La entrevista a Otegi y los valores morales
por Pedro Trevijano
La entrevista a Arnaldo Otegi por Televisión española a la hora de máxima audiencia del pasado miércoles 26 de junio ha ocasionado un buen revuelo.
Me parece indiscutible que los medios de comunicación social, de los que uno de los más importantes es la televisión, con gran influencia sobre la opinión pública, tienen una gran responsabilidad ética y han de procurarnos una información basada sobre la veracidad y el respeto a las leyes morales, los derechos legítimos y la dignidad humana. La televisión, y muy especialmente la televisión pública, a cuyo sostenimiento contribuimos con nuestros impuestos todos los españoles, está especialmente obligada a respetar los valores humanos y democráticos que son la base de nuestra convivencia.
Por ello cuando vi que TVE concedía una entrevista a un terrorista no arrepentido como Otegi, condenado por el secuestro de Luis Abaitua y acusado del de Javier Rupérez y del intento y tiroteo a Gabriel Cisneros, no pude por menos de pensar que no se trata de un acto de neutralidad entre víctimas y verdugos, algo en sí ya condenable, sino todavía peor, pues significaba que nuestra TVE tomaba partido por los criminales terroristas con un gravísimo insulto a las víctimas. Pero desgraciadamente en nuestro país lo que sucede es que los medios de comunicación públicos están al servicio del Gobierno que les manda, y suelen actuar con una parcialidad descarada, y si al Gobierno le interesan los votos de los terroristas y sus amigos, pues ya sabemos lo que va a pasar en sus medios de comunicación social. El problema es la ausencia de los valores morales.
Una persona madura es la que es fiel a su propia conciencia. Normalmente, porque hay excepciones en ambos sentidos, nuestra sociedad está dividida, en líneas generales, en dos grandes grupos. Por un lado están los creyentes, los que piensan que hay un Dios Creador, autor de la vida, que nos ha dotado a los hombres de una dignidad personal irrenunciable, nos ha hecho capaces de libertad y responsabilidad, y ha puesto en nosotros unas leyes morales que hemos de cumplir si queremos realizarnos como personas. Los que pensamos así creemos que tenemos en nosotros una conciencia que es la voz de Dios que resuena en nosotros y nos indica lo que debemos hacer para amar y practicar el bien y evitar el mal, así como para estar al servicio de la verdad y de las normas objetivas de moralidad. Aceptamos una Ley y un Derecho Natural y el que la Verdad y el Bien no son algo subjetivo, sino una realidad objetiva a cuyo servicio estamos. En esta concepción el derecho positivo no otorga, sino que reconoce derechos preexistentes.
En cambio, en la otra concepción, que podríamos llamar positivista, relativista o subjetivista, no se reconoce la existencia de Dios ni, en consecuencia, del Derecho Natural. En esta concepción, al no existir Dios, el hombre es el ser supremo. La Verdad y el Bien no son algo objetivo, pues lo que hoy es bueno mañana puede ser malo y viceversa, con lo que llegamos a la conclusión que no hay valores permanentes y que el fin justifica los medios. En consecuencia soy yo, aunque sea terrorista, el que decido lo que puedo o no puedo hacer. Un terrorista como Otegi es capaz de decir: “Lo siento si hemos generado más dolor a las víctimas del necesario o del que teníamos derecho a hacer”. Es decir, no niega que sus actividades han sido violentas y llenas de consecuencias lamentables, pero lo justifica como necesarias en virtud de la supuesta grandeza del fin que persigue.
Más de una vez me han preguntado si creía que el Estado había derrotado a ETA. Me gustaría contestar afirmativamente, porque ETA ha dejado de matar. Pero ETA está en las instituciones y muchos terroristas están tranquilamente viviendo del erario público, sin haber pedido perdón ni colaborar con la Justicia en el esclarecimiento de sus crímenes.
El problema es que para combatir a ETA hay que creer en una serie de valores, como la paz, entendida como nos dice Isaías, como obra de la justicia, no de la capitulación ante unos criminales; la libertad, de la que creo que, como nos dijo Jesucristo, es la verdad la que nos hará libres y no, como afirmó Zapatero, es la libertad la que nos hará verdaderos; y también creer en España, sin apoyarse para gobernar en sus enemigos los separatistas, es decir, en aquellos que reniegan y odian a España. Desgraciadamente entre nuestros políticos están quienes sólo piensan en ellos, y hacen bueno el refrán que dice: “Ande yo caliente y ríase la gente”.
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