Una Iglesia enferma
Vemos cómo de nuestras aulas surgen un montón de líderes anticatólicos, el hecho que en nuestra sociedad se superen ampliamente los cien mil abortos al año, y, aunque, en buena parte, podamos echar de ello la culpa a nuestro gobierno y legisladores, pero también es obvio que semejantes datos no tienen un único culpable, sino que la pregunta que todos debemos hacernos no es la de mirar a otro lado y decir los demás son los culpables
por Pedro Trevijano
El fracaso, en líneas generales, de la enseñanza católica, a la hora de formar cristianos comprometidos, hasta el punto que siendo nuestros colegios con frecuencia los mejores académicamente, sin embargo vemos cómo de nuestras aulas surgen un montón de líderes anticatólicos, el hecho que en nuestra sociedad se superen ampliamente los cien mil abortos al año, y, aunque, en buena parte, podamos echar de ello la culpa a nuestro gobierno y legisladores, pero también es obvio que semejantes datos no tienen un único culpable, sino que la pregunta que todos debemos hacernos no es la de mirar a otro lado y decir los demás son los culpables, sino que hemos de agarrar el toro por los cuernos y cada uno interrogarnos: ¿cuál es mi parte de responsabilidad e incluso de culpa en lo que está pasando?
Es difícil luchar contra la moda e, indudablemente, las doctrinas laicistas, relativista y positivistas que dan la primacía en la vida humana al placer y no al amor son venenos potentísimos disolventes de los valores humanos. Después de la Segunda Guerra Mundial se vio claro a qué catástrofe conducía el positivismo jurídico y la necesidad del Derecho Natural para juzgar a unos criminales genocidas culpables de crímenes de guerra, así como de crímenes contra la Paz y contra la Humanidad. Ello creó el ambiente e hizo posible la Declaración Universal de Derechos Humanos. Pero con el paso del tiempo el relativismo vuelve a imponerse y nuestra sociedad va cada vez más a la deriva. Seamos sinceros con nosotros mismos: ¿creen Vds., en el supuesto que no hubiese existido esa Declaración, que hoy tendría alguna posibilidad de volver a hacerse?
Y como soy sacerdote, la pregunta que tengo que hacerme es: ¿en qué puntos, dónde hemos fallado los sacerdotes? Es indudable que Cristo se dirige a nosotros de modo especial y nos dice. «Tú, sígueme» (Jn 21,22) y también «id y predicad el Evangelio» (Mc 16,15) y siempre me ha hecho mucha gracia, porque va dirigido a los sacerdotes judíos, pero también la podemos referirla a nosotros “muchos sacerdotes abrazaron la fe” (Hch 6,7). En muchas ocasiones nuestros fallos se deben a respetos humanos. No acabamos de creer en Cristo, no le queremos suficientemente y nos da algo de vergüenza predicarlo. El resultado es que Cristo y su doctrina son muy poco conocidos por nuestros cristianos, sin contar el daño que hacen aquéllos que, desde dentro de la Iglesia, tratan de sabotearla incluso a veces con buena fe, pero con un espíritu que podríamos resumir así: en la Iglesia todos tenemos derecho a hablar, porque para eso somos demócratas, pero con una excepción, el Magisterio. O bien: lo característico del Papa y los obispos es que siempre, siempre, están equivocados.
En el campo de la sexualidad el problema, en mi opinión, es otro. Por supuesto que es un campo difícil y resbaladizo. Muchos sacerdotes, buenos sacerdotes, no se consideran bien preparados, y entonces evitan hablar de estas cuestiones, no vaya a meter la pata, sin darse cuenta que la única manera segura de equivocarse es la de regir responsabilidades, con lo cual dejamos sin orientación y ayuda a nuestros niños, adolescentes y jóvenes. Hace poco me decía un amigo: hace siglos no he oído un sermón sobre la castidad. A este amigo habría que responderle: es probable que siglos, siglos, no, pero es fácil que desde el milenio pasado no hayas oído predicar sobre la castidad. Y sin embargo la sexualidad entendida en sentido cristiano, es el gran instrumento que Dios ha puesto en nuestras manos para que nuestra vida esté al servicio del amor. La castidad es una virtud moral que tiene por objeto la tutela y promoción del amor humano, encauzando nuestra sexualidad para que ésta sea para nosotros una fuente de riqueza personal y social y no un desastre, ayudándonos a realizar y madurar la personalidad, llenándola de paz interior y capacitándonos para realizar nuestra vocación, sea, como sucede en la mayoría de los casos, en el matrimonio y creación de una familia, sea en la vida consagrada, y como también puede suceder, en el celibato involuntario. En todo caso nos ahorra el desastre que supone poner nuestra vida al servicio de nuestros más bajos instintos, evitándonos el ser esclavos de nuestras pasiones, para que podamos ser personas libres y responsables, capaces de pasar por este mundo haciendo el bien.
He titulado este artículo «Una Iglesia enferma», en parte es verdad, pero la última palabra, nunca lo olvidemos, la tiene el Espíritu Santo, por lo que sabemos que podemos permitirnos el ser optimistas, aunque sí le hemos de pedir al Espíritu Santo que no le fallemos, porque Él quiere contar con nosotros.
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