirador interior de los maestros exteriores; 
es la voz primera del magisterio y la autoridad superior de la jerarquía; 
y es, finalmente, la fuente de nuestra espiritualidad: fons vivus, ignis, caritas et spiritalis unctio" (Pablo VI, Audiencia general, 26-mayo1971).

¿Qué ocurre hoy?

¿Cuál es el misterio que acontece?

Cantaremos en el prefacio:

Pues para llevar a plenitud el misterio pascual,

enviaste hoy el Espíritu Santo

sobre los que habías adoptado como hijos

por su participación en Cristo.

Aquel mismo Espíritu

que, desde el comienzo,

fue el alma de la Iglesia naciente;

el Espíritu que infundió el conocimiento de Dios

a todos los pueblos;

el Espíritu que congregó en la confesión de la misma fe

a los que el pecado había dividido

en diversidad de lenguas.

Hoy, a los cincuenta días de la santa Pascua del Señor, el Misterio pascual es llevado a plenitud, porque el Señor Jesús, desde el Padre, envía su Espíritu Santo que diviniza, santifica, resucita. Se fue para poder enviar otro Paráclito, otro Defensor, otro Consolador, que nos recordará las palabras de Jesús, las pasará por el corazón y la inteligencia, descubriéndonos sus tesoros y nos llevará a la plenitud de la verdad.
 
Hoy se derrama sobre aquellos que hemos sido regenerados por la gracia del Bautismo y de la Confirmación, participando del ser de Cristo. Sí, nos ha adoptado como hijos... ¡hijos adoptivos de Dios!, y agraciados con su Espíritu Santo.

Hoy el Espíritu se constituye como el alma de la Iglesia naciente, porque hoy nace la Iglesia para el mundo conteniendo al Espíritu como alma. Es el Espíritu el alma de la Iglesia dándole una vida superior, nueva, en sus ministerios y carismas, en sus organización y tareas: sin la falsa oposición de una Iglesia ministerial y una Iglesia carismática, o una Iglesia-institución y una Iglesia profética. El Espíritu da forma a la Iglesia y la dirige.

Hoy el Espíritu Santo se derrama para que todos conozcan a Dios y crean en Jesucristo su enviado, de manera que aquellos que buscan a Dios perciban que es Dios mismo quien sale a su encuentro para que le encuentre el que le busca.
 
Hoy el Espíritu Santo reconstruye la unidad que en Babel se perdió; y allí donde había dispersión, división, falta de entendimiento, hace surgir un nuevo pueblo que está unido, una nueva humanidad, con el entendimiento que permite la caridad sobrenatural. Y este pueblo se llama "Iglesia".
 
Con razón exultamos y cantamos en esta santa Pascua de Pentecostés, con razón sentimos renacer la Iglesia en nuestras almas por la acción del Espíritu.

Sí, un nuevo Pentecostés. Eso suplicábamos en la oración colecta:

Dios todopoderoso y eterno, 
que has querido que celebráramos el misterio pascual durante cincuenta días, 
renueva entre nosotros el prodigio de Pentecostés, 
para que los pueblos divididos por el odio y el pecado 
se congreguen por medio de tu Espíritu 
y, reunidos, confiesen tu nombre en la diversidad de sus lenguas. 

Por nuestro Señor Jesucristo.

«La Iglesia tiene necesidad de su perenne Pentecostés. Necesita fuego en el corazón, palabras en los labios, profecía en la mirada. La Iglesia necesita ser templo del Espíritu Santo, necesita una pureza total, vida interior. La Iglesia tiene necesidad de volver a sentir subir desde lo profundo de su intimidad personal, como si fuera un llanto, una poesía, una oración, un himno, la voz orante del Espíritu Santo, que nos sustituye y ora en nosotros y por nosotros (...). La Iglesia necesita recuperar la sed, el gusto, la certeza de su verdad, y escuchar con silencio inviolable y dócil disponibilidad la voz, el coloquio elocuente en la absorción contemplativa del Espíritu, el cual nos enseña “toda verdad”» (Pablo VI, Discurso noviembre de 1972).

Veni Sancte Spiritus!!

Veni per Mariam!!

¡¡Aleluya, aleluya, aleluya!!

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