Ante la ley de la eutanasia
por Pedro Trevijano
Ante la polvareda que se ha desatado y va a seguir desatándose en España con motivo de la discusión y futura aprobación de la ley de eutanasia y suicidio asistido deseo recordar que ya en el Antiguo Testamento, en el libro del Eclesiástico, se nos dice: “Ante el hombre están vida y muerte; lo que él quiera se le dará” (15,17), texto que sigue siendo actualísimo hoy en día, y así encontramos en la encíclica Evangelium vitae de San Juan Pablo II lo siguiente: "Ésta [la promoción de la vida humana] es una exigencia particularmente apremiante en el momento actual, en que la ‘cultura de la muerte’ se contrapone tan fuertemente a la ‘cultura de la vida’ y con frecuencia parece que la supera” (EV, 87). “Es ciertamente enorme la desproporción que existe entre los medios, numerosos y potentes, con que cuentan quienes trabajan al servicio de la ‘cultura de la muerte’ y los que disponen los promotores de una ‘cultura de la vida y del amor’. Pero nosotros sabemos que podemos confiar en la ayuda de Dios, para quien nada es imposible (cf. Mt 19,26)” (EV, 100).
En su intervención en el Congreso en contra de la futura ley, la diputada de Vox Lourdes Méndez expuso así las dos posturas sobre el tema: "Nosotros, ante el sufrimiento, proponemos acompañamiento, cultura del cuidado y aliviar el dolor. Ustedes, señorías, ante el sufrimiento proponen eliminar el enfermo, proponen la muerte. Porque si ustedes hablan con los profesionales que día a día se enfrentan con la enfermedad, que por lo que he oído ninguno de ustedes lo hace, les dirán que los enfermos, cuando se evita el sufrimiento y se sienten acompañados y queridos, ninguno quiere morir". Y terminó su intervención con estas palabras: “Personalmente déjenme desearles, a quien apruebe esta ley, que Dios les perdone".
Voy a hacer referencia a esta frase, porque normalmente, en las discusiones parlamentarias, no se habla de los aspectos religiosos y morales de cualquier problema. Es claro que la eutanasia es un problema médico, pero también un problema moral y religioso, del que no debemos hacer caso omiso, porque como dice la Epístola a los Gálatas: “De Dios nadie se burla” (6,7). La autonomía de lo temporal no llega a la independencia y la moral y la religión tienen también su palabra que decir. Hay un quinto mandamiento que ordena “no matarás” y en el episodio del Juicio Final (cf. Mt 25,31-46) se nos juzgará si hemos hecho el Bien y las obras de misericordia, mientras se nos condenará no sólo por no haber hecho el Bien, sino con mucha más razón por haber hecho el Mal, como lo es el homicidio. El ser humano no es dueño de su propia vida, sino sólo su administrador y Dios nos prohíbe quitarnos la vida o matar a otro ser humano, y eso es un pecado muy grave. Las palabras de San Juan Pablo II son terminantes: “Confirmo que la eutanasia es una grave violación de la Ley de Dios, en cuanto eliminación deliberada y moralmente inaceptable de una persona humana (encíclica Evangelium vitae nº 65), y ésa ha sido la postura constante de la Iglesia.
Uno de los principales y grandes argumentos empleados por los partidarios de la eutanasia es la compasión. A fin de que el paciente no sufra, se justifica poner fin a su vida. Pero como dicen nuestros obispos en su documento Sembradores de esperanza, enseguida percibimos que ésa no es la actitud adecuada. Lo más humano no es provocar la muerte, sino acoger al enfermo, sostenerlo en estos momentos de dificultad, rodearlo de afecto y atención y poner los medios necesarios para aliviar el sufrimiento y suprimir el dolor, y no al paciente. La experiencia sostiene que, cuando se percibe el cariño y cuidado de la familia, la importancia de la propia vida que siempre contribuye al bien de la familia, de los demás y de la sociedad, el respeto a la dignidad de todo ser humano con independencia de su estado de salud o de cualquier otro condicionamiento, y se reciben los cuidados paliativos adecuados, un porcentaje muy bajo de pacientes pide explícitamente la eutanasia. Sembrar esperanza verdadera, aliviar la soledad con una compañía afectiva y efectiva, aliviar la angustia y el cansancio, hacerse cargo del enfermo «cargándolo sobre la propia cabalgadura», a ejemplo del buen samaritano (cfr. Lc 10, 25-37), son expresiones de una verdadera compasión.
Además, con el pecado nos situamos en una postura de enfrentamiento con Dios y con el prójimo, postura que tiene también consecuencias sociales, tanto más cuanto que implico al menos a otra persona en un homicidio, con la agravante que sabemos, porque esa película la hemos visto demasiadas veces en los países donde primero el aborto y ahora la eutanasia están vigentes: que un porcentaje relativamente elevado de personas eutanasiadas son personas a quienes se les aplica contra su voluntad.
El caso de Holanda es claro: muchos ancianos holandeses emigran o llevan consigo una tarjeta que dice: “En caso de enfermedad, no se me lleve a un hospital”, porque saben que allí su vida corre serio peligro. Creo que buena parte de los ancianos españoles no deseamos tener que llevar esa tarjeta.
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