Ángelus: «Todos los espacios del vivir humano son terreno para arrojar las semillas del Evangelio»
"El Señor se revela a nosotros no en modo extraordinario o sensacional, sino en la cotidianeidad de nuestra vida". Ha afirmado el Papa Francisco antes del rezo mariano del Ángelus en el domingo 22 de enero, al meditar sobre el Evangelio del día, que narra el inicio de la predicación de Jesús en Galilea.
Tal y como informa Radia Vaticana, el Papa asomado a la ventana del Palacio Apostólico y tras saludar a los fieles presentes en la Plaza de san Pedro, se trasladó con la narración de Mateo a las orillas del lago de Galilea, el punto a partir del cual se difundió la "luz de Cristo", para hacernos presente que fue gracias a aquellos cuatro pescadores, "hombres humildes y valientes que respondieron con generosidad al llamado del Señor", Simón y Andrés, Santiago y Juan, que nosotros, los cristianos de hoy en día, tenemos la alegría de anunciar y de dar testimonio de nuestra fe.
Es por ese motivo que exhortó a que "la conciencia de estos inicios inspire en nosotros el deseo de llevar la palabra, el amor y la ternura de Jesús a cada contexto, incluso a aquel más inaccesible y resistente".
A continuación, la reflexión del Papa antes de la oración mariana del Ángelus:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de hoy (cf. Mt 4.12 a 23) narra el inicio de la predicación de Jesús en Galilea. Él deja Nazaret, un pueblo en las montañas, y se establece en Cafarnaúm, un centro importante en las orillas del lago, habitado en su mayoría por paganos, punto de cruce entre el Mediterráneo y el interior mesopotámico. Esta opción indica que los destinatarios de su predicación no son sólo sus compatriotas, sino cuantos arriban a la cosmopolita “Galilea de los gentiles” (v 15; cf. Is 8,23): así se llamaba. Vista desde la capital Jerusalén, aquella tierra es geográficamente periférica y religiosamente impura, porque estaba llena de paganos, debido a la mescolanza con los que no pertenecían a Israel. De Galilea no se esperaban desde luego grandes cosas para la historia de la salvación. Sin embargo, precisamente desde allí - justo desde allí- se difunde aquella “luz” sobre la que hemos meditado en los domingos pasados: la luz de Cristo. Se difunde precisamente desde la periferia.
El mensaje de Jesús reproduce el del Bautista, proclamando el “Reino de los Cielos” (v. 17). Este Reino no implica el establecimiento de un nuevo poder político, sino el cumplimiento de la alianza entre Dios y su pueblo, que inaugurará una temporada de paz y de justicia. Para estrechar este pacto de alianza con Dios, cada uno está llamado a convertirse, transformando su propio modo de pensar y de vivir. Esto es importante: convertirse no es solamente cambiar la manera de vivir, sino también el modo de pensar. Es una transformación del pensamiento. No se trata de cambiar la vestimenta, sino las costumbres. Lo que diferencia a Jesús de Juan el Bautista es el estilo y el método. Jesús elige ser un profeta itinerante. ¡Jesús siempre es callejero! No se queda esperando a la gente, sino que se mueve hacia ella. Sus primeras salidas misioneras se producen a lo largo del lago de Galilea, en contacto con la multitud, en particular con los pescadores. Allí Jesús no sólo proclama la venida del reino de Dios, sino que busca compañeros que se asocien a su misión de salvación. En este mismo lugar encuentra a dos parejas de hermanos: Simón y Andrés, Santiago y Juan; los llama diciendo: “Síganme y los haré pescadores de hombres” (v. 19). La llamada les llega en medio de sus actividades cotidianas: el Señor se revela a nosotros no en modo extraordinario o sensacional, sino en la cotidianeidad de nuestra vida. Ahí debemos encontrar al Señor; y ahí Él se revela, hace sentir su amor a nuestro corazón; y allí - con este diálogo con Él en la cotidianeidad de nuestra vida - cambia nuestro corazón. La respuesta de los cuatro pescadores es inmediata y rápida: “Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron” (v. 20). Sabemos, de hecho, que eran discípulos de Juan el Bautista y que, gracias a su testimonio, ya habían empezado a creer en Jesús como el Mesías (cf. Jn 1,35-42).
Nosotros, los cristianos de hoy en día, tenemos la alegría de anunciar y de dar testimonio de nuestra fe, porque existió ese primer anuncio, porque existieron esos hombres humildes y valientes que respondieron generosamente a la llamada de Jesús. En las orillas del lago, en una tierra impensable, nació la primera comunidad de discípulos de Cristo. Que la conciencia de estos inicios inspire en nosotros el deseo de llevar la palabra, el amor y la ternura de Jesús a cada contexto, incluso a aquel más inaccesible y resistente. ¡Llevar la Palabra a todas las periferias! Todos los espacios del vivir humano son terreno en el que arrojar las semillas del Evangelio, para que dé frutos de salvación.
Que la Virgen María nos ayude con su maternal intercesión a responder con alegría a la llamada de Jesús y a ponernos al servicio del Reino de Dios.
Tal y como informa Radia Vaticana, el Papa asomado a la ventana del Palacio Apostólico y tras saludar a los fieles presentes en la Plaza de san Pedro, se trasladó con la narración de Mateo a las orillas del lago de Galilea, el punto a partir del cual se difundió la "luz de Cristo", para hacernos presente que fue gracias a aquellos cuatro pescadores, "hombres humildes y valientes que respondieron con generosidad al llamado del Señor", Simón y Andrés, Santiago y Juan, que nosotros, los cristianos de hoy en día, tenemos la alegría de anunciar y de dar testimonio de nuestra fe.
Es por ese motivo que exhortó a que "la conciencia de estos inicios inspire en nosotros el deseo de llevar la palabra, el amor y la ternura de Jesús a cada contexto, incluso a aquel más inaccesible y resistente".
A continuación, la reflexión del Papa antes de la oración mariana del Ángelus:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de hoy (cf. Mt 4.12 a 23) narra el inicio de la predicación de Jesús en Galilea. Él deja Nazaret, un pueblo en las montañas, y se establece en Cafarnaúm, un centro importante en las orillas del lago, habitado en su mayoría por paganos, punto de cruce entre el Mediterráneo y el interior mesopotámico. Esta opción indica que los destinatarios de su predicación no son sólo sus compatriotas, sino cuantos arriban a la cosmopolita “Galilea de los gentiles” (v 15; cf. Is 8,23): así se llamaba. Vista desde la capital Jerusalén, aquella tierra es geográficamente periférica y religiosamente impura, porque estaba llena de paganos, debido a la mescolanza con los que no pertenecían a Israel. De Galilea no se esperaban desde luego grandes cosas para la historia de la salvación. Sin embargo, precisamente desde allí - justo desde allí- se difunde aquella “luz” sobre la que hemos meditado en los domingos pasados: la luz de Cristo. Se difunde precisamente desde la periferia.
El mensaje de Jesús reproduce el del Bautista, proclamando el “Reino de los Cielos” (v. 17). Este Reino no implica el establecimiento de un nuevo poder político, sino el cumplimiento de la alianza entre Dios y su pueblo, que inaugurará una temporada de paz y de justicia. Para estrechar este pacto de alianza con Dios, cada uno está llamado a convertirse, transformando su propio modo de pensar y de vivir. Esto es importante: convertirse no es solamente cambiar la manera de vivir, sino también el modo de pensar. Es una transformación del pensamiento. No se trata de cambiar la vestimenta, sino las costumbres. Lo que diferencia a Jesús de Juan el Bautista es el estilo y el método. Jesús elige ser un profeta itinerante. ¡Jesús siempre es callejero! No se queda esperando a la gente, sino que se mueve hacia ella. Sus primeras salidas misioneras se producen a lo largo del lago de Galilea, en contacto con la multitud, en particular con los pescadores. Allí Jesús no sólo proclama la venida del reino de Dios, sino que busca compañeros que se asocien a su misión de salvación. En este mismo lugar encuentra a dos parejas de hermanos: Simón y Andrés, Santiago y Juan; los llama diciendo: “Síganme y los haré pescadores de hombres” (v. 19). La llamada les llega en medio de sus actividades cotidianas: el Señor se revela a nosotros no en modo extraordinario o sensacional, sino en la cotidianeidad de nuestra vida. Ahí debemos encontrar al Señor; y ahí Él se revela, hace sentir su amor a nuestro corazón; y allí - con este diálogo con Él en la cotidianeidad de nuestra vida - cambia nuestro corazón. La respuesta de los cuatro pescadores es inmediata y rápida: “Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron” (v. 20). Sabemos, de hecho, que eran discípulos de Juan el Bautista y que, gracias a su testimonio, ya habían empezado a creer en Jesús como el Mesías (cf. Jn 1,35-42).
Nosotros, los cristianos de hoy en día, tenemos la alegría de anunciar y de dar testimonio de nuestra fe, porque existió ese primer anuncio, porque existieron esos hombres humildes y valientes que respondieron generosamente a la llamada de Jesús. En las orillas del lago, en una tierra impensable, nació la primera comunidad de discípulos de Cristo. Que la conciencia de estos inicios inspire en nosotros el deseo de llevar la palabra, el amor y la ternura de Jesús a cada contexto, incluso a aquel más inaccesible y resistente. ¡Llevar la Palabra a todas las periferias! Todos los espacios del vivir humano son terreno en el que arrojar las semillas del Evangelio, para que dé frutos de salvación.
Que la Virgen María nos ayude con su maternal intercesión a responder con alegría a la llamada de Jesús y a ponernos al servicio del Reino de Dios.
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