«Custodiad como un tesoro el testimonio del Padre Pío», dijo el Papa en Pietrelcina
«¿Creéis que el demonio existe? No parecéis muy convencidos, ¡diré al obispo que haga catequesis!»
Este sábado el Papa Francisco rinde un doble homenaje al Padre Pío visitando los dos lugares esenciales de su vida: Pietrelcina y San Giovanni Rotondo.
A primera hora llegó a su localidad natal, Pietrelcina, en la provincia de Benevento (Campania), en el sur de Italia. Fueron una visita y un acto entrañables, cercanos, en consonancia con la pequeñez del lugar, un pueblo que no llega a tres mil habitantes rescatado del anonimato por haber dado a luz a uno de los más grandes santos de la Iglesia.
La llegada de Francisco, recibido por las autoridades locales, estuvo marcada por su encuentro con dos ancianos de 99 y 97 años, a quienes citaría después en su discurso.
De hecho, lamentó que los jóvenes se estén yendo de los pueblos, con una población envejecida, y por eso animó al respeto de la sociedad por sus ancianos: "Pedid a la Virgen que os dé la gracia de que los jóvenes encuentren trabajo aquí, entre vosotros, junto a la familia, y no se vean obligados a irse a buscarlo a otra parte, y que la región vaya hacia abajo, hacia abajo, hacia abajo... La población envejece, pero es un tesoro, ¡los viejos son un tesoro! Por favor, no marginéis a los viejos. No hay que marginar a los viejos, no. Los viejos son la sabiduría. Que los viejos aprendan a hablar con los jóvenes y los jóvenes aprendan a hablar con los viejos. Ellos son la sabiduría del país, los viejos".
Francisco tuvo palabras muy cariñosas para los ancianos.
En su discurso, Francisco destacó el amor del Padre Pío por la Iglesia: "Aquí comenzó él a experimentar la maternidad de la Iglesia, de la cual fue siempre hijo devoto. Amaba a la Iglesia, amaba a la Iglesia con todos sus problemas, con todos sus defectos, con todos nuestros pecados. Amaba a la Iglesia santa y a sus hijos pecadores, a todos".
El Padre Pío tuvo que regresar en 1911 a su pueblo natal para recuperarse de su mala salud, y no fue un periodo fácil, pero no solo por eso. También por su lucha espiritual. "Íntimamente estaba muy atormentado y temía caer en el pecado, sintiéndose asaltado por el demonio. Y éste no da paz, porque se mueve, actúa..."
"Pero vosotros, ¿creéis que el demonio existe?", se dirigió entonces Francisco a los presentes: "No estás muy convencidos... ¡Diré al obispo que haga catequesis!", bromeó. "¿Existe o no existe el demonio?", insistió. Y cuando el "¡Sí!" fue lo bastante audible, recordó su forma de actuar: "Va por todas partes, se mete dentro de nosotros, nos agita, nos atormenta, nos engaña. Y el Padre Pío temía que el demonio le venciese, que lo empujase al pecado".
Sus recursos fueron la oración y la misa: "Se sumergió en la oración para adherirse cada vez mejor a los designios divinos. Mediante la celebración de la Santa Misa, que constituía el corazón de toda su jornada y la plenitud de su espiritualidad, alcanzó un elevado nivel de unión con el Señor. En este periodo, recibió de lo Alto dones místicos, que precedieron a su manifestación en su carne de los signos de la Pasión de Cristo".
En el corazón de su discurso, Francisco recordó la "incondicional fidelidad a la Iglesia" del Padre Pío, y lo usó como ejemplo para pedir a los presentes que den "testimonio de comunión, porque solo la comunión edifica y construye".
Fueron unos minutos consagrados a denostar los enfrentamientos: "Un país que discute todos los días no crece, no construye, ahuyenta a la gente. Es un país enfermo y triste. Por el contrario, un país donde se busca la paz, donde todos se quieren (más o menos, pero se quieren), aunque sea pequeño crece, crece, crece y se hace fuerte. Por favor, no perdáis tiempo y fuerzas en pelear entre vosotros. No sirve para nada. No te hace crecer. No te deja caminar".
"Y si uno tiene gana de criticar a otro, que se muerda la lengua", advirtió, en una figura a la que recurre Francisco con frecuencia: "Eso os hará daño a la lengua, pero os hará bien al alma y hará bien al país".
Las últimas palabras del Papa fueron un elogio de los ancianos, de quienes dijo que merecerían el Premio Nobel de la sabiduría porque "son la memoria de la Humanidad".
"Animo a esta tierra", concluyó, "a custodiar como un tesoro precioso el testimonio cristiano y sacerdotal de San Pío de Pietrelcina: que sea para cada uno de vosotros un estímulo para vivir en plenitud vuestra existencia, en el estilo de las Bienaventuranzas y con las Obras de Misericordia".
A primera hora llegó a su localidad natal, Pietrelcina, en la provincia de Benevento (Campania), en el sur de Italia. Fueron una visita y un acto entrañables, cercanos, en consonancia con la pequeñez del lugar, un pueblo que no llega a tres mil habitantes rescatado del anonimato por haber dado a luz a uno de los más grandes santos de la Iglesia.
La llegada de Francisco, recibido por las autoridades locales, estuvo marcada por su encuentro con dos ancianos de 99 y 97 años, a quienes citaría después en su discurso.
De hecho, lamentó que los jóvenes se estén yendo de los pueblos, con una población envejecida, y por eso animó al respeto de la sociedad por sus ancianos: "Pedid a la Virgen que os dé la gracia de que los jóvenes encuentren trabajo aquí, entre vosotros, junto a la familia, y no se vean obligados a irse a buscarlo a otra parte, y que la región vaya hacia abajo, hacia abajo, hacia abajo... La población envejece, pero es un tesoro, ¡los viejos son un tesoro! Por favor, no marginéis a los viejos. No hay que marginar a los viejos, no. Los viejos son la sabiduría. Que los viejos aprendan a hablar con los jóvenes y los jóvenes aprendan a hablar con los viejos. Ellos son la sabiduría del país, los viejos".
Francisco tuvo palabras muy cariñosas para los ancianos.
En su discurso, Francisco destacó el amor del Padre Pío por la Iglesia: "Aquí comenzó él a experimentar la maternidad de la Iglesia, de la cual fue siempre hijo devoto. Amaba a la Iglesia, amaba a la Iglesia con todos sus problemas, con todos sus defectos, con todos nuestros pecados. Amaba a la Iglesia santa y a sus hijos pecadores, a todos".
El Padre Pío tuvo que regresar en 1911 a su pueblo natal para recuperarse de su mala salud, y no fue un periodo fácil, pero no solo por eso. También por su lucha espiritual. "Íntimamente estaba muy atormentado y temía caer en el pecado, sintiéndose asaltado por el demonio. Y éste no da paz, porque se mueve, actúa..."
"Pero vosotros, ¿creéis que el demonio existe?", se dirigió entonces Francisco a los presentes: "No estás muy convencidos... ¡Diré al obispo que haga catequesis!", bromeó. "¿Existe o no existe el demonio?", insistió. Y cuando el "¡Sí!" fue lo bastante audible, recordó su forma de actuar: "Va por todas partes, se mete dentro de nosotros, nos agita, nos atormenta, nos engaña. Y el Padre Pío temía que el demonio le venciese, que lo empujase al pecado".
Sus recursos fueron la oración y la misa: "Se sumergió en la oración para adherirse cada vez mejor a los designios divinos. Mediante la celebración de la Santa Misa, que constituía el corazón de toda su jornada y la plenitud de su espiritualidad, alcanzó un elevado nivel de unión con el Señor. En este periodo, recibió de lo Alto dones místicos, que precedieron a su manifestación en su carne de los signos de la Pasión de Cristo".
En el corazón de su discurso, Francisco recordó la "incondicional fidelidad a la Iglesia" del Padre Pío, y lo usó como ejemplo para pedir a los presentes que den "testimonio de comunión, porque solo la comunión edifica y construye".
Fueron unos minutos consagrados a denostar los enfrentamientos: "Un país que discute todos los días no crece, no construye, ahuyenta a la gente. Es un país enfermo y triste. Por el contrario, un país donde se busca la paz, donde todos se quieren (más o menos, pero se quieren), aunque sea pequeño crece, crece, crece y se hace fuerte. Por favor, no perdáis tiempo y fuerzas en pelear entre vosotros. No sirve para nada. No te hace crecer. No te deja caminar".
"Y si uno tiene gana de criticar a otro, que se muerda la lengua", advirtió, en una figura a la que recurre Francisco con frecuencia: "Eso os hará daño a la lengua, pero os hará bien al alma y hará bien al país".
Las últimas palabras del Papa fueron un elogio de los ancianos, de quienes dijo que merecerían el Premio Nobel de la sabiduría porque "son la memoria de la Humanidad".
"Animo a esta tierra", concluyó, "a custodiar como un tesoro precioso el testimonio cristiano y sacerdotal de San Pío de Pietrelcina: que sea para cada uno de vosotros un estímulo para vivir en plenitud vuestra existencia, en el estilo de las Bienaventuranzas y con las Obras de Misericordia".
Comentarios