Martes, 03 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

¿Estamos obligados a ser héroes?

Ignacio Echeverría.
En su vida y en su muerte, Ignacio Echeverría actuó como un cristiano que ama al prójimo y plasma ese amor en acciones concretas.

por Rafael Nieto

Opinión

Aquella tarde pudo haber sido una tarde más en la vida de Ignacio. Sus intenciones probablemente no pasaban de echar unas risas con los amigos mientras volaban sobre sus respectivos monopatines, y luego tomar algo con ellos, en la zona de restaurantes próxima a Brough Market, antes de volver a casa. Quizá dejó su ordenador encendido, o la lavadora puesta..., porque naturalmente pensaba regresar. Sin embargo, Ignacio no pudo regresar esa noche a su casa de Londres.

El quinto aniversario del asesinato del "héroe del monopatín" puede ser una efeméride más, un recuerdo emocionado, un motivo de reflexión o un aldabonazo en la conciencia. Puede ser lo que uno quiera que sea. Pero quienes tenemos a Cristo como modelo, y su Palabra como única ideología, vemos en el comportamiento de Ignacio un ejemplo, un patrón que nos sirve para afrontar de forma correcta situaciones en las que haya que elegir, rápidamente y sin apenas tiempo para pensar, entre el bien posible que está a nuestro alcance, o la tranquilidad y seguridad propias. Entre nuestro ombligo o los demás, "esos desconocidos" que en realidad son "el prójimo".

Ignacio Echeverría pudo simplemente haberse cambiado de acera. Parar su bicicleta, hacer un gesto a sus amigos para que parasen también, y haberse alejado del lugar donde Khuram Shazad ButtRachid Redouane Yusef Zaghba estaban perpetrando un atentado terrorista que acabaría con 8 muertos y 48 heridos. Es posible que no le diese tiempo a pensar que eran terroristas; quizá simplemente creyó que eran unos delincuentes. Sus amigos coinciden en que Ignacio era "impulsivo y a la vez pacífico", un hombre de fe que daba catequesis a chicos que preparaban su primera comunión en la capital inglesa.

Qué fácil mirar hacia otro lado... ¿Acaso estamos obligados a ser héroes?, ¿hemos nacido para salir en las portadas de la prensa como personas admirables? Ignacio hubiese vuelto a su casa y quizás hoy estuviese casado y con hijos, y nadie podría acusarlo de nada, porque habría hecho "lo que hacemos todos". Salvar nuestro pellejo, porque a nadie le gusta morirse. Y sin embargo, Ignacio quiso dar la vida por sus amigos aquella tarde del 3 de junio de 2017.

Y sus amigos no eran solamente quienes le acompañaban con el monopatín y la bici. Éramos todos y cada uno de nosotros, todos. Porque "nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos" (Jn 15, 9-17), Ignacio Echeverría se bajó de su bici y con el monopatín como única "arma defensiva", salvó la vida de una mujer y de un policía que estaban siendo apuñalados por uno de los yihadistas. No se lo pensó..., y quizá por eso hizo lo que debía. Pensó con el corazón lleno de Cristo y henchido de amor al prójimo. Perdió su vida, e inmediatamente ganó la Vida Eterna. ("El que quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mi causa vivirá eternamente", Lucas, 9, 22-25).

El Catecismo nos dice que "el martirio es el supremo testimonio de la verdad de la fe; designa un testimonio que llega hasta la muerte". En este caso, la palabra testimonio cobra un significado muy especial, porque se trata de un testimonio de fe a través de un acto martirial y, a la vez, heroico. Un acto en el que, sacrificando tu propia vida, eres capaz de salvar antes las de otros a quienes ni siquiera conoces.

Como ya se recordó en Religión en Libertad, Ignacio pertenecía a un grupo de Acción Católica de la parroquia de San Miguel, en Las Rozas. Acción Católica, como movimiento de laicos comprometidos, se estableció en España en los años 20, dio numerosos mártires durante las persecuciones de los años 30, y fue origen de muchas vocaciones de misioneros. Actualmente tiene presencia en casi todas las diócesis españolas, con sus ramas de niños, jóvenes y adultos.

Este dato es importante tenerlo en cuenta para analizar correctamente la acción ejemplar de Ignacio. No se trataba de un "loco", un impulsivo en el peor sentido de la palabra, en el de "cabeza de chorlito" capaz de cualquier locura. Lo que había en su corazón era amor al prójimo, y la semilla de ese amor era la Fe Católica. Ignacio salvó la vida de dos personas en Londres, pero seguramente, antes de aquella tarde aciaga, se habría levantado cien veces en el Metro para dejar su asiento a alguna persona mayor; probablemente, subió la compra a casa a algún vecino con movilidad reducida. Seguro que ayudó en su trabajo como abogado a más de un cliente con problemas graves, poniendo además de su aptitud profesional, un corazón encendido de amor.

¿Estamos obligados a ser héroes? Sinceramente, pienso que no. Pero sí estamos obligados a la caridad, que no significa dar limosna alguna vez y olvidarnos de los demás. El arrojo de Ignacio, su aparente temeridad, tuvo más de amor que de valentía, porque pensó primero en los demás y por último en él. Es eso lo que nos pide Cristo. No tanto ser protagonistas de relumbrón en busca de la fama que da el valor, sino la sencillez de los humildes que dan lo que tienen (y lo primero que tenemos es la vida) por los demás.

Ahora que se empieza a hablar de la posibilidad de que Ignacio Echeverría sea beatificado, quiero subrayar que lo más importante de aquella tarde londinense es que, en un mundo tan egoísta como el nuestro, un chico con toda la vida por delante decidió ser santo enfrentándose al mal cara a cara. A pecho descubierto. Con su monopatín como única "arma defensiva". Con el corazón lleno de Cristo y henchido de amor al prójimo.

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