La mariscada
Un sacerdote amigo me decía tras haber confesado en Santiago: «es increíble, esto es un milagro, aquí está el Espíritu Santo».
por Pedro Trevijano
Cuando me preguntan sobre la crisis de la confesión, suelo contestar que se debe a dos factores: la gente no viene a confesarse porque los sacerdotes no están allí, y los sacerdotes no se sientan en el confesonario porque la gente no viene. Creo que este círculo vicioso nos corresponde a los sacerdotes romperlo.
Pero hay un sitio, supongo habrá muchos más, donde este círculo está roto: la catedral de Santiago de Compostela, donde se venera la tumba del Apóstol. Cada vez que voy a Santiago no puedo por menos de recordar el versículo del Evangelio de San Juan 21,6, cuando tras una noche sin pescar: «Él les dijo: Echad la red a la derecha de la barca y hallaréis. La echaron, pues, y ya no podían arrastrar la red por la muchedumbre de los peces». En este sentido no puedo por menos de recordar la frase que en cierta ocasión me dijo una peregrina: «estoy muy desilusionada del escaso espíritu religioso que he visto en los peregrinos», frase a la que contesté con esta otra: «estoy de acuerdo con Vd., señora, pero Vd. no tiene ni idea de la cantidad de gente que estoy confesando aquí y que hace veinte, treinta, cuarenta años o más que no se han confesado. Estoy seguro que la inmensa mayoría de ellos lo que menos pensaban era que iban a terminar su viaje confesándose».
Recuerdo que un sacerdote amigo de mi diócesis me decía tras haber confesado en Santiago: «es increíble, esto es un milagro, aquí está el Espíritu Santo», y me añadía «comprendo que vengas con frecuencia, porque esto es una gozada, y a los curas nos gusta trabajar de curas».
Y es que no sólo hay cantidad de confesiones, sino también mucha calidad. Y es que, como ya sabía antes de venir a Santiago, las confesiones de los peregrinos son más profundas y reflexivas que las corrientes. Cuando una persona se ha pasado de cinco a treinta días caminando más de veinte kilómetros diarios, y, aunque tenga tiempo para charlar el camino le da algo que no tenemos en la vida ordinaria: tiempo, especialmente tiempo para reflexionar, tiempo que también Dios aprovecha para entrar en sus vidas y que la oración pase a ser parte importante del camino. No nos extrañe por ello que muchos se cuestionen como debe ser su vida cuando regresen a su tierra y den por terminada la peregrinación. Y al hacerse esa pregunta no es difícil encontrarse con que parte de la respuesta está en reanudar la vida cristiana, empezando por ello con quitarse de en medio algunas cargas pesadas, es decir algunos pecados, que indudablemente sobrecargan su conciencia, y les producen en consecuencia amargor y tristeza. Por ello estas personas comprenden y sienten la necesidad de lavar su alma confesándose y recibiendo la absolución de sus pecados, aunque con el problema que, como muchos de ellos llevan muchos años sin hacerlo, te piden ayuda para lograr realizarlo.
Aquí es muy importante el papel del sacerdote, que debe extremar su comprensión, afecto y simpatía para lograr hacer más llevadero este acto desde luego difícil. Personalmente insisto mucho en las tres claves para mí de la vida cristiana: fe, oración y alegría. Esta última ciertamente la sienten, porque por primera vez en muchos años se consideran en paz con Dios y pueden acercarse a recibir la Sagrada Comunión. Y como desde luego es un gran día en sus vidas y están llenos de alegría, les recuerdo que las fiestas religiosas está bien que vayan acompañadas de una fiesta profana y por ello les recomiendo, porque está claro que no puedo obligarles, a que lo celebren dignamente, no olvidemos que estamos en Galicia, con una buena mariscada. Con lo cual como mínimo consigo, no sólo que se vayan alegres del confesonario, sino también se despidan con una buena carcajada.
Pero hay un sitio, supongo habrá muchos más, donde este círculo está roto: la catedral de Santiago de Compostela, donde se venera la tumba del Apóstol. Cada vez que voy a Santiago no puedo por menos de recordar el versículo del Evangelio de San Juan 21,6, cuando tras una noche sin pescar: «Él les dijo: Echad la red a la derecha de la barca y hallaréis. La echaron, pues, y ya no podían arrastrar la red por la muchedumbre de los peces». En este sentido no puedo por menos de recordar la frase que en cierta ocasión me dijo una peregrina: «estoy muy desilusionada del escaso espíritu religioso que he visto en los peregrinos», frase a la que contesté con esta otra: «estoy de acuerdo con Vd., señora, pero Vd. no tiene ni idea de la cantidad de gente que estoy confesando aquí y que hace veinte, treinta, cuarenta años o más que no se han confesado. Estoy seguro que la inmensa mayoría de ellos lo que menos pensaban era que iban a terminar su viaje confesándose».
Recuerdo que un sacerdote amigo de mi diócesis me decía tras haber confesado en Santiago: «es increíble, esto es un milagro, aquí está el Espíritu Santo», y me añadía «comprendo que vengas con frecuencia, porque esto es una gozada, y a los curas nos gusta trabajar de curas».
Y es que no sólo hay cantidad de confesiones, sino también mucha calidad. Y es que, como ya sabía antes de venir a Santiago, las confesiones de los peregrinos son más profundas y reflexivas que las corrientes. Cuando una persona se ha pasado de cinco a treinta días caminando más de veinte kilómetros diarios, y, aunque tenga tiempo para charlar el camino le da algo que no tenemos en la vida ordinaria: tiempo, especialmente tiempo para reflexionar, tiempo que también Dios aprovecha para entrar en sus vidas y que la oración pase a ser parte importante del camino. No nos extrañe por ello que muchos se cuestionen como debe ser su vida cuando regresen a su tierra y den por terminada la peregrinación. Y al hacerse esa pregunta no es difícil encontrarse con que parte de la respuesta está en reanudar la vida cristiana, empezando por ello con quitarse de en medio algunas cargas pesadas, es decir algunos pecados, que indudablemente sobrecargan su conciencia, y les producen en consecuencia amargor y tristeza. Por ello estas personas comprenden y sienten la necesidad de lavar su alma confesándose y recibiendo la absolución de sus pecados, aunque con el problema que, como muchos de ellos llevan muchos años sin hacerlo, te piden ayuda para lograr realizarlo.
Aquí es muy importante el papel del sacerdote, que debe extremar su comprensión, afecto y simpatía para lograr hacer más llevadero este acto desde luego difícil. Personalmente insisto mucho en las tres claves para mí de la vida cristiana: fe, oración y alegría. Esta última ciertamente la sienten, porque por primera vez en muchos años se consideran en paz con Dios y pueden acercarse a recibir la Sagrada Comunión. Y como desde luego es un gran día en sus vidas y están llenos de alegría, les recuerdo que las fiestas religiosas está bien que vayan acompañadas de una fiesta profana y por ello les recomiendo, porque está claro que no puedo obligarles, a que lo celebren dignamente, no olvidemos que estamos en Galicia, con una buena mariscada. Con lo cual como mínimo consigo, no sólo que se vayan alegres del confesonario, sino también se despidan con una buena carcajada.
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