Jueves, 02 de enero de 2025

Religión en Libertad

Navidad en Malula, tras la caída de Assad: «Hemos querido que el árbol presida la plaza principal»

Malula
En septiembre de 2013, el Frente al-Nusra, afiliado a Al Qaeda, lanzó una ofensiva e incendió más de cuarenta iglesias.

ReL

No es el típico árbol de Navidad. Es una simple red verde que desciende por una varilla de metal que envuelve a su vez otros ocho círculos. No tiene bolas ni decoración. Con la electricidad funcionando en el pueblo de forma intermitente, ponerle luces habrían sido inútil. El único símbolo es una estrella plateada en la parte superior.

El portal Avvenire relata cómo está siendo la Navidad en Malulael enclave martirizado por los yihadistas durante la guerra civil y símbolo de la resistencia de la fe cristiana en Siria. 

Campo de batalla entre facciones

Malula es una comunidad que surge del abrazo rocoso de Qalamun, a unos sesenta kilómetros al norte de Damasco. Las casas se vuelven una con las montañas. Por todas partes hay cruces e iconos tallados en la piedra. Aquí los cristianos constituyen el 90% de la población. Y la mayoría habla arameo, la lengua de Jesús.

Malula es patrimonio de la UNESCO y siempre ha sido un destino privilegiado para peregrinos de todas partes. Hasta que la guerra civil transformó el pueblo en una simple postal, y en campo de batalla para yihadistas y los soldados de Bashar al-Assad. Todos querían controlar "la puerta" -Malula significa "entrada"- en la ruta entre la capital y Alepo.

En septiembre de 2013, el Frente al-Nusra, entonces afiliado a Al Qaeda, lanzó una ofensiva e incendió y saqueó más de cuarenta iglesias, robando los iconos milenarios. Entre ellas, la preciosa "Última Cena" del siglo III, conservada en el convento de Mar Sarkis, junto al hotel Safir, cuartel general de los insurgentes.

Sin embargo, con el apoyo de las fuerzas rusas y de Hezbollah, en abril siguiente, el régimen se impuso y redujo a escombros las dos mezquitas, consideradas "escondites terroristas". En los siete meses de enfrentamientos, varias decenas de habitantes murieron. De los 7.000 habitantes estimados antes de 2011, quedan ahora poco más de mil.

La ferocidad del conflicto ha roto los lazos entre vecinos musulmanes y cristianos, con acusaciones mutuas de colaboración con los yihadistas o con la dictadura. Una herida que ha reabierto la repentina caída del régimen y la irrupción a nivel nacional de Hayat Tahrir al-Sham (Hts), heredero de al-Nusra.

"Por eso es tan importante el árbol de Navidad. No lo hemos puesto, como es habitual, en el patio de la céntrica iglesia de Mar Georges, sino en el centro de la plaza principal", dice la alcaldesa, Maha Alshaher, en su despacho, cerrado por la falta de combustible para la calefacción. "Ni siquiera hay electricidad, por suerte es de día", comenta.

El día después de la marcha de Assad, un grupo de jóvenes se presentó en el Ayuntamiento para discutir la posibilidad de poner el árbol. "Algunos líderes musulmanes vinieron a pedirme que convenciera a los niños para que hicieran el árbol. 'Por favor, díganles que todos queremos celebrar juntos'", le comentaron.

La alcaldesa, que había incluido a tres musulmanes entre sus 25 colaboradores, está decidida a promover la convivencia: "No puede haber nada bueno para este país si las distintas religiones no empiezan a trabajar juntas", comenta.

"No es fácil, nos lastimamos mucho. Antes de la guerra vivíamos en paz. Teníamos muchos amigos musulmanes, pero ya no", afirma un hombre de 65 años que no quiere revelar su nombre. "Sí, tengo miedo. Siento que estoy reviviendo la pesadilla de 2013. Quemaron mi casa y tuve que huir a Damasco durante meses hasta que el régimen recuperó el control del pueblo. No quiero tener que irme otra vez", añade.

El flujo de desplazados que regresa a la localidad ha aumentado. "Entre ellos hay también musulmanes, que nos odian porque creen que somos leales a la dictadura. Algunos empezaron a gritarnos insultos fuera de la iglesia durante la misa. Por miedo, muchos dejaron de asistir a las celebraciones: el domingo había la mitad de gente. Sin embargo, no me rindo, volveré aquí esta tarde", comenta.

Por su parte, el padre Jalal Gazal, párroco de la Iglesia greco-católica melquita, sonríe con buen humor: "Comprendo la preocupación de los fieles, hace falta tiempo para entender cómo evolucionará la situación. El primer domingo lo celebré solo. Estoy convencido, sin embargo, de que esta noche seremos muchos en la misa de Navidad".

Como en el resto de Siria, la comunidad cristiana ha cancelado, por prudencia, las tradicionales procesiones y otras iniciativas públicas. "Pero dentro de las iglesias habrá música, como siempre. Y tocaremos las campanas", dice el padre Jalal.

 

En el monasterio ortodoxo adyacente, la hermana Mariam organiza los últimos detalles de la misa de Navidad. La conquista del poder por parte de los yihadistas no inquieta a la monja libanesa: una de las trece secuestradas en diciembre de 2013 y retenidas como rehén por Al Nusra durante tres meses y tres días. "No tengo miedo. Tengo fe en Dios. Un Dios que sigue naciendo en este mundo desgarrado", asegura.

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