Jubileo de los excluidos: sólo hay dos riquezas que no desaparecen, Dios y el prójimo, dice el Papa
Francisco ofició este domingo la misa en la basílica de San Pedro como colofón al Jubileo de las Personas Socialmente Excluidas, que ha ocupado este último fin de semana antes de la clausura del Año Santo, que tendrá lugar el próximo domingo.
Al explicar las lecturas de la liturgia del día señaló que “se presentan como un ‘tamiz’ en medio de la corriente de nuestra vida: nos recuerdan que en este mundo casi todo pasa, como el agua que corre; pero hay cosas importantes que permanecen, como si fueran una piedra preciosa en un tamiz... ¿Qué es lo que queda? ¿Qué es lo que tiene valor en la vida? ¿Qué riquezas son las que no desaparecen? Sin duda, dos: El Señor y el prójimo. Estos son los bienes más grandes, para amar. Todo lo demás, el cielo, la tierra, las cosas más bellas, también esta Basílica pasa; pero no debemos excluir de la vida a Dios y a los demás”.
Sobre la exclusión afirmó que “la persona humana, colocada por Dios en la cumbre de la creación, es a menudo descartada, porque se prefieren las cosas que pasan... Y esto es inaceptable, porque el hombre es el bien más valioso a los ojos de Dios. Y es grave que nos acostumbremos a este tipo de descarte; es para preocuparse, cuando se adormece la conciencia y no se presta atención al hermano que sufre junto a nosotros o a los graves problemas del mundo, que se convierten solamente en una cantinela ya oída en los titulares de los telediarios”.
“Así nace la trágica contradicción de nuestra época: cuanto más aumenta el progreso y las posibilidades, lo cual es bueno, tanto más aumentan las personas que no pueden acceder a ello. Es una gran injusticia que nos tiene que preocupar, mucho más que el saber cuándo y cómo será el fin del mundo", afirmó: "Porque no se puede estar tranquilo en casa mientras Lázaro yace postrado a la puerta; no hay paz en la casa del que está bien, cuando falta justicia en la casa de todos”.
En una homilía que fue, apunta Aciprensa, una de las más largas de su pontificado, más largas, el Papa explicó que el profeta Malaquías contrapone a los pobres en el espíritu, a los que Jesús promete el reino de los cielos, con "los arrogantes, los que han puesto la seguridad de su vida en su autosuficiencia y en los bienes del mundo".
También criticó la pretensión de adivinar el futuro: “Siempre nos mueve la curiosidad: se quiere saber cuándo y recibir señales. Pero esta curiosidad a Jesús no le gusta. Por el contrario, él nos insta a no dejarnos engañar por los predicadores apocalípticos”.
En cambio, “el que sigue a Jesús no hace caso a los profetas de desgracias, a la frivolidad de los horóscopos, a las predicciones que generan temores, distrayendo la atención de lo que sí importa”.
Francisco dijo que la lectura del Antiguo Testamento de Malaquías hace que todos se puedan preguntar: “¿En dónde busco mi seguridad? ¿En el Señor o en otras seguridades que no le gustan a Dios? ¿Hacia dónde se dirige mi vida, hacia dónde está orientado mi corazón? ¿Hacia el Señor de la vida o hacia las cosas que pasan y no llenan?”.
En referencia al Evangelio, indicó que “ni los reinos más poderosos, los edificios más sagrados y las cosas más estables del mundo, no duran para siempre; tarde o temprano caerán”.
Y añadió: "Entre las muchas voces que se oyen, el Señor nos invita a distinguir lo que viene de Él y lo que viene del falso espíritu. Es importante distinguir la llamada llena de sabiduría que Dios nos dirige cada día del clamor de los que utilizan el nombre de Dios para asustar, alimentar divisiones y temores”.
Así pues, “Jesús invita con fuerza a no tener miedo ante las agitaciones de cada época, ni siquiera ante las pruebas más severas e injustas que afligen a sus discípulos”.
Por último, Francisco recordó que tras casi un año este día se cierran las Puertas Santas de las catedrales y santuarios de todo el mundo por el fin del Jubileo de la Misericordia. “Pidamos la gracia de no apartar los ojos de Dios que nos mira y del prójimo que nos cuestiona”, invitó.
“Abramos nuestros ojos al prójimo, especialmente al hermano olvidado y excluido. Hacia allí apunta la lupa de la Iglesia. Que el Señor nos libre de dirigirla hacia nosotros. Que nos aparte de los oropeles que distraen, de los intereses y los privilegios, del aferrarse al poder y a la gloria, de la seducción del espíritu del mundo... Que el Señor nos conceda mirar sin miedo a lo que importa, dirigir el corazón a él y a nuestros verdaderos tesoros”, terminó el Papa.
Al explicar las lecturas de la liturgia del día señaló que “se presentan como un ‘tamiz’ en medio de la corriente de nuestra vida: nos recuerdan que en este mundo casi todo pasa, como el agua que corre; pero hay cosas importantes que permanecen, como si fueran una piedra preciosa en un tamiz... ¿Qué es lo que queda? ¿Qué es lo que tiene valor en la vida? ¿Qué riquezas son las que no desaparecen? Sin duda, dos: El Señor y el prójimo. Estos son los bienes más grandes, para amar. Todo lo demás, el cielo, la tierra, las cosas más bellas, también esta Basílica pasa; pero no debemos excluir de la vida a Dios y a los demás”.
Sobre la exclusión afirmó que “la persona humana, colocada por Dios en la cumbre de la creación, es a menudo descartada, porque se prefieren las cosas que pasan... Y esto es inaceptable, porque el hombre es el bien más valioso a los ojos de Dios. Y es grave que nos acostumbremos a este tipo de descarte; es para preocuparse, cuando se adormece la conciencia y no se presta atención al hermano que sufre junto a nosotros o a los graves problemas del mundo, que se convierten solamente en una cantinela ya oída en los titulares de los telediarios”.
“Así nace la trágica contradicción de nuestra época: cuanto más aumenta el progreso y las posibilidades, lo cual es bueno, tanto más aumentan las personas que no pueden acceder a ello. Es una gran injusticia que nos tiene que preocupar, mucho más que el saber cuándo y cómo será el fin del mundo", afirmó: "Porque no se puede estar tranquilo en casa mientras Lázaro yace postrado a la puerta; no hay paz en la casa del que está bien, cuando falta justicia en la casa de todos”.
En una homilía que fue, apunta Aciprensa, una de las más largas de su pontificado, más largas, el Papa explicó que el profeta Malaquías contrapone a los pobres en el espíritu, a los que Jesús promete el reino de los cielos, con "los arrogantes, los que han puesto la seguridad de su vida en su autosuficiencia y en los bienes del mundo".
También criticó la pretensión de adivinar el futuro: “Siempre nos mueve la curiosidad: se quiere saber cuándo y recibir señales. Pero esta curiosidad a Jesús no le gusta. Por el contrario, él nos insta a no dejarnos engañar por los predicadores apocalípticos”.
En cambio, “el que sigue a Jesús no hace caso a los profetas de desgracias, a la frivolidad de los horóscopos, a las predicciones que generan temores, distrayendo la atención de lo que sí importa”.
Francisco dijo que la lectura del Antiguo Testamento de Malaquías hace que todos se puedan preguntar: “¿En dónde busco mi seguridad? ¿En el Señor o en otras seguridades que no le gustan a Dios? ¿Hacia dónde se dirige mi vida, hacia dónde está orientado mi corazón? ¿Hacia el Señor de la vida o hacia las cosas que pasan y no llenan?”.
En referencia al Evangelio, indicó que “ni los reinos más poderosos, los edificios más sagrados y las cosas más estables del mundo, no duran para siempre; tarde o temprano caerán”.
Y añadió: "Entre las muchas voces que se oyen, el Señor nos invita a distinguir lo que viene de Él y lo que viene del falso espíritu. Es importante distinguir la llamada llena de sabiduría que Dios nos dirige cada día del clamor de los que utilizan el nombre de Dios para asustar, alimentar divisiones y temores”.
Así pues, “Jesús invita con fuerza a no tener miedo ante las agitaciones de cada época, ni siquiera ante las pruebas más severas e injustas que afligen a sus discípulos”.
Por último, Francisco recordó que tras casi un año este día se cierran las Puertas Santas de las catedrales y santuarios de todo el mundo por el fin del Jubileo de la Misericordia. “Pidamos la gracia de no apartar los ojos de Dios que nos mira y del prójimo que nos cuestiona”, invitó.
“Abramos nuestros ojos al prójimo, especialmente al hermano olvidado y excluido. Hacia allí apunta la lupa de la Iglesia. Que el Señor nos libre de dirigirla hacia nosotros. Que nos aparte de los oropeles que distraen, de los intereses y los privilegios, del aferrarse al poder y a la gloria, de la seducción del espíritu del mundo... Que el Señor nos conceda mirar sin miedo a lo que importa, dirigir el corazón a él y a nuestros verdaderos tesoros”, terminó el Papa.
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