Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Elegir bien a los padrinos


por Monseñor Casimiro López Llorente

Opinión

El tiempo pascual es el periodo fuerte de confirmaciones en nuestra diócesis. Es siempre una verdadera alegría servir de mediador de la efusión del Espíritu Santo a nuestros confirmandos y comprobar que, a pesar de todo, sigue habiendo muchos adolescentes, jóvenes y adultos, que desean recibir el don de Espíritu Santo para ser confirmados en la fe y vida cristiana y tener así la fuerza para confirmar y vivir su fe cristiana con alegría. Este gozo, sin embargo, se ve empañado con frecuencia, entre otras cosas, al observar la actitud, el comportamiento y la falta de participación activa de muchos padrinos en la celebración. Sin ser lo más importante, me preocupa seriamente esta situación. Por experiencia propia y ajena esto se puede decir también de los padrinos de bautismo.

Desde muy antiguo, la Iglesia no admite a un adulto a los sacramentos de la iniciación cristiana (bautismo, confirmación y eucaristía) sin un padrino; su función es ayudar al adulto al menos en la última fase de preparación a los sacramentos y después a perseverar en la fe y en la vida cristiana. En el bautismo de niños debe haber también un padrino, cuya función es, juntamente con los padres, presentar al niño que va a recibir el bautismo y procurar que después lleve una vida cristiana congruente con el bautismo y cumpla fielmente las obligaciones inherentes al mismo; representa a la familia y también a la Iglesia, en cuya fe va a ser bautizado y en cuyo seno va a ser incorporado.

Lo mismo vale para los padrinos de confirmación: su tarea es presentar y avalar al confirmando y ayudarle después, con su palabra y ejemplo, a perseverar en la fe, a comportarse como verdadero testigo de Cristo y a vivir la fe que ha confirmado. Así lo piden los rituales de iniciación cristiana de adultos y de bautismo de niños, y el código de derecho canónico.

Hay ciertamente muchos buenos padrinos, que son conscientes de su misión y están preparados y dispuestos para ejercerla; pero esto no vale para todos. La Iglesia nos exhorta a tomar en serio la elección de buenos padrinos, para que el padrinazgo no se convierta en una institución de puro trámite o formalismo vacío. Si preguntamos a un padrino o una madrina cuál es su misión, en muchos casos desconocen que prioritariamente consiste en acompañar a sus apadrinados en su educación, maduración, perseverancia y vivencia de la fe. Su elección no puede, por tanto, basarse sólo en razones de parentesco o amistad, sino en un deseo sincero de asegurar a los bautizados o confirmados unos padrinos que, por su edad, proximidad, formación y vida cristiana, sean capaces de ayudarles eficazmente en su educación en la fe y en su vida cristiana.

Por ello, la Iglesia pide que el padrino o madrina tenga la madurez necesaria para cumplir con esta función. Para ello, como regla general, el candidato a padrino tiene que haber cumplido dieciséis años. En todo caso, dicha persona ha de tener la idoneidad suficiente para esta misión e intención de desempeñarla, para lo cual es preciso que lleve una vida congruente con la fe cristiana y con la misión que va asumir; a esto pertenece, entre otras muchas cosas, la práctica de la fe. Además, el padrino o madrina ha de haber recibido los tres sacramentos de la iniciación cristiana: bautismo, confirmación y eucaristía; será muy difícil que una persona acompañe a un niño hacia la adultez en la fe o al confirmado a vivirla, cuando dicha persona no ha alcanzado aún la madurez cristiana. En tercer lugar, el padrino debe pertenecer a la Iglesia católica y estar plenamente en comunión con ella.

Teniendo en cuenta la importancia de la misión de los padrinos, se comprende que todos hemos de tomar muy en serio su elección. Y también es muy lógico y necesario que los párrocos hayan de velar para que realmente la elección de los padrinos sea conforme a lo que pide la Iglesia; siempre pensando en el bien del que va a ser bautizado o confirmado. Sé que no es fácil, pero hemos de comenzar a romper inercias que no benefician en nada a la iniciación cristiana ni a la misión y vida de nuestra Iglesia.

Publicado en el portal de la diócesis de Segorbe-Castellón.

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