El laicismo
por Pedro Trevijano
En un reciente artículo de José María Carrascal en ABC encontré la siguiente frase: “El nacionalismo, a la postre, no es más que una religión laica que promete el cielo en la tierra”. Si la frase puede ser verdad si hablamos del nacionalismo, con mucha más razón es exacta si hablamos de la religión laica por excelencia: el propio laicismo.
El laicismo, por supuesto, es una religión que intenta responder, como cualquier religión, a los grandes interrogantes del hombre: ¿de dónde venimos? ¿Cuál es mi origen, el de la humanidad y el del universo? Preguntas sobre el futuro propio y el del mundo: ¿qué será de mí dentro de unos años? ¿Hay algo más allá de la muerte? Si hay otra vida, ¿qué valor tienen ésta y lo que hacemos con vistas a la eternidad?
Está claro que estas preguntas nos llevan hacia otra de cuya respuesta dependerá la contestación que demos a las preguntas antes mencionadas: ¿existe o no existe Dios?
El laicismo se basa en la creencia en la no existencia de Dios, o al menos en nuestra imposibilidad de conocerle, lo que supone la no aceptación de la Verdad absoluta, porque al no existir Dios o ser incognoscible, la Verdad absoluta no existe o es inalcanzable. Generalmente el creyente es partidario de la laicidad del Estado y el no creyente de un Estado laicista. La diferencia está en que mientras los creyentes aceptan los valores religiosos y los ven con buenos ojos, los laicistas se sitúan abiertamente en contra. Unos y otros se consideran demócratas, pero mientras los creyentes suelen respetar las ideas contrarias, los laicistas, demasiado a menudo, no. Para ellos el laicismo es condición indispensable de cualquier verdadero sistema democrático. En consecuencia, yo, laicista, tengo derecho a defender mis ideas, que no están emponzoñadas por creencias religiosas. En cambio, Vd., creyente, no puede defender sus ideas, porque están infestadas por sus creencias religiosas y por tanto no son democráticas, lo que ciertamente es una clara aplicación de la ley del embudo. Yo puedo defender mis ideas, pero Vd. no.
El primer problema para los laicistas es que sí parece que el mundo tenga edad. Como me decía un científico: “Sabemos lo que ocurrió una millonésima de segundo después del Big-Bang. No tenemos ni idea de lo que sucedió una millonésima de segundo antes”. Los científicos le calculan al Universo unos quince mil millones de años. Pero ello significa que si tiene edad, tuvo que tener Alguien que lo hizo y esta maravilla que es el Universo tuvo que ser hecho por alguien muy, pero que muy inteligente. Que el ojo humano sea fruto del azar o de la casualidad que se lo cuenten a otro, que a mí no me convence. Pero aunque a mí me parezca mucho más lógica y racional la existencia de Dios que su no existencia, está claro que en este campo no se puede llegar a la evidencia, por lo que debo respetar a quien no piensa como yo, aunque haciendo que a mi vez sea yo respetado, pues en este punto la fe o no fe juega un papel decisivo.
Y sobre la existencia de un más allá o de vida después de la muerte, el problema es parecido. Desde luego, si todo termina con la muerte, está claro que mi aspiración de ser feliz siempre es sencillamente irrealizable. Personalmente, me parece absurdo que la vida no tenga sentido y que no podamos ser eternamente felices. De ser así, podríamos decir con toda razón que somos todos víctimas de una estafa a escala universal.
La fe nos dice que Cristo ha resucitado y que esa resurrección es prenda y garantía de mi propia resurrección. El propio San Pablo nos dice: “Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, que mañana moriremos” (1 Cor 15,32). Podemos decir que lo específico del cristiano es la esperanza. Y ello es lo que hace que podamos ver esta vida con un realismo optimista. La fe no se demuestra, se siente, se vive, nace de dentro, como la que tiene el niño que se tira desde lo alto del armario cuando ve que su mamá está debajo. Es la fe total de una persona en otra, en este caso en Jesucristo. Tener fe es creer, esperar, confiar en Él y sobre todo amarle. Ahora bien, no nos olvidemos de que Dios quiere que todos los hombres se salven y que instituyó la Iglesia para eso. Podemos darle un "No" rotundo, pero, con la ayuda de su gracia -y eso es lo que Él espera de nosotros-, también un "Sí".
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