Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Si avanza el laicismo, avanza la sociedad


por Pedro Trevijano

Opinión

En mi periódico local, el pasado 19 de septiembre, el diputado del PSOE César Luena ha publicado un artículo de panegírico al actual Gobierno de España, titulado “El gobierno digno: cien días”, en el que se hacen afirmaciones con las que debo expresar mi desacuerdo.

El Sr. Luena empieza hablándonos de “necesaria decencia en nuestra democracia o la regeneración democrática”. Para ello considera como medida enormemente eficaz “retirar cualquier elemento religioso de las tomas de posesión de él [Pedro Sánchez] como presidente y del Gobierno. Si avanza el laicismo, la sociedad avanza”.

Ahora bien, ¿es cierto que con el laicismo la sociedad avanza en decencia, como piensan los laicistas, o más bien retrocede, como pensamos los creyentes? El laicismo se basa en la creencia en la no existencia de Dios, lo que supone la no aceptación de la Verdad absoluta, porque al no existir Dios, la Verdad tampoco existe. Como creyente y católico que soy, creo, como nos dice Jesucristo, que la Verdad nos hará libres (cf. Jn 8,32) y que la fidelidad a la Verdad es la que es garantía de libertad y de desarrollo humano integral.

La primera consecuencia de la increencia es la supresión de la Ley Natural, reducida a vestigio ideológico y reliquia del pasado, así como la supresión de todo el Decálogo y la distinción entre el Bien y el Mal. Podemos pensar en un primer momento que soy más libre porque quien decide lo que ha de hacerse soy yo, pero como a los demás les pasa lo mismo y puedo chocar con ellos, para evitar la anarquía y la confrontación quien decide y resuelve es la voluntad popular expresada en el parlamento. Pero la experiencia nos enseña que quienes de verdad deciden son los jefes de los partidos, pues los diputados les obedecen fielmente, porque si no, ya no figuran en las próximas listas electorales, y es que “si no se reconoce la verdad trascendente, triunfa la fuerza del poder, y cada uno tiende a utilizar los medios de que dispone para imponer su propio interés o la propia opinión, sin respetar los derechos de los demás” (Juan Pablo II, encíclica Centesimus annus, nº 44). Lo que parece que empezó siendo un camino de libertad, acaba en un totalitarismo puro y duro, en el que no se reconocen los principios básicos de la dignidad humana, que tan bien supo expresar la Declaración de Derechos Humanos de la ONU del 10 de diciembre de 1948. Así, mis derechos ya no son debidos a mi intrínseca dignidad humana, sino que pasan a ser una graciosa concesión de los que mandan, del Estado, y por tanto éste puede en cualquier momento quitármelos.

Además, según Luena, “para que España sea una potencia en el siglo XXI, el presidente ha entendido que el proyecto del Gobierno y el del PSOE debe dotarse de la fuerza de dos grandes movimientos, el feminismo y el ecologismo”.

Con el feminismo extremo o ideología de género (hay un feminismo moderado que evidentemente cuenta con todas nuestras simpatías), el ser humano puede escoger libremente su sexo; lo que antes se llamaba corrupción de menores, pasa a ser práctica recomendable; el matrimonio es una institución a combatir; se procurará favorecer los demás tipos de familia frente a la familia natural; cualquier práctica sexual es buena, menos acostarse con su cónyuge; hay que suprimir del vocabulario las palabras padre y madre, aunque para mí el récord mundial de idiotez lo tiene la Asociación Médica Británica que pide a sus afiliados que no utilicen la palabra “madre”, porque puede molestar a las personas que han dado a luz y no se consideran mujeres. No creo que todo esto contribuya ni al bien del individuo, ni al de la sociedad, y no deja de ser una tremenda indecencia.

Además se ven amenazados otros derechos humanos, como el derecho a la vida, con el aborto y la eutanasia; la libertad religiosa y de conciencia, con el no respeto a la objeción de conciencia; el derecho de los padres a educar a sus hijos según sus convicciones, siendo en este punto la postura nacional socialista y laicista idénticas; las libertades de expresión, de opinión, de libertad de cátedra, de buscar la verdad, de las personas para orientar su vida o para pedir ayuda...

La principal resistencia a estas ideas proviene de la Iglesia católica, y por ello es tan atacada por los defensores de estas ideas. Si triunfara esta ideología, llevaría consigo la abolición del matrimonio, de la familia, de la maternidad y de la religión. Por supuesto el laicismo no es un avance, sino un tremendo retroceso, porque es una moral al servicio del diablo, ya que es la moral de la Iglesia, pero al revés.

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