Sobre los belenes en espacios públicos
En la preciosa carta apostólica Admirabile signum, del 1 de diciembre de 2019, el Papa Francisco quiere “alentar la hermosa tradición de nuestras familias que en los días previos a la Navidad preparan el belén, como también la costumbre de ponerlo en los lugares de trabajo, en las escuelas, en los hospitales, en las cárceles, en las plazas...” (AS, 1).
En particular, llama la atención la referencia a esos espacios públicos como son lugares de trabajo, las escuelas, los hospitales, las cárceles, las plazas, y un largo etcétera. Notable y valiente es la recomendación del Papa Francisco dado que, como él mismo afirma poco antes, “la representación del acontecimiento del nacimiento de Jesús equivale a anunciar el misterio de la encarnación del Hijo de Dios con sencillez y alegría. El belén, en efecto, es como un Evangelio vivo, que surge de las páginas de la Sagrada Escritura” (AS, 1).
Efectivamente, el significado y el valor del belén o pesebre es indisimulable: es un profesión de fe católica hecha de manera plástica y al alcance de todos, cristianos y no cristianos. Instalar un pesebre en una plaza, por ejemplo, es una amable manera de predicar el Evangelio a los que todavía no conocen a Jesús, el único Salvador de los hombres y que, justamente, nace en la Ciudad de David para redimirnos.
No vale, por cierto, reducir el pesebre a una mera “expresion cultural” de un pueblo. Por supuesto que lo es pero, si se trata de hablar de cultura, se trata de su modalidad más perfecta, que es la de rendir culto al Dios verdadero. En la Navidad adoramos a Dios que se hecho hombre y, en consecuencia, Niño, para nuestra salvación.
“Un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado. La soberanía reposa sobre sus hombros y se le da por nombre: «Consejero maravilloso, Dios fuerte, Padre para siempre, Príncipe de la paz». Su soberanía será grande, y habrá una paz sin fin para el trono de David y para su reino; él lo establecerá y lo sostendrá por el derecho y la justicia, desde ahora y para siempre. El celo del Señor de los ejércitos hará todo esto” (Isaías 9, 6).
Pero “¿por qué temes que Dios, cruel Herodes, / venga a la tierra de que es Rey eterno, / si Él no quita los reinos transitorios / sino que da los celestiales reinos?" [Non eripit mortalia / qui regna dat caelestia], reza la Iglesia en el himno Crudelis Herodes del oficio de la Epifanía.
Ese Niño Dios Rey es el que nace en Belén para el bien de los hombres y de los pueblos. Por eso abramos de par en par las puertas a Cristo Niño en esta Navidad y tengamos grande ánimo en armar y visitar los pesebres “en los lugares de trabajo, en las escuelas, en los hospitales, en las cárceles, en las plazas...” (AS, 1). Gloria in excelsis Deo.
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