Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Honrar a los muertos


por Alberto Gatón Lasheras

Opinión

«Dios mío, qué solos / se quedan los muertos. / ¿Vuelve el polvo al polvo? / ¿Vuelve el alma al cielo? / ¿Todo es, sin espíritu, / podredumbre y cieno? / No sé; pero hay algo / que explicar no puedo, / algo que repugna / aunque es fuerza hacerlo / a dejar tan tristes, / tan solos los muertos». Cito estos versos de las rimas de Bécquer porque hay cosas que no me explico en esta epidemia, y que me repugnan inteligencia y corazón. Entre las que puedo escribir, el abandono existencial de aquellos enfermos que mueren solos. Porque, allende las frías cifras de decesos, en cada jornada permanece el dolor de miles de hogares que no despidieron al ser amado. Sí, releo estos versos de Bécquer y rezo para que Dios conforte a sus familias, al tiempo que ruego al Creador que esta epidemia expandida de manera irresponsable por España sea pronto derrotada en Santander y Cantabria, en España y Europa, en la humanidad.

Versos de Bécquer para una sociedad herida. Porque cuántas personas, muchas de ellas compañeros militares, en este desastre han perdido seres queridos sin poder darles un último adiós. Los miembros de las Fuerzas Armadas, Guardia Civil y Policía Nacional, como padres, hijos, esposos, amigos, sabemos que la muerte a todos nos aguarda, y la afrontamos con valentía en el cumplimiento diario de nuestro deber. Pero una muerte en la que uno no puede entregar un abrazo, un beso de recuerdo eterno, una caricia que perdura en la memoria del corazón, hace exclamar hasta al más endurecido soldado: ¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!

Mas incluso en esta noche nigérrima hay luces de esperanza. Como me relatan mis amigos médicos, gran parte de nuestro personal sanitario, a quien la sociedad debe reconocer material, técnica y anímicamente su labor cuando pase esta epidemia, ha sublimado lo profesional en lo vocacional. Porque cuando no es posible salvar al enfermo, nace de la vocación hipocrática del médico, del enfermero, del auxiliar: confortar con delicado amor al moribundo que solitario vive sus últimos momentos. Como es amor, algunos con su foto, para que el paciente identifique el rostro amigo que le consuela detrás de la mascarilla, depositar en las agotadas pupilas de quien lucha en agonía una mirada de paz y esperanza. Con los problemas de falta de medios, personal y recursos tecnológicos de los colapsados hospitales, cuánta belleza de quienes entregaron como una flor de consuelo la mirada de sus ojos, una caricia en la mano temblorosa, una palabra que mitiga la soledad espiritual de quien hacía sólo unos días compartía la ternura con sus seres amados.

Escribió Chesterton en Las costumbres funerarias que «esparcir flores sobre una tumba es sencillamente el modo en el que una persona normal comunica con un gesto cosas que sólo un gran poeta podría explicar con palabras». Y muchos fallecidos en esta epidemia antes de morir han recibido de sus cuidadores hospitalarios racimos de flores en el consuelo de sus atenciones. Ellos, personas normales convertidas en héroes, han comunicado sentimientos que sólo un gran poeta podría explicar con palabras.

Quizá después de esta tragedia el ciudadano español aprenda a ser mejor, pero tengo la lamentable certeza de que no será así. Porque nuestro pueblo, embotado por las cadenas de televisión y la inmediatez de la globalización, seguirá sin meditar, en palabras de Octavio Paz en Todos santos, días de muertos, que «es inútil excluir a la muerte de nuestras representaciones, palabras e ideas, porque ella acabará por suprimirnos a todos». En una fantasía de vanidades e inmadurez de los líderes mediáticos y sociales españoles, en las cadenas de televisión y ondas de radio, en el día a día, se había excluido la muerte de nuestra cultura. Disfrazada como calabaza de Halloween sustituyó el Día de los Difuntos como si fuese un juego su trato y destino cuando, a pesar de nuestra fe en la resurrección, morir es para los creyentes un misterio de iniquidad y, para los no creyentes, vacío final. La muerte es para todos dolor y separación, nunca una mascarada. Y esta epidemia de improviso nos despierta a la realidad de que la muerte no es disfraz de carnaval sino cruz terrible con la pasión añadida de la soledad. Pero, aunque la muerte es cruz, como escribió el poeta montañés José Luis Hidalgo en Flores bajo los muertos, si «bajo los puros muertos, a veces, brotan flores», en la madera de esta cruz han brotado flores de ternura y caridad de los sanitarios españoles al confortar a tantos enfermos fallecidos en soledad. Con el deseo de que España y Cantabria ensalcen la memoria de nuestros muertos, y apoyen a sus familias, a nuestros médicos y personal sanitario, con admiración, ¡gracias!

Publicado en El Diario Montañés.

Alberto Gatón Lasheras es vicario episcopal del Ministerio de Defensa.

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