Un obispo fiel
Vivimos en tiempos en los cuales la mayoría de los políticos y organismos internacionales, así como los grandes medios de comunicación y entretenimiento, ya no disimulan su insolente desprecio por la santa religión. Estamos tan acostumbrados a las continuas blasfemias y sacrilegios, de todo tipo, contra Cristo y su santa iglesia que nuestra sociedad ya no concibe la ira santa y son muy pocos quienes se atreven a expresar una justa indignación.
Una de estas últimas afrentas fue la del presidente Joe Biden (quien se define como devoto católico) al proclamar el 31 de marzo (fecha que coincidió con el día más importante para los cristianos, el Domingo de Resurrección) como el Día de la Visibilidad Transexual. Si bien el presidente de los Estados Unidos es el más representativo de los católicos que, públicamente, promueven varias cosas contrarias al cristianismo, no es, lamentablemente, el único ejemplo.
Por ello, ahora que, alegando dar al César lo que es del César, hemos arrebatado a Dios lo que por justicia le corresponde, su reinado en nuestra sociedad, bien viene recordar a San Ambrosio, quien eligió oponerse valientemente a los poderes terrenales de su tiempo antes que traicionar a la iglesia de Cristo.
San Ambrosio nació alrededor del año 340 en el seno de una noble familia romana. Aunque perdió a su padre (que había sido prefecto en la Galia) siendo niño, recibió una excelente educación que, aunada a su honestidad, justicia e inteligencia lo llevaron a sobresalir en la abogacía. Con solo 30 años fue nombrado gobernador del norte de Italia y en su ciudad de residencia, Milán, ganó muy pronto el cariño y la admiración del pueblo, al cual gobernó con el amor y la justicia de un padre.
Cinco años más tarde, al morir el arzobispo de Milán, Ambrosio (quien ni siquiera era sacerdote) es aclamado obispo por unanimidad. Después de pasar por las etapas preliminares, es consagrado obispo el 7 de diciembre del año 374. Acto seguido, San Ambrosio donó todas sus posesiones materiales a los pobres y a la Iglesia a fin de dedicarse totalmente a las obras espirituales. Además, se dedicó con gran ahínco a instruir y dirigir al pueblo, especialmente a través de sus extraordinarios sermones, a luchar contra los herejes y a corregir a los poderosos.
De hecho, San Ambrosio fue uno de los pocos obispos que no cedió ante la extendida herejía arriana, a pesar de la fortísima presión que recibió de la emperatriz Justina y su hijo Valentiniano, ambos arrianos y a quienes no dudó en enfrentar.
Quizá el episodio más emblemático de su vida fue cuando, en el año 390, Ambrosio excomulgó temporalmente al emperador Teodosio I. Ocurrió que los sediciosos habitantes de la ciudad de Tesalónica asesinaron a los funcionarios del emperador. Ante este hecho el emperador, dejándose llevar por la cólera, ordenó la masacre indiscriminada de ciudadanos, lo que costó la vida de 7.000 personas. Cuando lo supo San Ambrosio, haciendo gala tanto de una sabia prudencia como de un gran celo pastoral, le envió una carta personal al Emperador conminándole a reparar su crimen con una penitencia ejemplar. En una de las ocasiones le escribe: "Ya que has imitado a David en cometer un gran pecado, imítalo ahora haciendo una gran penitencia, como la que hizo él". Teodosio entonces, dando muestra de su gran humildad y arrepentimiento, realizó una muy grande y pública penitencia. Finalmente, en el día de Navidad del año 390, el emperador es readmitido a la catedral de Milán, siendo recibido en la puerta por San Ambrosio.
Un par de años más tarde, en el funeral del emperador, San Ambrosio declaró: "Siendo la primera autoridad civil y militar, aceptó hacer penitencia como cualquier otro pecador, y lloró su falta toda la vida. No se avergonzó de pedir perdón a Dios y a la Santa Iglesia, por lo que, seguramente, ha conseguido el perdón".
En el año 397, a la edad de 57 años, San Ambrosio murió plácidamente exclamando: "He tratado de vivir de tal manera que no tenga que sentir miedo al presentarme ante el Divino Juez".
La escandalosa proclamación del Día de la Visibilidad Transexual que hiciese el presidente Joe Biden el Domingo de Resurrección constituye una seria ofensa a los cristianos de todo el mundo, pero sobre todo y ante todo es una gravísima afrenta a Dios al rechazar no solo la doctrina cristiana sobre la sexualidad sino hasta la ley natural y la misma razón. Desafortunadamente, vivimos en tiempos en los cuales la mayoría de los católicos son católicos "de cafetería". Es decir, solo de nombre, pues se seleccionan a conveniencia tanto dogmas como enseñanzas.
Actualmente, es evidente la falta de compromiso y sobre todo de amor (de varios pastores y muchas ovejas) a la verdad transmitida por Cristo a través de las enseñanzas perennes de su Iglesia. Hemos olvidado que estamos con Cristo o contra Él (cfr. Mt 12, 30) y que nuestra fe debe ser demostrada con obras, las cuales incluyen, muchas veces, nuestro testimonio público.
San Ambrosio, gracias a su heroica defensa de la Iglesia en contra de los ataques del poder secular, logró que se reconociese que “el emperador está en la Iglesia y no por encima de la Iglesia”. Que su ejemplo nos guíe y nos infunda la valentía que necesitamos para proclamar y defender que no hay gobernante, ni pueblo, ni ley por encima de Cristo y de su Iglesia.