Por dentro y por fuera: ésta es la cita
Se sacan del arcón los hábitos cofrades desde la última procesión. No da tiempo para que puedan apolillarse, porque la procesión verdadera no sabe de baúles, ni de recesos, dado que es la misma vida por la que los hermanos y hermanas de nuestras cofradías desfilan a diario ataviados con sus ropajes cotidianos de labor. Pero, no obstante, son sabedores de que la vida, en todos sus registros y guisas, es el escenario donde a diario desfilamos todos, hay un tiempo de intensidad en el que se da un testimonio sin alarde, de quiénes somos los cristianos en esta tierra de larga tradición creyente.
La Semana Santa de cada año marca una cita que acatamos con gusto, más aún, conmovidos por los misterios que en ella celebramos los cristianos. No hay tradiciones semanasanteras como las nuestras en España. He podido transcurrir épocas en otros lares de Europa, de América y de África llegando estas fechas, y puedo anotar esa notable diferencia. Correlativamente, es lo que hace resultar atractivo el festejo creyente que sacamos a las calles y plazas en esta Semana Santa especial, como hacemos igualmente con las procesiones interiores que llevan por los adentros de cada cual los pasos y los momentos en los que vamos escribiendo nuestra biografía personal, familiar, ciudadana.
Tenemos en este inmediato horizonte la doble cita que se nos hace desde la hondura de estos días particularmente intensos para la fe. Motivo por el cual queremos evitar precisamente una doble tentación que podría estropear la belleza de estos días hermosos que se nos avecinan. Por un lado, la de encerrarnos a cal y canto en nuestras iglesias haciendo de las sacristías una trinchera en la que ni dejamos que pase nadie, ni consentimos salir nosotros, como ensimismados en nuestros rezos tan de puerta para adentro que se harían impermeables ante la que está cayendo, e impasibles frente a las preguntas y las heridas de tanta gente. Unos días de Semana Santa así de solitarios e intimistas, no nos harían bien a nadie ante una especie de coartada piadosa para inhibirnos de todo y de todos haciendo de Dios nuestro pretexto o nuestro cómplice.
Por otro lado, estaría la tentación contraria, que consistiría en vivir estos días solamente en la calle, reduciendo a una piadosa manifestación de una religiosidad popular que no tiene delante a nadie más que su estética vistosa, sus pasos coordinados, sus tambores, cornetas y sus trombas, sus píos pasacalles con la vitola de una enseña cofrade que contradistingue a unas cofradías de otras. Pero, faltando la hondura del porqué y del por quién se hace tamaña exhibición, todo comenzaría y concluiría en una manifestación exterior calle arriba y calle abajo cargando con la santa imagen de María Santísima o del Hombre-Dios todo santo.
La doble cita que decía, no enfrenta ambos escenarios, sino que los reclama y complementa como una saludable síntesis de una vivencia madura de estos días especialmente cristianos. Saber ahondar en la liturgia de estas fechas, escuchando la Palabra de Dios que se proclama recordando unos hechos y acercándose a adorar el Misterio que fue el precio de amor que Dios en su Hijo pagó por todos nosotros. Y, al mismo tiempo, saber expresar con el arte, el buen gusto, la religiosidad sincera y profunda, comprometida también socialmente, como hacen nuestras cofradías y hermandades desde su impagable servicio al resto del Pueblo de Dios precisamente por su vivencia en estos días santos.
Templos e iglesias, calles y plazas, es ahí donde los creyentes vivimos por dentro y por fuera el hermoso momento de estas fechas señaladas como especiales en nuestras calendas cristianas.
Publicado en Iglesia de Asturias.
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