Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

El domingo, día del Señor


por Monseñor Demetrio Fernández

Opinión

Feliz Pascua a todos. ¡Cristo ha resucitado, verdaderamente ha resucitado! La resurrección de Cristo llena de alegría el mundo entero y los cristianos nos intercambiamos los buenos deseos de que Cristo viva en tu vida y la llene de vida. El acontecimiento de la resurrección del Señor ha cambiado por completo la historia humana, llenándola de esperanza. La muerte ya no es la última palabra; la última palabra la tiene el Dios de la vida y es una palabra de vida en favor de los hombres. Aunque nosotros tengamos tirones de muerte, generados por nuestro pecados, algunos de ellos visiblemente destructivos (el pecado es siempre demoledor, aunque no se vea de pronto), Dios no se cansa de sembrar vida en nuestro corazones y en la historia de la humanidad. Dios no se cansa de resucitarnos, sacándonos de la muerte en la que nuestros pecados nos sumergen. La resurrección de Cristo es un acontecimiento irreversible de vida y esperanza para todos. Celebrarlo cada año de manera solemne enciende en nosotros santos deseos de que esa vida llegue a todos, y llegue en plenitud para todos.

Una de las formas de recargar permanentemente esa nueva vida del Resucitado es la celebración semanal del domingo, que es la pascua semanal de la comunidad cristiana. Somos convocados cada domingo a reiterar la victoria de Cristo sobre la muerte y a apropiarnos esa victoria, a traducirla en nuestra vida. Para muchos el domingo se ha convertido sin más en el descanso semanal, cuando coincide en este día, puesto que las condiciones laborales, sobre todo en el sector servicios, obligan al trabajo todos los días de la semana, reservando al descanso las jornadas que toquen, sean o no domingos. Para otros, el domingo se ha convertido en un día lúdico, dedicado al deporte u otras actividades lúdicas, tan necesarias en el mundo en el que vivimos, trepidante de prisas. Para otros, el domingo o el fin de semana es el momento de encuentro con las familias. Los miembros de la familia viven en otra ciudad, por razones de estudio o de trabajo. A su vez, esta familia tiene los abuelos en el pueblo. El domingo es ocasión de encontrarse, reunirse, visitarse. Todos estos son elementos y aspectos positivos de la vida, pero obligan a replantear el domingo de otra manera.

El domingo es el primer día de la semana –“este es el día que ha hecho el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”-, es el día de la resurrección de Cristo -al tercer día resucitó-, es el octavo día después de la resurrección del Señor, instituido por el mismo Jesús. “A los ocho días...” Jesús se apareció de nuevo a sus apóstoles, cuando Tomás estaba con todos. Tomás había expresado su incredulidad ante la resurrección del Señor: “Si no lo veo, no lo creo”, y Jesús tuvo la delicadeza y la misericordia de hacerse presente al domingo siguiente y certificarle que estaba vivo y resucitado. Nos ha hecho más bien esta duda de Tomás que la facilidad en creer de los demás apóstoles. Porque todos tenemos nuestras vacilaciones, no tanto en el hecho de la resurrección cuanto en las consecuencias para nuestra vida. Viendo a Tomás que dudaba y que después confiesa abiertamente su fe en Jesús resucitado, nos devuelve la esperanza de que a pesar de nuestras dudas, Jesús seguirá haciéndose presente -domingo tras domingo- para afianzar nuestra fe y para disipar todo genero de dudas en nuestra vida.

Los mártires del Abitene (siglo IV) fueron llevados ante el gobernador, que había prohibido la celebración del domingo, la reunión de los cristianos para celebrar el misterio de la resurrección del Señor. Ellos comparecieron ante el gobernador, que los amenazó con la muerte, y ellos prefirieron el martirio a dejar la celebración del domingo: “No podemos vivir sin el domingo”. Para ellos, quitarles el domingo, quitarles la celebración de la victoria de Cristo, hacia que la vida no tuviera sentido. Prefirieron morir antes que dejar de celebrar el domingo. Un gran ejemplo para los cristianos de nuestro tiempo. Sin el domingo no somos nada. Sin el domingo, el tiempo discurre sin Jesucristo y sin su victoria sobre la muerte. Sin el domingo el único horizonte es la muerte. No podemos vivir sin el domingo.

La celebración de la Pascua estimule en nosotros el deseo del encuentro con el Señor, para palpar sus llagas, para entrar en su Corazón, para compartir sus sentimientos y para participar en su victoria. Y nos haga cada vez más aficionados al domingo, como día del encuentro con el Señor resucitado y con la comunidad de hermanos con los que compartimos nuestra fe en el Resucitado.

Publicado en Diócesis de Córdoba.

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