La inexorable libertad
Me encantan los cuentos de Navidad. Uno de los más hermosos se llama Barioná, el hijo del Trueno y acaba de ser reeditado por Voz de Papel, con prólogo de José Ángel Agejas.
Sorprendentemente, fue escrito por Jean Paul Sartre, el ateo anticlerical que por entonces ya había escrito La Náusea (1938) y fundado el existencialismo filosófico.
Sartre, que había sido movilizado y detenido por los nazis, pasaba las Navidades del 40 en un campo de prisioneros y compuso esta obrita de teatro "de acuerdo con los sacerdotes presos, para encontrar la unión más amplia posible entre cristianos y no creyentes".
Barioná es un fariseo principal que, al estilo de José de Arimatea o Nicodemo, se convierte al cristianismo, en este caso por el testimonio de los pastores de Belén y los Reyes Magos. Conmueve la percepción sartriana de la libertad del hombre para aceptar o no la buena nueva. En el momento clave, Bariona reflexiona: "¡Ah, corazón crispado en tu rechazo... deberías aflojar tus dedos y abrirte, tendrías que acoger. Debería entrar en ese establo y arrodillarme... sería la primera vez en mi vida (…) Entonces el viento helado de medianoche y el dominio infinito de esta noche sagrada me pertenecerían. Sería libre. Libre (…) ¡Ah! ¡Qué duro resulta!".
¿Cómo es posible que el Sartre "nauseabundo y viscoso" –en palabras del gran académico y crítico católico Charles Moeller– nos abra aquí de modo tan atractivo a la gracia y la ternura?
Escuché al sacerdote italiano Luigi Giussani una parábola sobrecogedora acerca de la libertad del hombre. Era la historia de un nazi despiadado y condenado finalmente a muerte, que se dirige al patíbulo en una mañana fría y descubre en su camino por el patio de la cárcel una flor pequeña, que se abre trabajosamente paso hacia el sol, entre las grietas de hormigón. El hombre comprende que la plantita es un signo de positividad en mitad de la desesperación trágica que lo embarga, un símbolo de vida que le habla de esperanza. Sin embargo, cuando pasa a su lado, la pisotea con rabia, poseído por una soberbia destructiva. La anécdota pretende reflejar la inexorable libertad del hombre, incluso en el último instante.
Leer Barioná te pone de nuevo ante esta libertad. Ante el hombre capaz de escoger entre la náusea y la ternura. ¿Por qué eligió Sartre la primera si conocía la segunda? Es una inquietante pregunta en Navidad, que supongo que todos los hombres tenemos que plantearnos antes o después. Como un profeta de su aciago destino, el filósofo francés escribe: "El que pierde la esperanza, ése será expulsado de su pueblo, será maldito (…) pero, para aquel que espera, el mundo le será dado como un regalo".
Publicado en La Razón.